20 – Agosto. Viernes. San Bernardo, abad y doctor de la Iglesia
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Evangelio según san Mateo 22,
34-40
Los fariseos, al oír que había
hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un
doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el
mandamiento principal de la ley?». Él le dijo: «“Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este
mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se
sostienen toda la Ley y los Profetas».
Comentario
Por algún motivo, a los hombres
nos cuesta creer a Dios, aceptar sus palabras. Nos dice las cosas una y otra
vez, y sin embargo, parece como si no entendiéramos, o no quisiéramos entender.
Le hacemos explicar lo mismo de manera reiterada.
La historia se repite desde Adán
y Eva hasta hoy. A ellos se les dijo que tomar el fruto de un árbol les
acarrearía la muerte, y sin embargo, lo hicieron. Las consecuencias se siguen
notando todavía hoy.
Algo parecido sucede con los
mandamientos. Hoy vemos que a Jesús se le cuestiona sobre cuál es el principal
entre todos. Y el Señor no hace más que invocar la Shemá Israel, que
todos los judíos aprendían desde niños y que tenían en los labios desde hace
siglos: “Escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno. Amarás al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”
(Deuteronomio 6, 5). A esto añade otro precepto antiguo: “Amarás a tu prójimo
como a ti mismo” (Levítico 19, 18).
Sabemos que la respuesta de Jesús
es consecuencia de una pregunta que le hicieron para tentarle. Lamentablemente,
muchas veces nosotros no estamos exentos de ese comportamiento.
¿No tenemos acaso todo lo que se
ordena a nuestra salvación puesto por escrito y en la tradición? Tenemos la
Sagrada Escritura, el Catecismo de la Iglesia, el Magisterio de los Romanos
Pontífices. Tenemos, además, la posibilidad de acceder a los sacramentos y a la
dirección espiritual. La vía la tenemos trazada, y sin embargo, no nos dejamos
convencer por ella. Dios nos habla muchas veces y de muchos modos (cfr. Hebreos
1, 1), pero nosotros seguimos haciendo preguntas que ya están contestadas.
Por eso, el evangelio de hoy
puede ser una llamada para que atendamos la invitación del apóstol Santiago:
“quien considera atentamente la ley perfecta de la libertad y persevera en ella
— no como quien la oye y luego se olvida, sino como quien la pone por obra —
ése será bienaventurado al llevarla a la práctica” (Santiago 1, 25). De eso se
trata la vida del cristiano: de conducirse por una lex perfecta libertatis,
lo cual requiere estudiarla y asimilarla a fondo en la propia vida.
Lo que nos da libertad es amar a
Dios y al prójimo, y es eso lo que nos lleva a la felicidad. Ese es el motivo
por el cual el Señor nos da mandamientos. De hecho, antes de otorgar el
precepto, Él mismo anuncia cuál es el destino de los que así viven: “Escucha,
pues, Israel, y esmérate en cumplir lo que te hará feliz” (Deuteronomio 6, 3).
Ojalá nos convenzamos por fin.
Luis Miguel Bravo Álvarez
Fuente: Opus Dei