Aprender a confiar en Dios, a abandonarme en su amor no es tan sencillo...
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Kamila Bay | Shutterstock |
Quiero
aprender a confiar en el Dios de mi vida. Necesito esa actitud de abandono.
Quiero ser capaz de seguir
navegando en medio de la tormenta sin dudar, guardando los miedos, entregando
la vida.
¿Cómo puedo aprender a
abandonarme en el amor de Dios? ¿Cómo hago para soltar el timón y dejar
que Dios lo tome en sus manos?
No es tan sencillo.
El huracán, las olas, el frío, el
viento y mis dudas. Todo parece contrario a lo que quiero. En ese momento sólo
quiero sujetar mi barca, calmar los vientos y acabar con los miedos.
No es posible. El miedo es
fuerte en el alma. Es como una cadena que se aprieta y no me deja respirar.
Miedos
Hay miedos evidentes. El miedo a
lo desconocido, el miedo provocado por la incertidumbre de un futuro abierto,
el miedo que me da perder lo que hoy poseo y me hace feliz.
El miedo a la derrota, al
fracaso, a la persecución, a la crítica y a la condena. El miedo a no ser amado
tanto como yo amo.
El miedo a perder la salud que
hoy me permite navegar feliz mis mares. El miedo a una soledad no deseada.
El miedo a perder los sueños y
que se vuelvan imposibles. El miedo a empezar de nuevo, desde cero y resurgir desde
las cenizas.
Miedo a perder
El miedo a perder a quiénes más
amo y ver cómo se alejan rumbo al cielo. El miedo a no ser requerido,
preguntado, buscado.
El miedo al descrédito y al
olvido. El miedo a no ser feliz en esta vida haciendo lo que hago.
El miedo a poner en duda todo lo
construido hasta ahora. El miedo a que alguien rompa mis seguridades y penetre
en mi lugar más cómodo y seguro.
El miedo a las tormentas no
deseadas, no buscadas, ni soñadas. El miedo a no ser yo el dueño de mi vida y
dejar así que el control de todo lo tenga otro.
El miedo a que alguien decida por
mí y asuma el mando de una vida que pensaba yo que la tenía bajo control.
Mi barca a la deriva en un mar
revuelto. Sin saber bien si la playa a la que arribaré será la misma que un día
soñaba. Y si la tierra prometida y dorada que perseguía no es aquella en la que
atraco después de la tormenta.
No tengo claro lo que sería vivir
sin miedos o al menos con la calma inmensa de saber que estoy donde tengo
que estar.
Las amenazas nos unen en la
vulnerabilidad
A veces pienso que debería hacer
otras cosas diferentes a las que hago para avanzar, para mejorar y
reinventarme. Pero no lo consigo.
La vida no es como yo quisiera
y me pueden mis hábitos adquiridos y los miedos a emprender algo nuevo que
acabe con mis fuerzas. Comentaba el papa Francisco en la pandemia:
«La tempestad desenmascara
nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas
seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros
proyectos, rutinas y prioridades. […] Con la tempestad, se cayó el maquillaje
de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre
pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa
bendita pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa
pertenencia de hermanos».
Papa Francisco, Encíclica Todos hermanos
La tormenta con sus amenazas me
une a los que están conmigo. Me vuelvo vulnerable.
El miedo es más fuerte en mí
cuando me siento débil, cuando veo que no soy dueño de mi vida y no puedo
lograr lo que me propongo.
Es sano verme vulnerable y frágil.
Dejo de sentirme por encima de todos, poderoso y dueño de mi vida. Acaricio la
dureza del camino y mi fragilidad se vuelve manifiesta.
Incertidumbre en pandemia
En esta pandemia ha
sido más potente la incertidumbre. Y el oleaje del mar me ha mostrado la
debilidad del armazón de mi barca.
No puedo resistir todos los
vientos. No logro hacer frente a todas las olas. El miedo a la muerte se impone
por encima de los miedos.
El miedo a no poder despertar a
un nuevo día. El miedo a que una enfermedad apague mis fuerzas y me sienta
débil y frágil.
El miedo a no estar a la altura
de los sueños que un día empujaron mis velas en hondos mares.
El miedo a perder, el miedo a no
vivir como deseo, el miedo a que nada salga como esperaba.
Certezas y paz
El miedo forma parte de mi vida y
no puedo pretender vivir sin él. Pero cierto es que puedo vivir con paz aun
con miedo. Pacificada mi alma y en calma. Tranquilo sabiendo que todo está en
las manos de Aquel que me ama con locura.
Tengo pocas certezas en mi vida.
Sólo algunas. Amores humanos que percibo como roca en medio de las olas
rompiendo contra ellas.
Amores humanos y el amor de Dios
que un día irrumpió en mi vida, en mi barca, para mostrarme caminos diferentes
a los que yo buscaba.
«Vamos a la otra orilla«, me
dijo.Y yo me dejé hacer por la fuerza del viento de Dios para surcar aguas
ignotas.
Y sentí en la piel el dolor del
calor y la sal que me hacía confiar en medio de las aguas. Y así lo hice, con
miedo y sal, con paz y llanto.
Recorrí esos mares desconocidos
guiado de su viento, de su mano. El temor y la paz conviven en mi alma. Y
siento que me calmo al notar cerca su aliento. El de Dios, no dudo.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia