Jaime Rocha colaboró con la CIA para localizar a Gadafi en Libia. El espía lo cuenta 30 años después
![]() |
Foto cedida por Jaime Rocha |
Involucrado en Madre Coraje
Ese amor por los demás también
llevó a Rocha participar en la asociación Madre Coraje, de la que fue uno de
sus primeros miembros y en la que también ejerció como presidente nacional y
como delegado de Cádiz. «Ahora soy secretario en esta misma delegación»,
asegura.
«Una de nuestras mayores
preocupaciones es la educación», y en Mozambique, por ejemplo, «hemos creado ya
más de 3.000 puestos escolares». También «nos dedicamos a la ayuda humanitaria».
Comenzamos mandando un contenedor al año a Perú con medicamentos, ropa o
libros, entre otras cosas, y ahora mandamos tres al mes», concluye.
Pero Jaime tenía mujer y cinco
hijos en la vida real, y no en las distintas identidades que se fabricaba. «La
arquitectura de los personajes siempre era muy simple para no levantar
sospechas, y porque no quería que nadie tuviera ningún dato del que pudieran
tirar e identificar a mi familia». El objetivo era «proteger a Carmen y a los
niños», así que Rocha se quitaba el anillo y «cualquier otro recuerdo
familiar».
Junto a la familia, la fe es otra
de la realidades presentes en la vida de este espía nacido en 1945. Y del mismo
modo que se tenía que quitar el anillo por su seguridad y la de su familia,
«también me quitaba la cruz que llevaba colgada al cuello», detalla. «Eran
países y situaciones en las que no podías hacer nada que tuviera que ver con tu
creencia». De todas formas, lo que nunca faltó fue ese diálogo interior con el
Señor: «Yo siempre he hablado mucho con Dios».
Rocha fue «educado en el
catolicismo». «Estuve en colegios religiosos, maristas y marianistas, en
Valencia y Cádiz respectivamente, y esta siempre ha influido en todas mis
decisiones», reconoce. Incluida la de ingresar en el CESID, porque «de mi fe me
viene ese amor por los demás, el estar a su servicio, que en este caso era la
defensa de mis compatriotas», explica. «Siempre me acompañó la idea de tratar de
evitar a los españoles los males que pudieran venir de una agresión exterior».
Objetivo: entrar en Trípoli
Un amor a los demás vivido a
expensas de su propia seguridad, como ocurrió en uno de los episodios más
destacados de su carrera. Tras el atentado del 5 de abril de 1986 en la
discoteca La Belle, de Berlín, frecuentada por militares americanos, el
presidente de Estados Unidos «ordenó bombardear numerosos objetivos en las
ciudades libias de Trípoli y Bengasi», desde el aeropuerto hasta distintas bases
aéreas y, por supuesto, campos de entrenamientos terroristas. Después de
aquella operación, bautizada como esta biografía novelada, Operación
El Dorado Canyon –de la que se han venido ya cerca de 3.500 ejemplares
en tres ediciones–, «la CIA le pidió al CESID que mandaran a alguien a Trípoli
a comprobar los efectos de los bombardeos, a fotografiar la artillería
antiaérea y a tratar de localizar a Gadafi», rememora Rocha, que «en aquel
momento dirigía las redes clandestinas que teníamos en el Magreb, desde Libia
hasta Mauritania».
El general Manglano –entonces
director del CESID–, sin embargo, no envió a Jaime, sino a un compañero
infiltrado dentro de los periodistas que querían aterrizar en Libia para contar
lo sucedido. «Me dijo que a mí me podrían reconocer porque había viajado mucho
al país y que sería peligroso». Pero a la prensa no la dejaron desembarcar y
tuvieron que emprender el viaje de vuelta. En la segunda reunión, Manglano no
tuvo más remedio que mandar a Rocha, que era quien mejor conocía la zona. El
espía logró entrar en el país «disfrazado de ingeniero de una empresa
española». Entonces, pudo fotografiar los distintos objetivos y volver sano y
salvo.
José Calderero de Aldecoa
Fuente: Alfa y Omega