No puedes comprender todas las cosas que suceden, pero sí creer que la Trinidad está detrás de todo conduciendo con amor
![]() |
| Roman Samborskyi | Shutterstock |
La
Santísima Trinidad muestra la comunión en Dios. Esa armonía entre el Padre que
me ama con misericordia, Jesús que camina a mi lado para que no tema y ese
Espíritu que saca lo mejor que hay en mi corazón.
Es la
comunión a la que estoy llamado. Una armonía que me cuesta
vivir en mi corazón roto. En el que quisiera que todo
estuviera unido.
Pero no
es así. Y por eso me
cuesta tanto construir la comunión a mi alrededor. Porque en mi vida no hay
unidad.
No
quiero que el odio me divida, ni la envidia, ni los celos, ni el egoísmo.
Todos mis pecados me
dividen y aíslan. Me separan de mi hermano y me hacen
desear su mal.
La unión es un regalo
La
comunión de la Trinidad que es familia se
convierte en un ideal para mi vida. Quiero vivir esa comunión que sólo se puede
comprender como un don bajado
del cielo.
Dios me puede dar lo que yo solo no sé construir.
Un
corazón en paz es el que puede pacificar. Y un corazón unido es el que puede
unir y gestar familia. Un corazón lleno del Espíritu de comunión que se me
regala.
El
Espíritu santo penetra mi alma y me hace hijo, niño dócil. Niño humilde y
sencillo. Pequeño y necesitado. Un niño que no despierta envidia ni odio.
No
compito con ese niño pequeño que no puede hacerme sombra. La humildad del niño alegre y confiado es
la que me salva.
El milagro interior que logra el Espíritu Santo
Tengo
claro que el Espíritu no me convierte en todopoderoso. No me vuelve invencible
e infalible. No me hace poseer todos los conocimientos y verdades.
El
Espíritu Santo me hace ser niño. Me vuelvo pequeño para entrar por esa puerta
pequeña del cielo que está hecha para los niños.
El Espíritu
obra el milagro en mi interior y me vuelve filial. No me vuelve orgulloso ni vanidoso.
No me
hace pensar que no voy a tener problemas en mi vida cuando lo posea en
plenitud. Ni me quita el miedo ante esos desafíos demasiado grandes a los que
me enfrento.
No
resuelve todos los problemas ni me hace pensar que nada malo va a pasarme. Ese
milagro no lo consigue, pero sí logra otras cosas en mi interior.
Fuerza y paz
El Espíritu Santo me da valor y fuerza para lanzarme por encima de
la cornisa y volar sin que el miedo me paralice. Me da fe en mí mismo. Y me
permite creer en todo lo que puedo llegar a hacer.
Me
alegra pensar que ni en la derrota ni en la victoria Jesús no me va a dejar.
El
Espíritu Santo lo que hace es ensanchar mi alma para que ame más y hace más
vasta mi mirada para que llegue más lejos en un horizonte infinito.
Un
corazón grande es lo que necesito, aunque sufra más. Cuando más amo más sufro,
lo sé.
El
Espíritu Santo me hace hijo, niño y me enseña a pedir lo que más me conviene,
aunque nunca lo sabré bien del todo.
Me
pongo en las manos de Dios y confío en su poder inmenso. El Espíritu Santo me
da paz para entender que no todo está perdido y nada está ganado hasta que
llegue al cielo.
Me
revela que Dios va conmigo e ilumina mis pasos. Comenta el papa Francisco:
«Muchas veces ocurren hechos en
nuestra vida cuyo significado no entendemos. Nuestra primera reacción es a
menudo de decepción y rebelión. La acogida es un modo por el que se manifiesta
en nuestra vida el don de la fortaleza que nos viene del Espíritu Santo. Sólo el Señor puede darnos la
fuerza para acoger la vida tal como es, para hacer sitio incluso a
esa parte contradictoria, inesperada y decepcionante de la existencia».
Dios está detrás de todo
El
Espíritu Santo me sostiene, me salva en las dificultades. Me levanta y me lleva
a aceptar la vida tal y como viene.
No
comprendo todas las cosas que suceden. Ni entiendo el sentido de lo
incomprensible. No pretendo comprenderlo todo porque no tienen sentido muchas
cosas.
Pero
por el Espíritu Santo creo que Dios está detrás de todo conduciendo mi vida con
amor:
«Los ojos del Señor están puestos en
sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la
muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Nosotros aguardamos al Señor: él es
nuestro auxilio y escudo; que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti».
Esa
esperanza me la da el Espíritu Santo. Él me regala la paz de saber que mi vida le pertenece a
Dios por entero.
Y no
tengo derecho a nada, ni a la vida, ni al amor, ni a la salud. Todo es don. Con
actitud de hijo agradecido miro a mi alrededor y confío. Dios me sostiene en la fuerza de su
Espíritu.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






