12 – Julio. Lunes de la XV semana del Tiempo Ordinario
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En aquel tiempo, Jesús dijo a sus
apóstoles: “No piensen que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a
traer la paz, sino la guerra. He venido a enfrentar al hijo con su padre, a la
hija con su madre, a la nuera con su suegra; y los enemigos de cada uno serán
los de su propia familia.
El que ama a su padre o a su
madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que
a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de
mí.
El que salve su vida, la perderá
y el que la pierda por mí, la salvará.
Quien los recibe a ustedes, me
recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado.
Quien diere, aunque no sea más
que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les
aseguro que no perderá su recompensa’’.
Cuando acabó de dar instrucciones
a sus doce discípulos, Jesús partió de ahí para enseñar y predicar en otras
ciudades.
PALABRAS DEL SANTO PADRE
Cuando Jesús afirma el primado de
la fe en Dios, no encuentra una comparación más significativa que los afectos
familiares. […] La invitación a poner los vínculos familiares en el ámbito de
la obediencia de la fe y de la alianza con el Señor no los daña; al contrario,
los protege, los desvincula del egoísmo, los custodia de la degradación, los
pone a salvo para la vida que no muere. La circulación de un estilo familiar en
las relaciones humanas es una bendición para los pueblos: vuelve a traer la
esperanza a la tierra. Cuando los afectos familiares se dejan convertir al
testimonio del Evangelio, llegan a ser capaces de cosas impensables, que hacen
tocar con la mano las obras de Dios, las obras que Dios realiza en la historia,
como las que Jesús hizo para los hombres, las mujeres y los niños con los que
se encontraba. AUDIENCIA GENERAL 2 de septiembre de 2015
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