Todo lo que hago importa, todo lo que hablo y callo... Mis actos generosos siembran esperanza, mi negativa a ser solidario siembra individualismo
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Volodymyr TVERDOKHLIB | Shutterstock |
El mal no viene de Dios, sólo el
bien. Pero Dios parece dormir y permite el mal a mi alrededor.
Crece como la cizaña en un
terreno fecundo lleno de espigas de trigo. Y a veces parece que la cizaña, el
mal, el odio son más fuertes que el trigo, que el bien y que el amor.
Y al ver tanto mal a mi
alrededor, me pregunto: ¿realmente puedo yo arreglar algo? ¿Qué estoy
sembrando con mis obras, con mis palabras y decisiones?
Intentando mejorar las cosas
Espero sembrar un trigo puro, un
fruto hermoso, una vida santa.
No sé si lo logro, porque incluso
cuando intento hacer el bien me confronto con mi debilidad, con mis tentaciones
y esos errores que siempre quiero evitar.
Pero no lo consigo y el mal
se impone con fuerza en torno a mí. Por mi causa, por mis actos, por mis
omisiones, por mis palabras y mis silencios cómplices.
Ya no sé si lo que hago trae vida
o muerte. Me muevo en ese claroscuro que tiene la vida en la tierra. Sobre
ese fino alambre que separa el mal del bien, la vida de la muerte.
Me gusta pensar que mis actos
pueden reestablecer el equilibrio perdido.
En este mundo injusto de
desigualdades puedo hacer yo más, puedo ayudar y contribuir a sembrar
un mundo nuevo, más justo.
Compartir con generosidad
San Pablo alienta a no perder la
esperanza:
«Ya que sobresalen en todo: en la
fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos
tienen, distínganse también ahora por su generosidad. Bien saben lo generoso
que ha sido nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, por ustedes se hizo pobre,
para que ustedes, con su pobreza, se hagan ricos. En el momento actual, la
abundancia de ustedes remedia la falta que ellos tienen; y un día, la
abundancia de ellos remediará la carencia de ustedes; así habrá nivelación. Es
lo que dice la Escritura: – Al que recogía mucho, no le sobraba; y al que
recogía poco, no le faltaba».
2 Corintios
El apóstol me pide que no me
conforme con lo que veo a mi alrededor. Que dé de aquello que me falta. Y
entregue lo que no tengo.
Que haga lo que no puedo hacer y
ame cuando soy odiado e ignorado. Un amor más grande que el odio que
recibo. Una dedicación más honda que la indiferencia que me prodigan.
Y que sea generoso con mi
vida, con mi tiempo, con mis bienes, con mi intimidad, con mis verdades, con mi
historia.
Que comparta lo que tengo
sin importarme el qué dirán. Sin que el mundo tenga que intimidarme y evitar mi
entrega. No quiero vivir pendiente de la aceptación que recibo.
¿Darme o cuidarme?
Generoso con lo mío. Un rico que
se hace pobre como Jesucristo. Es tan fácil dejarme consumir por las
tentaciones materiales que me rodean… Como una pandemia de maldad que se
extiende de forma silenciosa saltando las barreras que intento levantar.
Me dicen que me guarde, que me
proteja, que piense en mí, que me cierre en mis entrañas al mal ajeno. Que yo
solo no puedo cambiarlo todo.
Y dos angelitos se erigen en mis
oídos tratando de orientar mi deambular. Por un lado el ángel bueno que me
recuerda que cuanto más dé más recibiré, aquí o en el cielo.
Y el angelito malo que me
incita a cuidar mi vida, mi espacio, mis tiempos, mis decisiones, mi parcela
privada en la que soy feliz.
Que me forme, que me cuide, que
extienda mis redes buscando seguridades y que nunca dé nada sin recibir al
menos un gracias como respuesta.
Sí puedo hacer algo
Me recuerda el papa Francisco:
«El engaño del “todo está mal” es
respondido con un “nadie puede arreglarlo”, “¿qué puedo hacer yo?”. De esta
manera, se nutre el desencanto y la desesperanza, y eso no alienta un espíritu
de solidaridad y de generosidad».
Papa Francisco, Todos hermanos
No todo está fatal y tampoco yo
no puedo hacer nada. Puedo levantarme y cambiar el mundo en el que vivo.
Cambiar mi forma de pensar, de
actuar y de amar. Cambiar mi corazón o al menos Dios puede hacerlo en mí.
Y puedo sembrar esperanzas y con
ellas el deseo de ser más generoso, más magnánimo, más libre, más de Dios. El
deseo de no medir continuamente mis fuerzas y capacidades.
Puedo entregarlo todo y morir en
ese intento por cambiar en algo el mundo que habito. Si yo no hago nada no
puedo exigirle al mundo que lo haga.
Mi actitud importa
Sólo mi ejemplo es atractivo para
los que lo ven. Y si no lo ve nadie, mi vida se entierra en la tierra de
forma misteriosa y dará una luz que iluminará oscuridades.
Los actos ocultos cambian el
mundo aunque nadie sepa y no sean noticia. Que mi mano izquierda no sepa lo que
hace la derecha.
No importa tanto el
reconocimiento sino mi actitud sencilla por la que me entrego y doy
la vida.
Todo lo que hago importa. Todo lo
que hablo y callo. Mis actos generosos siembran esperanza, mi negativa a
ser solidario siembra individualismo. Y es muy difícil salir de ese círculo
egoísta en el que me arrastro buscando mi bienestar.
La vida se juega en presente, en
mis decisiones altruistas, en mi mirada generosa y magnánima. Sólo ahí va
cambiando mi mundo alrededor.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia