17 – Julio. Sábado de la XV semana del tiempo Ordinario
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Al salir de la sinagoga, los
fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó
de allí y muchos lo siguieron. Él los curó a todos, mandándoles que no lo
descubrieran. Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Isaías: «Mirad a mi
siervo, mi elegido, mi amado, en quien me complazco. Sobre él pondré mi
espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará,
nadie escuchará su voz por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha
vacilante no la apagará, hasta llevar el derecho a la victoria; en su nombre
esperarán las naciones».
Comentario
Dios, buen pedagogo, había dicho
al pueblo de Israel que se le podía encontrar en el susurro de una brisa suave
antes que en el huracán o el terremoto (cfr. 1Reyes 19,3-15). Una y otra vez
debían ser corregidas las expectativas de aquellos hombres, a los que les
costaba tanto salir de su forma de comprender las cosas. En ese susurro es como
Jesús, el Mesías esperado, vino al mundo: en el silencio de la noche y en un
lugar pequeño y apartado. Y con ese susurro es como llevó a cabo su misión:
como Siervo sufriente (cfr. Is 42,1-4). De esto había hablado Isaías, pero la
mayoría no lo había entendido: el Mesías se iba a enfrentar con el
endurecimiento y el rechazo, en concreto, de los dirigentes del pueblo de
Israel.
Jesús se duele de ese rechazo,
pero no se sorprende. Conoce los corazones. Y, aun así, no da la espalda a lo
que sabe que va a venir. Ha venido a instaurar un Reino de amor, reino del que
también había hablado Isaías (cfr. Is 11,1-9): “Fuego he venido a traer a la
tierra, y ¿qué quiero sino que arda? Tengo que ser bautizado con un bautismo, y
¡qué ansias tengo hasta que se lleve a cabo!” (Lc 12,49-50). “Aquí está mi
Siervo, a quien elegí, mi amado, en quien se complace mi alma”: ¡cuánto
dicen estas palabras de Dios Padre, y que luego todos oirán cuando Jesús sea
bautizado en el Jordán! He ahí el amor verdaderamente divino, el fuego que
ni las aguas más caudalosas pudieron ni podrán jamás apagar (cfr. Ct 8,7).
El Señor se echa hacia adelante
con decisión. San Pablo lo expresa así de sí mismo: “Olvidando lo que queda
atrás, una cosa intento: lanzarme hacia lo que tengo por delante, correr hacia
la meta” (Flp 3,13-14). Quizá a nosotros, como cristianos, podría retraernos
ver el rechazo de tantos a Cristo o la aparente falta de fruto. No olvidemos,
por un lado, lo que dice Dios a Samuel: “No es a ti a quien rechazan, sino a
mí, para que no reine sobre ellos” (1Samuel 8,7). No olvidemos, por otro, que
el amor de verdad, el que transformará los corazones y cambiará al mundo, se
prueba, se avalora, en el sacrificio por el amado: Dios y los hombres. Damos
nuestra vida por amor a Dios y por los que amamos con el amor de Cristo: porque
Cristo ha venido a llamar a los pecadores, que somos todos; porque Dios quiere
que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cfr.
1Tm 1,15; 2,4).
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus Dei