La respuesta está escondida en nuestro corazón y el problema se soluciona viviendo la gratuidad del amor
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Un ejemplo de sinceridad en
el Evangelio, cuando Pedro le dice a Jesús todo lo que piensa:
«En aquel tiempo, dijo Pedro a
Jesús: -Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos va a
tocar?».
La sinceridad es el arma de los
honestos. Decir lo que pienso sin miedo al rechazo. Expresar mis opiniones y
sentimientos.
¿Y si estoy equivocado en mi
juicio? Puede ser falsa la interpretación que hago de lo que siento. Pero
lo que siento es verdadero porque soy yo el que lo siente en el alma, muy
dentro.
Decir lo que estoy pasando por
dentro es verdadero. Aunque el que ha provocado en mí el sentimiento no tenga
la intención de hacerme daño.
Por eso no descalifico nunca
lo que mi hermano siente. Si se siente ofendido, abusado, herido, eso es
verdadero. Tal vez no quise ofender, ni herir, pero es verdadero el
sentimiento.
Expresarse, por salud
Decir lo que pienso es sano. Decir
lo que siento, lo que hay en mi corazón. Mi rabia y mi paz, mi incomodidad y mi
alegría.
Mis sentimientos de envidia que
anidan en el corazón. Mis pretensiones ocultas. Mis deseos íntimos. Todo lo que
hay en mí, todo lo que observo y juzgo.
Ser asertivo es un valor. Decir
lo que pienso y siento. A menudo me guardo todo y con ello no consigo
nada. Aumenta mi ansiedad y me siento incapaz de avanzar.
Me guardo mis opiniones, mis
deseos, mis proyectos. Escondo lo que deseo hacer y me amoldo a lo que los
demás esperan de mí.
Pero esa actitud sumisa acaba
pasándome factura.
Me guardo tanto mis preguntas
incómodas, mis opiniones y deseos verdaderos pretendiendo una falsa
humildad, que sufro y me duele el alma por dentro.
Tampoco vivir hiriendo
Es cierto que no tengo
derecho a decir todo lo que pienso si con ello ofendo, hago daño, o hiero. No
tengo razón al gritar mis verdades por mucho que sean verdad en mi alma.
La sinceridad es valiosa. Siempre
que la practique desde la caridad. No quiero herir con mis opiniones y
juicios.
No quiero que por querer ser
sincero pase por la vida haciendo daño. Esa tampoco es la intención.
No pretendo vivir hiriendo. Pero
sí siendo sincero como lo es Pedro. Él quiere preguntarle a Jesús lo que va a
recibir a cambio de haberlo entregado todo.
¿Siempre esperar algo a cambio?
En la vida es así. Doy
mucho, digo que lo hago por amor, porque quiero, pero luego paso factura.
Exijo que me quieran lo mismo,
que me den como contrapartida una parte equivalente a lo que yo he dado.
Y entonces el alma vive exigiendo
lo mismo que da. Si soy generoso que también lo sean conmigo.
¿Cuál es el pago que recibo por
entregarle la vida a Jesús? Quizás pienso en bienes materiales, en prestigio.
¿Qué no es un regalo?
Dejarlo todo por amor es un don
de Dios, no es mérito mío. La generosidad hasta el extremo es un regalo de
Dios en mi vida.
¿Estoy dispuesto a dejarlo todo?
¿Qué he dejado por amor a otros? ¿Y por amor a Dios? ¿Me he entregado por
entero, le he dado todo lo que tengo?
¿Me he abandonado en sus manos
como una barca mecida a su antojo por el viento en el mar?
No lo sé. En ocasiones pienso que
sí, que lo he dejado todo por Él. Pero luego mi corazón guarda tesoros
escondidos. Retengo bolas de oro que no estoy dispuesto a entregar.
Guardo lo que no quiero
entregarle a nadie. Es mío, pienso en mi corazón. Y no deseo que nadie lo
posea.
No me doy por entero en ese
deseo de dárselo todo a Dios. Algo reservo para mí.
¿Hasta dónde llega mi
generosidad?
En la pregunta de Pedro habita el
deseo de un premio. Quiere una compensación por tanta renuncia.
Él se supo amado por Jesús y lo
dejó todo, no preguntó entonces qué recibiría a cambio. Pero ahora quiere saber
más.
Cuando yo lo dejo todo por seguir
los pasos de Dios es porque lo que me ofrece es más grande y valioso que lo que
dejo atrás.
Entonces, ¿por qué siento
que tienen que pagarme algo o compensar mi generosidad?
Me he encontrado con personas muy
generosas. Lo dan todo, no se guardan nada. Siempre están dispuestas a amar, a
dar la vida, su tiempo por los demás.
Preguntan lo que los demás desean
y se ofrecen a ayudar allí donde la necesidad requiera su presencia.
Parece que no hay otras
intenciones detrás de esa entrega altruista. Pero súbitamente surgen
deseos inconfesables escondidos en sus palabras o en sus quejas.
Preguntas no pronunciadas en sus
silencios. Y tristezas provocadas por no recibir lo que nunca han pedido.
Así es el corazón humano que
siempre espera algo. Ama y quiere ser amado. Da y desea recibir.
Dios, fuente de generosidad
Sólo Jesús tiene esa mirada, esa
forma de vivir que no oculta nada. No hay preguntas esperando un pago por lo que
me ha dado.
Esa generosidad de Jesús es la
que yo quiero para mí. Para no pasar factura por todo lo que entrego.
Para no echar en cara lo que he regalado.
¿Acaso he vendido mi vida? La
he regalado sin esperar nada a cambio.
Pero mi corazón mezquino tiene
esas cosas, esos sentimientos ocultos, esos egoísmos y lleva cuenta del bien
realizado y del bien no recibido o el mal sufrido.
Lo hago como donación pero casi
parece una compraventa. Digo que no quiero nada a cambio mientras tiendo
mi mano al cielo esperando una contrapartida.
¡Qué pena aquellos que destruyen
con su mano izquierda lo que construyeron con su derecha!
¡Cuánto bien hacen al ser
generosos y cuánto mal despiertan al exigir aquello a lo que no tienen derecho!
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia