Sufro una herida cuyo origen yo mismo desconozco y pido a Dios una vida perfecta, pero no llega...
![]() |
| mamormo | Shutterstock |
Quiero ser perfecto para brillar
más. Sin darme cuenta de que entonces, cuando soy yo el que brilla, no
dejo ver el rostro de Dios.
Es una paradoja que me desarma y
me priva de todas mis seguridades.
Jesús no quiere que sea soberbio.
No quiere que caiga en el orgullo y en la vanidad. No quiere que me sienta
mejor que todos.
Me mira y me recuerda quién
soy, de dónde vengo, a dónde voy. Y me recuerda que sólo Él me basta.
Ni todos los aplausos ni toda la
paz del mundo saciarán la sed de mi alma.
Me gusta mucho ese encuentro de
Pablo con Dios:
Por eso, muy a gusto presumo de
mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso, vivo
contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las
persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque, cuando soy débil,
entonces soy fuerte».
¡Cuántas veces he meditado este
texto y he pensado en la pobreza de mi vida!
Sufriendo por mis heridas
Me impresiona la humildad de
Pablo. Reconoce públicamente que hay una espina en su carne.
Sin explicar cómo es, habla de
una debilidad en su vida, de una grieta por la que se le escapa la vida y
sufre.
Una fragilidad que no le permite
alcanzar la perfección soñada. Y sufre entonces porque es como si una sombra
matara sus sueños de plenitud.
Me siento tan identificado con él…
También yo sufro una herida cuyo origen yo mismo desconozco.
Y en ese dolor que siento por
dentro, similar al dolor de Pablo, también le pido a Dios como él -tres o más
veces, ya no recuerdo- que se acabe mi sufrimiento. Que es más fácil vivir sin
heridas ni dolores, sin tentaciones ni caídas.
Soñar con la perfección
Le he pedido a Dios tantas veces
dejar de sentir la tentación, o sentirla menos o sintiéndola dentro ser capaz
de vencerla…
He querido ser más fuerte que mi
propia debilidad, más firme, más recio, más voluntarioso.
He soñado con mi fuerza de
hombre, tan humana, tan limitada y grande a la vista de mis ojos.
¡Cuánto valoro la cultura, la
inteligencia de los hombres, su elocuencia, su sabiduría, su fortaleza, su
aparente impecabilidad! Y acabo deseando lo mismo que admiro en otros.
Bendita vanidad. Le suplico
a Dios de rodillas y en ocasiones, no sé contarlas, he llegado a pensar que sí,
que lo había logrado, lo había recibido.
Me creo que yo soy más fuerte,
más firme, más heroico, más puro. En esos momentos tan escasos me he
llegado a sentir entero, completo, sin grietas, lleno, inmaculado.
La gracia es suficiente
Pero esos momentos no fueron
eternos. La victoria que yo creía definitiva fue solo una batalla ganada,
nada más que eso.
Y de nuevo volvió la espina a mi
carne, o la fragilidad a mi alma, o esa vulnerabilidad mía que no me
deja correr por la vida.
Y brotó mi llanto alzado al cielo
en forma de cascada. Rogando de nuevo la curación, la sanación, la victoria
definitiva, un final feliz.
¿Cuántas veces he pedido tener
una vida perfecta? Ya no lo recuerdo. De nuevo a menudo vuelvo a rogar lo
mismo sin darme cuenta.
Es como si mi inconsciente me
jugara una mala pasada y volviera a suplicar ser fuerte, sin aceptar ser débil.
Y escucho esa misma respuesta que
tanto me incomoda hoy al leerla:
Te basta mi gracia
¿De verdad me basta su gracia
para ser feliz, pleno, para ser luz y esperanza? ¿Es suficiente para llegar a
lo alto del cielo, de las cumbres y mirar sonriendo mi valle?
¿Basta su gracia para escalar las
escarpadas laderas de mi alma, para penetrar en los cielos que mi alma sueña y
anhela como agua que pueda calmar la sed?
Aceptar la debilidad
He visto que es frágil aquello
que me propongo, lo que deseo realizar, la decisión que tomo, el camino que
elijo.
Y veo que me muevo en esas arenas
movedizas en las que todo parece demasiado frágil, demasiado líquido.
Y mi herida, ese dolor hondo de
la espina clavada en mi carne… Me defiendo de mi debilidad. Quiero ser fuerte.
Y hoy me recuerdan que tengo que aceptar ser débil. Decía el padre
José Kentenich:
«Nuestro desarrollo ha sido a
menudo enfermizo y nuestro instinto de amor se ha desarrollado débilmente. Si
Dios no toma en sus manos nuestro instinto de amor y lo arrastra hacia el sol,
seguiremos siendo siempre chapuceros en el campo del amor. ¡Aumenta, Señor, en
nosotros el amor!».
King, Herbert. King Nº 2 El Poder del Amor
Vuelvo a recordarlo. Su gracia me
basta. Quiero dejarme llevar, arrastrar por ese amor que Dios me tiene. Él me
ama con locura:
«Dios puede velar por un único
hijo como si no tuviera otra cosa que hacer ¡Qué felicidad saber que Él me
quiere! Y me quiere aún más cuando no me he portado bien».
Dorothea Schlickmann, José Kentenich, una vida al pie del volcán
Y me ama aún más cuando me
acepto débil y necesitado. Cuando caigo desvalido ante sus pies y suplico
que me levante y me lleve en sus brazos hasta el final del camino.
Cuando soy débil y lo acepto y
reconozco, entonces, sólo entonces, soy fuerte. Porque es su poder el que me
lleva y eleva. Eso me basta.
No quiero olvidarme. No
quiero buscar en mí la fuerza, sólo en Él, en su amor íntimo.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






