6 – Junio. Domingo. Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, solemnidad
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Grupos de Jesús |
El primer día de los Ácimos,
cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
«¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?». Él envió a dos
discípulos diciéndoles: «Id a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva
un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa adonde entre, decidle al dueño: “El
Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis
discípulos?”. Os enseñará una habitación grande en el piso de arriba,
acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí». Los discípulos se marcharon,
llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la
Pascua.
Mientras comían, tomó pan y, pronunciando
la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo». Después
tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y
les dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En
verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba
el vino nuevo en el reino de Dios». Después de cantar el himno, salieron para
el monte de los Olivos.
Comentario
“¿Dónde quieres que vayamos a
prepararte la cena de Pascua?”. En el contexto de la Pascua Jesús instituye el
sacramento de la Eucaristía y lo hace libremente.
A la pregunta de los discípulos:
“¿Dónde quieres?”. Jesús responde: “Id a la ciudad y os saldrá al encuentro un
hombre que lleva un cántaro de agua”. Jesús comunica a los discípulos, con todo
detalle, la manera en la que celebraría la que sería la Última Cena, en la que
instituiría el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. No lo hace obligado por
las circunstancias, sino que lo lleva a cabo como cumplimiento del designio del
Padre. Al hacerlo libremente lo hace por Amor porque sólo donde hay libertad
hay Amor de verdad. Jesús, en su vida, todo lo ha llevado a cabo libremente y
cuando se acercan los últimos momentos de su existencia resalta con más fuerza
el valor de la libertad. Al hacerlo transparenta el Amor con que lo realiza.
Los hechos que van aconteciendo
tienen lugar como Jesús les había indicado. “Y marcharon los discípulos,
llegaron a la ciudad, lo encontraron todo como les había dicho, y prepararon la
Pascua”.
“Mientras cenaban, tomó pan y,
después de pronunciar la bendición, lo partió, se lo dio a ellos y dijo:
-Tomad, esto es mi cuerpo”. Jesús antes de ofrecer su vida en la cruz, por la
salvación del mundo, quiso quedarse entre nosotros. Lo hizo convirtiendo el pan
en su Cuerpo. Las palabras de Jesús no admiten otra interpretación: “esto es mi
cuerpo”.
Después de convertir el pan en su
cuerpo, “tomando el cáliz, habiendo dado gracias, se lo dio y todos bebieron de
él. Y les dijo: -Ésta es mi sangre de la nueva alianza, que es derramada por
muchos”. Jesús convierte el vino en su sangre que sería derramada enteramente
en la cruz, al día siguiente. Con su muerte y posterior resurrección establece
una nueva alianza entre Dios y los hombres. Lo hace dando su vida por nosotros
que es la mayor muestra de amor: “Nadie tiene amor más grande que el de dar uno
la vida por sus amigos” (Jn 15, 13).
Todo en la Eucaristía nos habla,
a gritos silenciosos, del Amor de Cristo por nosotros. Son gritos silenciosos
porque espera nuestra respuesta libre. El Amor no se puede imponer. La
Eucaristía es el encuentro de dos libertades: la libertad de Jesús y la
nuestra. Es un misterio de Amor profundo que estamos llamados a contemplar y la
fiesta del Corpus Christi es una ocasión espléndida para hacerlo. Juan Pablo II
en la última encíclica en la que trató de este misterio nos dijo que con ella
lo que quería era suscitar el asombro eucarístico[2].
[1] San Josemaría, Forja n. 887
[2] San Juan Pablo II, Encíclica Ecclesia
Eucharistia, n. 6
Javier Masa
Fuente: Opus Dei