El ejemplo de un cura ermitaño pobre, de familia acomodada, la llevó a la fe
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Como ingeniera y militar como religiosa anciana, de Natalia a Madre Adriana |
En febrero de 2012 moría una anciana monja ortodoxa de 90 años, que
durante mucho tiempo no había podido ni siquiera caminar, debido a la fractura
de una pierna. Era la
Madre Adriana Málysheva.
Estar prácticamente encerrada en su celda dependiendo de otras personas no
le había impedido bromear, canturrear y mostrar una memoria prodigiosa. Porque
la Madre Adriana tenía mucho que contar y la periodista Anna Danílova, redactora
en jefe del portal ruso “Pravoslavie i Mir”, tomó
notas y así presentó su libro “De exploradora a monja”,
recogiendo una vida intensa.
Hija no deseada
Al nacer, la pequeña Natasha Málysheva no trajo felicidad a su
madre: ella esperaba a un hijo y a nadie más. “La decepción al ver a su pequeña recién nacida fue
insoportable para la mujer y desde los primeros días esto complicó la vida de
una niña que no tenía ninguna culpa”, diría años después, anciana, ya con el
nombre de Madre Adriana.
La niña tuvo que ganarse amor y atención desde la más corta infancia, aprendió a leer a los
cinco años, repetía todos los deberes que preparaba su hermana mayor, así que después
los maestros del colegio no sabían qué hacer con ella. Aprendió a divertirse
sola. Por ejemplo, le gustaba jugar a correr y pillar al sol que bajaba detrás
del horizonte, segura de que aquella vez sí que lo conseguiría…
La niña y el Hombre en la Cruz
Cuando tenía cinco años,
Natalia se encontró con Cristo. En el monasterio moscovita de la Pasión,
entonces aún no destruido, le enseñaron una Cruz en la que estaba un
Hombre. Unos clavos le atravesaban los pies.
La Natalia de cinco
años hizo todo lo que pudo para sacar, con los dientes, los clavos de
los pies del Salvador. No tuvo éxito. Pero algo quedó clavado en
su alma.
La Segunda Guerra Mundial
En 1941 estalló la
guerra con Alemania. Primero pensaban que duraría unos días, que vencerían al
enemigo sin tiempo siquiera para ir a para defender la Patria. Pero pasaban los
meses y la guerra se alargaba.
“Las bombas caían en la
céntrica calle Arbat, frente al teatro Bolshoy. Me daba cuenta de que
las cosas no iban como nos imaginábamos. Nos preparábamos para celebrar una
victoria pero en la radio hablaban de prisioneros y grandes cantidades de
heridos…”
Natalia se fue
al frente, como voluntaria, en octubre de 1941. No tenía dudas, sabía
que lo tenía que hacer. “Pasé por casa sólo para recoger un par de cosas
necesarias. Antes también me iba de enfermera nocturna al hospital, así
que mi mamá no sospechó nada”, recuerda.
Exploradora para espiar
Enseguida la apuntaron
en un equipo de exploradores. Ella hablaba un buen alemán y su aspecto
de adolescente le ayudaba.
"Teníamos que
arrastrarnos por un lugar abierto. Yo, pequeña y ágil, lo habría logrado, pero
¿qué hacer con un hombre herido? Le vendé como pude y pedí que me
ayudara con los brazos y la pierna sana. Y mientras nos acercábamos al
claro, comenzó a nevar. ¡Caían unos copos de nieve húmeda, gordos, como trozos
de algodón en el teatro! Y bajo este manto de nieve pasamos el sitio
peligroso".
Una muchacha rodeada de hombres
Paz con cohetes
Después de la guerra,
llegó la paz, y Natalia pasó a ser mayor del Ejército en la reserva. Estudió
en la universidad de técnicas aeroespaciales y comenzó a trabajar con
Serguey Koroliov, el legendario ingeniero y diseñador de cohetes espaciales.
Primero fueron años de
labor entusiasta en el equipo de Koroliov, pero tras la muerte trágica de éste,
se vio en una típica “entidad” soviética donde nadie se apasionaba por
su trabajo, nadie se quedaba de noche, etc...
Se venía a cobrar, no a
esforzarse. Y ella se sentía vacía.
La cabaña del cura hijo de coronel
Hermana Adriana
Allí, en el monasterio
restaurado, abrazó la vida religiosa. Le gustaba muchísimo su nombre de
siempre, Natalia. ¿Cuál sería el nuevo nombre monacal que le impondría el
obispo? “Nunca olvidaré cuando el obispo dijo: “nuestra hermana Adriana”.
Apenas pude controlar mi júbilo. Desde entonces me quedé para siempre con mi
santa patrona Natalia, porque ella y su santo esposo Adrián eran una sola alma y
una sola carne”.
Los últimos años la
madre Adriana no podía caminar: a consecuencia de una grave fractura ella,
antes siempre activa, bailarina, esquiadora... quedó atada a un sillón dependiendo
de los demás.
Murió en febrero de
2012.
Las dos reglas de su vida
“En mi vida hay dos
reglas", resumía la anciana religiosa su enseñanza. "Nunca demores
ir allí donde deseas quedarte. Lo aplico en todas las situaciones de
mi vida. La segunda regla vino con los años: nunca muestres a nadie que
estás enfadada. No reacciones a las regañinas o falta de respeto. Lo
mejor es controlarte y contestar con tranquilidad: “¿Te pasa algo? ¿Estás de
mal humor?” Quizá esta forma de humildad es algo egoísta, pero al menos es
humildad. Ni por un minuto admito la grosería en mis relaciones. Siempre
funciona”.
(Este es un artículo de Hemeroteca de ReL; se publicó originariamente en
ReL en octubre de 2012)
Tatiana Fedótova
Fuente: ReL