22 – Agosto. Domingo XXI del Tiempo Ordinario
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Juan 6, 60-69
Muchos de sus discípulos, al
oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle
caso?». Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: «¿Esto
os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba
antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las
palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de
entre vosotros que no creen». Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no
creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: «Por eso os he dicho que nadie
puede venir a mí si el Padre no se lo concede». Desde entonces, muchos
discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces
Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». Simón
Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida
eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».
Comentario
No todos los evangelistas cuentan
la institución de la Eucaristía. San Juan, que dedica varios capítulos a la
Última cena no menciona las palabras de la institución de este sacramento
fundamental en la vida de la Iglesia. Sin embargo, el capítulo 6 está casi
enteramente dedicado al discurso sobre el pan de vida.
En este importante discurso,
Jesús pronuncia unas palabras que escandalizaron a los oyentes: “El que come mi
carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día.
Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn
6,54-55).
El evangelio que leemos hoy nos
relata la reacción a esas palabras: muchos discípulos de Jesús se escandalizan,
preguntándose cómo se puede comer la carne de un hombre y beber su sangre. Y
como consecuencia, muchos dejaron de seguirle, abandonaron el camino, la
llamada a acompañar al Maestro.
El problema es más grave aún
porque esas críticas no se transforman en diálogo con el mismo Jesús, sino que
se quedan en murmuraciones. Por eso el Maestro interviene para explicar que la
vida cristiana solo es posible si se confía en Dios: “ninguno puede venir a mí
si no se lo ha concedido el Padre”.
El mensaje cristiano, el
encuentro con Jesucristo, es piedra de escándalo, algo que rompe nuestros
esquemas de previsión y organización de vida. La redención es posible si nos
dejamos salvar, si aceptamos ser parte del Cuerpo místico de Cristo que es la
Iglesia.
Y eso se concreta en la Santa
Misa, que a San Josemaría le gustaba describir como el “centro y raíz de
nuestra vida interior”.
La cosa más grande que podemos
hacer cada día es la participación en el santo sacrificio del altar. En una
ocasión, el Papa Francisco recordó que “nutrirnos de Jesús y vivir en Él
mediante la Comunión eucarística, si lo hacemos con fe, transforma nuestra
vida, la transforma en un don a Dios y a los hermanos. (...) El Cielo comienza
precisamente en esta comunión con Jesús” (Angelus 16-VIII-2015).
Finalmente Jesús se dirige a los
doce, preguntándoles: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Es interesante
que a pesar de que supiera quiénes creían y quiénes eran incrédulos, pregunte
directamente a los apóstoles sus intenciones, que interpele su libertad.
Podemos hacer nuestra la
respuesta de Pedro: Señor, ¿a quién iremos?, ¿qué más podemos hacer si no
seguirte? En la relación contigo, vivida especialmente en la comunión
eucarística, encontramos la fuente de nuestra alegría y el motivo de nuestra
existencia.
Giovanni Vassallo
Fuente: Opus Dei