La fecha no podía ser otra que la memoria de los abuelos de Jesús: san Joaquín y santa Ana, padres de la Virgen María, esto es, el 26 de julio
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Revista Ecclesia |
«La pirámide de
población de España continúa su proceso de envejecimiento, medido por el
aumento de la proporción de personas mayores, las que tienen 65 ó más años»
(CSIC: Un perfil de las personas mayores en España: 2020). La configuración
demográfica de nuestro país, y de tantos otros del ámbito occidental del mundo,
está marcada por el aumento de la esperanza de vida, y por el descenso de la
natalidad, promovido a través de una ingeniería social que despenaliza el
aborto, promueve la anticoncepción y dibuja un modo de realización de la
persona que ve a los hijos como un obstáculo para el desarrollo propio. Y no
quedándose contenta dicha sociedad, llega a rizar el rizo, promoviendo en no
pocas ocasiones la exclusión de los ancianos, su descarte, en términos del Papa
Francisco, por no alcanzar los estándares de utilidad productiva marcados por
los señores de este mundo.
El valor de cada vida
La Iglesia, con la voz
profética que recibe de su Señor, nos quiere recordar el valor de cada vida, y
en concreto, de la de los ancianos, a través de la convocatoria de la Primera
Jornada Mundial de los abuelos y personas mayores. La fecha no podía ser otra
que la memoria de los abuelos de Jesús: san Joaquín y santa Ana, padres de la
Virgen María, esto es, el 26 de julio.
Los últimos Papas han
puesto su mirada en las personas mayores de diversas maneras: san Juan Pablo II
a través de la preciosa Carta a los ancianos de 1999; el papa Benedicto XVI,
con intervenciones diversas y llenas de hondura teológica, y Francisco con la
fiesta de los ancianos en Roma en 2017, además de un extenso magisterio en contra
de la «cultura del descarte».
En su mensaje para la
Jornada, Francisco hace un guiño a los abuelos del Señor. Joaquín y Ana,
ancianos ya, no habían sido padres. Cuenta el apócrifo evangelio del Pseudo Mateo,
que estando Joaquín entre los que ofrecían incienso al Señor, se le acercó un
escriba de nombre Rubén y le dijo: «“no te es lícito mezclarte entre los que
ofrecen sus sacrificios a Dios, puesto que Él no se ha dignado bendecirte,
dándote descendencia en Israel”. Así pues, sintiéndose avergonzado ante el
pueblo, se retiró del templo llorando, y, sin pasar por casa, se fue a una
región muy lejana». Joaquín fue descartado y en medio de la noche oró al Dios
de la misericordia que le envió un ángel para decirle en su nombre: «yo estoy
contigo».
De este relato toma el
Papa el sentido de la Jornada: que cada mayor reciba la visita de un ángel que
en nombre de Dios le diga que no está solo, que su vida cuenta, que su
debilidad es amada, bendecida y fuente de su santidad, que la Iglesia cuenta
con ellos en su tarea de extender por todo el mundo el Reino de un Dios que no
nos valora según pirámides de población o producción, sino porque nuestro
nombre está grabado en la palma de su mano. «Su vocación es la de custodiar las
raíces, anunciar el Evangelio y cuidar a los pequeños. ¡No lo olviden!», dice
Francisco en su mensaje.
En palabras de
Vittorio Scelzo, del Dicasterio para los laicos, la familia y la vida, y
director de la oficina para personas mayores y niños, «el reto con los mayores
parece ser el de construir un edificio espiritual a partir de lo que en
apariencia es solo material de desecho, estructuralmente inadecuado para
soportar un peso considerable. En términos evangélicos, utilizar piedras
desechadas como piedra angular».
Ángeles que adoptan
rostros concretos y diversos: desde la visita de un nieto o un hijo, a llamadas
de teléfono, una caricia o un gesto con quienes han entregado su vida para que
nosotros tengamos vida.
Yo
estoy contigo todos los días
El lema elegido para
la jornada es «Yo estoy contigo todos los días» (Cf. Mt 20, 28), y en él se ha
basado el mensaje que los obispos españoles nos han dirigido para esta ocasión,
que está estructurado en torno a tres ámbitos en los que se hace realidad ese
estar con nosotros: la cercanía del Señor, la cercanía de jóvenes y mayores, y
la cercanía de la Iglesia.
» 1. La cercanía del
Señor. El Salmo 71 describe muy bien esta cercanía de la que nos hablan los
prelados en su mensaje: «Dios mío, me has instruido desde mi juventud, y hasta
hoy relato tus maravillas, ahora, en la vejez y las canas, no me abandones,
Dios mío, hasta que describa tu brazo a la nueva generación». Y es que los
abuelos y los mayores son agentes evangelizadores de primer orden, transmisores
de la fe en la familia, muchas veces, los únicos transmisores de la Palabra y
el amor de Dios. A veces las comunidades sitúan a los ancianos solo como
receptores de una pastoral asistencial, cuando están llamados a vivir su
bautismo sin fecha de caducidad. Como les recuerda el Papa: «no hay edad a la que
puedas jubilarte de anunciar el Evangelio».
» 2. La cercanía de
jóvenes y mayores. La calidad de una sociedad se puede medir por termómetros
diversos. Uno de ellos es el trato a los mayores por parte de los jóvenes. En
su Carta a los ancianos, san Juan Pablo II decía con contundencia: «Los
aspectos de la fragilidad humana, relacionados de un modo más visible con la
ancianidad, son una llamada a la mutua dependencia y a la necesaria solidaridad
que une a las generaciones entre sí, porque toda persona está necesitada de
otra, y se enriquece con los dones y carismas de todos».
Los jóvenes de las
generaciones presentes no pueden obviar su responsabilidad con los mayores,
depositarios además de la memoria colectiva sobre la que construir la sociedad.
Interpretar el presente para construir el mañana sin la voz autorizada de los
ancianos es sencillamente imposible: «No desprecies lo que cuentan los viejos,
que ellos también han aprendido de sus padres» (Eclo 8,9).
Vivimos tiempos duros
para todos en el estado actual de pandemia. Muchos jóvenes mostraron una gran
caridad con ancianos y necesitados durante la llamada primera ola, cuando el
mundo entero estaba consternado mientras veía personas morir por falta de
respiradores.
No perdamos ese rumbo
ahora que formas inadecuadas de ocio juvenil pueden generar consecuencias
desastrosas para los más vulnerables, entre los que se encuentran los ancianos.
» 3. La cercanía
de la Iglesia. La Iglesia muestra su cercanía a los ancianos y a través de
ellos. El Papa emérito Benedicto XVI ponía el acento a este respecto en la
oración: «la oración de los ancianos puede proteger al mundo, ayudándole tal
vez de manera más incisiva que la solicitud de muchos».
Mensaje este
totalmente contracultural en un mundo utilitarista que mide la eficacia en
términos contables. La oración nos da el rumbo, el puerto al que dirigirnos en
medio de la tempestad.
¡Cuántos niños hoy
conocen las oraciones gracias a sus abuelos; cuántas personas piden oraciones
por sus intenciones a personas mayores! Un pulmón en la Iglesia y una luz que
nos sigue recordando que no somos engranajes productivos, sino hijos de un
Padre cuyo amor da sentido a nuestra vida. Un amor, una cercanía, expresados en
multitud de iniciativas eclesiales en las que los abuelos y los mayores son el
rostro del Señor ante el que la Iglesia se postra: congregaciones religiosas al
servicio de su cuidado, proyectos de Cáritas, actividades parroquiales y de una
manera singular, vida ascendente, cuyo objetivo es llevar y fomentar el mensaje
evangélico a los mayores para que los mismos puedan poner al servicio de este
mensaje, su caudal de fe, experiencia y su tiempo.
Esta jornada puede ser
una ocasión preciosa para recuperar el protagonismo de los ancianos. Recordar
que no son piedras de desecho, sino piedras angulares en la construcción de la
Iglesia. En medio de esta pandemia en la que muchos han vivido o han quedado en
soledad, el papa Francisco nos invita a prometer a cada abuelo, a cada mayor:
«yo estoy contigo todos los días».
Fuente: Revista
Ecclesia