5 – Agosto. Jueves de la XVIII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Mateo 16,
13-23
Al llegar a la región de Cesarea
de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el
Hijo del hombre?». Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que
Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el
Mesías, el Hijo del Dios vivo». Jesús le respondió: «¡Bienaventurado tú, Simón,
hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino
mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: tú eres Pedro , y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré
las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en
los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Y
les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Comentario
Cuando Jesús lanza una pregunta
comprometedora a los Doce -¿quién soy yo para vosotros?- Pedro es el que
responde con mayor audacia: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Con esa
respuesta, parece que Pedro se eleva por encima de todos. Jesús le hace ver que
en sus palabras hay algo que va más allá de cualquier conclusión meramente
humana: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan, porque no te ha revelado eso
ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Quizá el mismo
Pedro no entendería todo el alcance de su confesión de fe. En cualquier caso,
en ese momento ha sido capaz de ver más allá de “la carne y la sangre” y se
convierte en nada menos que la roca sobre la que se edificaría la Iglesia de
Cristo.
Pedro parece volar altísimo y,
sin embargo, poco después se desploma. Jesús explica que precisamente su misión
mesiánica pasa por la humillación y la muerte, y Pedro simplemente no entiende.
Aún más, con cierta ingenuidad y arrogancia se pone a reprender a Jesús.
Pretende encerrar la grandeza de Cristo dentro de sus conceptos humanos. Y es
entonces cuando recibe esa dura llamada de atención: “¡Apártate de mí
Satanás!”.
Cuando Pedro se mueve por una
visión simplemente humana, cae y se convierte en motivo de escándalo. En
cambio, cuando se deja mover por la gracia, es capaz de elevarse y tener un
conocimiento profundo de Dios.
Lo que le sucedió a Pedro también
nos puede suceder a nosotros. En ocasiones parece que vemos todo claro, que
todas las piezas de nuestra vida cristiana encajan perfectamente, y que incluso
somos capaces de dar luz a los demás. Son momentos para llenarnos de
agradecimiento por las luces que Dios nos da. Pero si nos descuidamos, si
empezamos a tener una excesiva seguridad en nuestras ideas y opiniones, nos
podemos derrumbar. Y entonces empezamos a razonar desde una perspectiva
simplemente humana. No entendemos los planes de Dios y con nuestras quejas
parece como si estuviéramos intentando corregir al Señor, como hizo Pedro.
En una de sus cartas, san
Josemaría empleaba la imagen del polvo que es levantado por el aire. Cuando
sopla el viento, el polvo es elevado e incluso puede parecer dorado, porque
refleja los rayos del sol. Lo mismo sucede en nuestra vida: aunque a veces nos
sintamos poca cosa, cuando dejamos que nos mueva el soplo del Espíritu Santo
nos podemos levantar muy alto. Con una actitud de humildad y de apertura
sincera a lo que Dios quiera, seremos capaces de movernos con soltura por las
alturas de la vida de fe, reflejando la luz de Dios a las personas que nos
rodean.
Rodolfo Valdés
Fuente: Opus Dei