18 – Julio. XVI Domingo del Tiempo Ordinario
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Los apóstoles volvieron a
reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les
dijo: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco». Porque
eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. Se
fueron en barca a solas a un lugar desierto. Muchos los vieron marcharse y los
reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel
sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se
compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso
a enseñarles muchas cosas.
Comentario
Jesús busca un lugar solitario
para poder descansar. Eran tantos los que venían a verle que no encontraban
tiempo ni para comer. Se marchan en una barca a un lugar desierto, pero, en
cuanto llegan, se encuentran con una multitud que le busca. Y Jesús mirándolos
con compasión, se olvida de descansar y se queda con ellos enseñándoles muchas
cosas.
Toda la vida de Jesús pasa por el
amor. Trabaja desde el amor y descansa desde el amor. Jesús descansa mirando a
la multitud, mirándolos con amor, conmoviéndose interiormente por todos y cada
uno de ellos.
Y, así, nos enseña cómo el
descanso verdadero nace del amor. Un descanso que regenera, que permite mirar
al otro y gozar con él.
Por el contrario, cuando nos
miramos a nosotros mismos, cuando buscamos descansar pensando únicamente en
nosotros, entonces ningún descanso regenera, ningún descanso es suficiente. A
veces creemos necesitar ciertos desahogos porque estamos a disgusto con nuestro
trabajo y queremos huir de él. Y buscamos entretenimientos que nos evaden de la
realidad, de la vida, de los demás. Y, al final, ese descanso deja una
insatisfacción interior.
Jesucristo va a descansar, pero
no para olvidarse de esa multitud, sino para poder darse a ella. Por eso, al
verla se pone a su servicio, porque sabe que la única manera de descansar es
abriéndose a ella.
Lo mismo nos sucede a nosotros.
Cuántas veces nos ha pasado que después de un día de cansancio, al llegar a
casa, nos hemos olvidado del cansancio porque había algo que nos interesaba y
nos hemos puesto con ello sin pensar en otra cosa.
Lo que nos hace descansar no es
no hacer nada, sino descubrir el amor que hay detrás de nuestra vida, descubrir
al Amor-Dios que ha estado en nuestro día, descubrir nuestros amores. Lo que
necesitamos para descansar es parar para poder conmovernos y mirar al otro con
gozo.
Precisamente, Dios nos ofrece el
domingo para descansar. Dios nos dice: “para, para un poco; date cuenta de
quién eres; no vayas tan deprisa por la vida; si vas deprisa pierdes el
horizonte”.
Necesitamos parar para contemplar
este mundo y gozarlo, para vivir en la alabanza y gratitud, para mirar a
nuestra familia, amigos, trabajo y decir: “¡Qué bonita es la vida!”. Para ver
qué llevamos en el corazón, si durante esa semana lo hemos llenado de ceniza o
de fuego enamorado.
En definitiva, para descubrir que
somos hijos de Dios. Como nos aconseja san Josemaría: “Descansa en la filiación
divina. Dios es un Padre –¡tu Padre!– lleno de ternura, de infinito amor.
–Llámale Padre muchas veces, y dile –a solas– que le quieres, ¡que le quieres
muchísimo!: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo” (Forja 331).
Jesús descansa conmoviéndose
interiormente, mirando con gozo a aquellos hombres y mujeres. También nosotros
descansaremos cuando sepamos reencontrar con Cristo el sentido de nuestros
trabajos y quehaceres, cuando nos conmovamos interiormente ante nuestro marido,
mujer, hijos, hermanos, amigos, y los miremos con gozo
Luis Cruz
Fuente: Opus Dei