27 – Agosto. Viernes. Santa Mónica
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Evangelio según san Mateo 25,
1-13
Entonces se parecerá el reino de
los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del
esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. Las necias, al
tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes
se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les
entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Que
llega el esposo, salid a su encuentro!”. Entonces se despertaron todas
aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias
dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las
lámparas”. Pero las prudentes contestaron: “Por si acaso no hay bastante
para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo
compréis”. Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban
preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más
tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo: “Señor, señor,
ábrenos”. Pero él respondió: “En verdad os digo que no os conozco”. Por
tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora».
Comentario
Jesús sigue exhortando a una vida
de vela activa. Lo hace ahora con una parábola sobre unas bodas. El esposo está
por llegar y un cortejo de vírgenes está esperando para acompañarle con sus
lámparas encendidas. El relato nos dice que el novio se retrasa, y con ello se
aclara la idea general sobre la que Jesús quiere ofrecer su enseñanza: las
bodas son el Reino de los Cielos; el esposo es Cristo que vendrá al final de
los tiempos a juzgar y retribuir a cada uno según sus obras; el momento de la
llegada es incierto y de ahí la necesidad de permanecer en vela. La parábola,
así, nos interpela a través del tiempo: invitados a una vida de comunión con
Dios, para poder acceder a su Reino debemos permanecer en vela, demostrando así
nuestros deseos.
San Pablo dice a los de
Tesalónica que no duden que Cristo vendrá en gloria, pero que la forma de
esperar esa Parusía bien preparados es vivir con amor las obligaciones de cada
instante (cfr. 1Ts 4,1-12). Tenemos una misión encomendada: dirigir a Cristo
todas nuestras actividades, hacer que sea él el corazón de nuestro obrar, para
que todo pueda ser en él recapitulado, vivificado y elevado al Padre. Dios
cuenta con nosotros para avanzar en la instauración de su Reino entre los
hombres. Para ello debemos tomarnos en serio esta vida, viviéndola con la
conciencia de que el bautizado puede pensar como Cristo, puede pensar las cosas
de arriba (cfr. Col 3,1-3), al mismo tiempo que ama este mundo, ya que Cristo,
cabeza de la Iglesia, está sentado a la derecha del Padre.
No sabemos ni el día ni la hora.
Pero sí sabemos que la caridad no tiene ni día ni hora: sabemos que toda
nuestra existencia es vocación al amor y, por tanto, no tenemos que esperar
ocasiones señaladas o especiales para amar. El cristiano no vive calculando o
dividiendo su vida en compartimentos estancos, como si alguno de ellos fuese
ajeno a Dios. Nada nuestro le es ajeno: nos espera en todo lo que hacemos,
pensamos y sentimos, las veinticuatro horas del día. Si queremos ser luz de
Cristo en el mundo, el amor de Cristo ha de estar presente en toda nuestra
existencia: nuestro sentir ha de ser el sentir de Cristo.
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus Dei






