15 – Julio. Jueves. San Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia
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Venid a mí todos los que estáis cansados
y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí,
que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras
almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Comentario
La Sagrada Escritura habla a
menudo de la vida en términos de peregrinación: caminamos, personalmente y como
pueblo, hacia un descanso del que no podemos disfrutar aquí plenamente. Sin
embargo, quien nos procurará ese descanso, Cristo, camina con nosotros; es más,
camina “en nosotros”, y por eso el descanso ya es posible mientras
peregrinamos, aunque no lo podamos experimentar en plenitud. La clave está en
darnos cuenta de la presencia de Jesús en nuestros corazones y en ponernos en
sus manos: en caminar en diálogo con él, compartiendo con él todos nuestros
deseos y afanes.
El cansancio y el agobio también
pueden venir por la falta de escucha de aquellos a los que hemos sido enviados.
Cristo nos ayuda a dar sentido a ese cansancio (cfr. Col 1,24). Y a realizar la
misión de llevar el evangelio y hacerlo vida propia con rectitud de intención.
No hablamos de Dios tan solo a los que sabemos que van a responder. Dios, al
enviar a Jeremías y Ezequiel, les dijo que muchos no los escucharán, pero que
nadie podría ya decir que no había habido un profeta entre ellos (Jr 7,27; Ez
2,5).
Cristo nos dejó con su vida unas
huellas para seguir (1P 2,21) y, al hacerlo, ha dado sentido a nuestros
cansancios: él caminó y camina entre nosotros, con su corazón manso y humilde,
como buen pastor que no se cansa de buscar y cuidar a sus ovejas. Con su
corazón, el peso de la vida, sin dejar de ser peso, se lleva de otra forma. Así
lo expresaba San Pablo: “estoy convencido de que los padecimientos del tiempo
presente no son comparables con la gloria futura que se va a manifestar en
nosotros” (Rm 8,18).
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus Dei