¿Estás en contacto contigo mismo? Si entras en tu interior con honestidad serás más humilde a la hora de mirar a los otros
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Una
de las estrategias defensivas más habituales es el ataque: si quieres evitar
que alguien te acuse, viendo tus debilidades, tienes que anticiparte, vertiendo
las acusaciones que este podría hacer en tu contra.
Precisamente por eso detrás del acusador hay alguien que tiene
miedo de ser descubierto.
En otras palabras, nos hacemos jueces de los demás para evitar
mirar dentro de nosotros mismos.
Somos jueces que continuamente intentamos construir una apariencia de
inocencia en detrimento de los demás.
Pero para no tener miedo de mirar en nuestro interior y poder
matizar la facilidad con la que solemos juzgar a los demás te doy estas 3
claves:
Muchas veces nos encontramos frente a personas que se erigen como
jueces, o muchas veces, nosotros mismos los somos, buscando las señales
externas de los presuntos delitos de los demás.
Nos encontramos interpretando esos signos de forma subjetiva,
es decir, haciendo hipótesis que parten de lo que nosotros pensamos o sentimos,
y entonces, cargamos
a los demás las intenciones que en realidad son parte de nuestro corazón.
Proyectamos fácilmente
en los otros lo que nosotros mismos hemos hecho o nos gustaría hacer.
No tenemos otra clave para comprender la realidad que nuestra
experiencia personal, nos falta ponernos en los zapatos del otro y caer en la
cuenta de que hay realidades distintas a la mía.
Siempre es bueno escuchar el consejo de Jesús y, aprender a distinguir lo
que dicen los labios, de lo que realmente piensa el corazón.
Nosotros, como los fariseos y los escribas, preferimos poner el
exterior en el centro, simplemente porque es más fácil de controlar, juzgar y
condenar.
Al contrario, la interioridad está fuera de nuestro
control. Nunca sabremos qué hay realmente en el corazón
del otro: ¿cómo podemos entonces juzgarlo?
Nadie puede poner sus manos en el interior del otro. En el mejor
de los casos, podemos juzgar sus acciones, pero nunca podemos poner una
etiqueta al alma del hermano. Esa interioridad es sagrada y solo Dios la
conoce plenamente.
Si, a diferencia de los fariseos, tratamos de evadir
conclusiones fáciles sobre lo que creemos ver del otro, entonces comenzaremos a
entrar en la lógica del Evangelio.
Pasaremos así de la hipocresía a la prudencia: si
queremos el bien del otro no necesitamos nombrarnos jueces, solo tenemos que
empezar a mirar
dentro de nosotros mismos primero. Solo así nos acercaremos humildemente a la
interioridad del otro.
«¡Con qué
extraña dureza hablamos los unos de los otros! Y lo llamativo es que nadie nos
ha nombrado jueces de nadie, pero nosotros nos auto atribuimos esa función y
con frecuencia tenemos ya dictada nuestra sentencia (condenatoria) antes aún de
oírlos.
¡Como arriba nos juzguen con la medida
con la que nosotros medimos…, estaremos listos!
En cambio, qué magnánimos somos a la
hora de
disculpar nuestros fallos. Qué rara vez no nos absolvemos en el
tribunal de nuestro corazón, dejando la exigencia para los demás.
Incluso en nuestros errores más
evidentes encontramos siempre montañas de atenuantes, de eximentes, de
disculpas justificatorias. ¡Qué buenos chicos aparecemos en el espejo de
nuestras conciencias debidamente maquilladas! ¡Qué capacidad de autoengaño
tenemos!”.
Martín
Descalzo
Si fuéramos para nosotros mismos no jueces exigentes (sin
necesidad de ser negativos) pero sí alguien que señala sin miedo lo que está
mal en su interior, nos sería difícil dormirnos en los cojines de nuestra
comodidad y nos daríamos cuenta que es más fácil de lo que creemos mirar con
ojos de amor a los demás.
Luisa Restrepo
Fuente: Aleteia