28 – Agosto. Sábado. San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia
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Evangelio según san Mateo 25,
14-30 |
Evangelio según san Mateo 25,
14-30
«Es como un hombre que, al irse
de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: a uno le
dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad;
luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar
con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó
otros dos. En cambio, el que recibió uno fue a hacer un hoyo en la tierra
y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo viene el señor
de aquellos siervos y se pone a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó
el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo:
“Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. Su señor
le dijo: “Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un
cargo importante; entra en el gozo de tu señor”. Se acercó luego el que
había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he
ganado otros dos”. Su señor le dijo: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; como
has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu
señor”. Se acercó también el que había recibido un talento y dijo: “Señor,
sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no
esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes
lo tuyo”. El señor le respondió: “Eres un siervo negligente y holgazán.
¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues
debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera
recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que
tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no
tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese siervo inútil echadlo
fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”»
Comentario
La parábola que nos recuerda el
evangelio de la misa de hoy nos empuja a considerar algunos aspectos sobre los
dones de Dios y sobre nuestra correspondencia. Nadie puede decir que carezca
por completo tanto de dones humanos como de gracias divinas. Y en esto es muy
importante no compararse con los demás, pensando que se haya hecho con nosotros
una injusticia por no tener lo que pensamos que otros tienen. Cada uno de
nosotros es irrepetible, cada uno de nosotros es objeto de un amor personal por
parte de Dios.
Nuestra propia historia, que Dios
tiene presente, entera, ante su vista, hace que se pueda hablar de unas
capacidades: aquellas con las que comenzamos a caminar, por así decir, y
aquellas que vamos fomentando o cercenando a lo largo del camino a través de
nuestras decisiones. Y esto es algo precioso para considerar: que nuestra vida
no está escrita, que somos realmente protagonistas de ella, que la presencia de
Dios en nosotros, iluminando, sugiriendo, empujando, capacitando, consolando,
sanando, es lo que nos permite llevar el timón, ser realmente protagonistas de
nuestra existencia.
La grandeza de la persona humana
no equivale a los dones recibidos. Hay personas que han recibido mucho y han
correspondido mucho, pero también hay personas que han recibido mucho y han
correspondido muy poco, del mismo modo que hay personas que han recibido menos
y han correspondido mucho. En todo caso, ese poco y ese mucho en los dones
recibidos no puede ser valorado con nuestra forma habitual de medir y valorar
las cosas. Porque lo que hace grande al hombre y lo que transforma el mundo es
la fe que obra por el amor. Y esto es lo que le faltaba al que había recibido
un talento.
Todos somos capaces de amar. La
vida misma nos va ayudando a discernir cuáles son nuestros talentos y hasta
dónde podemos aspirar con ellos en cada momento. Pero al amor siempre podemos
aspirar, y sin medida. Porque el amor no tiene límites. Es más, Dios potencia
nuestros talentos según la medida de nuestro amor. Por eso, es vital no
despreciar lo que está en nuestra mano hacer, aunque nos pueda parecer pequeño
en comparación con lo que otros hacen. Nuestro camino es personal: en nuestras
manos está el hacerlo grande, porque depende del corazón con el que lo
recorramos.
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus Dei






