El Papa Francisco continuó la serie de catequesis sobre la Carta de San Pablo a los Gálatas en la Audiencia General de este miércoles 1 de septiembre en el Aula Pablo VI del Vaticano
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| El Papa llega al Aula Pablo VI antes de dar comienzo la Audiencia. Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa |
El Santo Padre pidió estar
atentos frente a quienes proponen caminos regresivos en la fe con propuestas de
espiritualidad rígida: “¡Estad atentos frente a la rigidez que os proponen!
Porque detrás de toda rigidez hay algo malo, no está el Espíritu de Dios”.
A continuación, el texto completo
de la catequesis del Papa Francisco:
Continuamos la explicación de la
Carta de San Pablo a los Gálatas. Esto no es una cosa nueva, esta explicación,
no es cosa mía. Esto que estamos estudiando es lo que dice San Pablo en un
conflicto muy serio a los Gálatas. También es Palabra de Dios, porque entró en
la Biblia. No son cosas que alguno se inventa…, no.
En las catequesis precedentes
hemos visto cómo el apóstol Pablo muestra a los primeros cristianos de la
Galacia el peligro de dejar el camino que han iniciado a recorrer acogiendo el
Evangelio. De hecho, el riesgo es el de caer en el formalismo, que es una de
las tentaciones que te llevan a la hipocresía, de la cual hemos hablado el otro
día. Caer en el formalismo y renegar la nueva dignidad que han recibido. La
dignidad de redimidos por Cristo. El pasaje que acabamos de escuchar da inicio
a la segunda parte de la Carta. Leedla. Si tenéis tiempo, leedla.
Hasta aquí, Pablo ha hablado de
su vida y de su vocación: de cómo la gracia de Dios ha transformado su
existencia, poniéndola completamente al servicio de la evangelización. A este
punto, interpela directamente a los Gálatas: les pone delante de las elecciones
que han realizado y de su condición actual, que podría anular la experiencia de
gracia vivida.
Los términos con los que el
apóstol se dirige a los gálatas no son de cortesía. En las otras Cartas es
fácil encontrar la expresión “hermanos” o “queridísimos”, aquí no. Dice de
forma genérica “gálatas” y en dos ocasiones les llama “insensatos”, que no es
un término de cortesía. No lo hace porque no sean inteligentes, sino porque,
casi sin darse cuenta, corren el riesgo de perder la fe en Cristo que han
acogido con tanto entusiasmo.
Son insensatos porque no se dan
cuenta que el peligro es el de perder el tesoro valioso, la belleza de la
novedad de Cristo. La maravilla y la tristeza del Apóstol son evidentes. No sin
amargura, él provoca a esos cristianos para recordar el primer anuncio
realizado por él, con el cuál les ha ofrecido la posibilidad de adquirir una
libertad hasta ese momento inesperada.
El apóstol dirige a los gálatas
preguntas, en el intento de sacudir sus conciencias. Se trata de interrogantes
retóricos, porque los gálatas saben muy bien que su venida a la fe en Cristo es
fruto de la gracia recibida con la predicación del Evangelio. Les lleva al
inicio de la vocación cristiana.
La palabra que habían escuchado
de Pablo se concentraba sobre el amor de Dios, manifestándose plenamente en la
muerte y resurrección de Jesús. Pablo no podía encontrar expresiones más
convincentes que la que probablemente les había repetido varias veces en su
predicación: «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo
al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se
entregó a sí mismo por mí» (Gal 2,20). Él no quería saber otra cosa que Cristo
crucificado (cfr 1 Cor 2,2).
Los gálatas deben mirar a este
evento, sin dejarse distraer por otros anuncios. En resumen, el intento de
Pablo es poner en un aprieto a los cristianos para que se den cuenta de lo que
hay en juego y no se dejen encantar por la voz de las sirenas que quieren
llevarlos a una religiosidad basada únicamente en la observancia escrupulosa de
preceptos.
Porque, estos predicadores nuevos
que habían llegado allí, a Galacia, les habían convencido de que debían ir
atrás y asumir también los preceptos que se observaban y que te llevaban a la
perfección antes de la venida de Cristo que es la gratuidad de la Salvación.
Los gálatas, por otro lado,
comprendían muy bien a lo que el apóstol hacía referencia. Ciertamente, habían
hecho experiencia de la acción del Espíritu Santo en la comunidad: como en las
otras Iglesias, así también entre ellos se habían manifestado la caridad y
varios carismas.
Puestos en aprietos,
necesariamente tienen que responder que lo que han vivido era fruto de la
novedad del Espíritu. Por tanto, al comienzo de su llegada a la fe, estaba la
iniciativa de Dios, no de los hombres. El Espíritu Santo había sido el
protagonista de su experiencia; ponerlo ahora en segundo plano para dar la
primacía a las propias obras sería de insensatos. La santidad viene del
Espíritu Santo. Es la gratuidad de la redención de Jesús. Esto nos justifica.
De este modo, San Pablo nos
invita también a nosotros a reflexionar sobre cómo vivimos la fe. ¿El amor de
Cristo crucificado y resucitado permanece en el centro de nuestra vida
cotidiana como fuente de salvación, o nos conformamos con alguna formalidad
religiosa para tener la conciencia tranquila? ¿Cómo vivimos nosotros la fe?
¿Estamos apegados al tesoro valioso, a la belleza de la novedad de Cristo, o
preferimos algo que en el momento nos atrae, pero después nos deja un vacío
dentro?
Lo efímero llama a menudo a la
puerta de nuestras jornadas, pero es una triste ilusión, que nos hace caer en
la superficialidad e impide discernir sobre qué vale la pena vivir realmente.
Por tanto, mantenemos firme la certeza de que, también cuando tenemos la
tentación de alejarnos, Dios sigue otorgando sus dones.
También, siempre en la historia,
también hoy, suceden cosas que se parecen a lo que les sucedieron a los
gálatas. También hoy nos vienen a calentar la oreja alguno que nos dice: ‘No,
la santidad está en estos preceptos, en estas cosas…, debéis hacer esto y esto’,
y nos ponen ante una religiosidad rígidez, de rigidez, que nos quita la
libertad en el Espíritu que nos da la redención de Cristo.
¡Estad atentos frente a la
rigidez que os proponen! Porque detrás de toda rigidez hay algo malo, no está
el Espíritu de Dios. Y por esto esta Carta nos ayudará a no escuchar estas
propuestas un poco fundamentalistas que nos llevan a retroceder en nuestra vida
espiritual, y tratemos de avanzar en la vocación pascual de Jesús.
Es lo que el apóstol reitera a
los gálatas recordando que el Padre es «el que os dona, pues, el Espíritu, y
obra milagros entre vosotros» (3,5). Habla al presente. No dice ‘el Padre ha
donado el Espíritu con abundancia’, no, dice ‘dona’. No dice ‘ha obrado’, dice
‘obra’, porque, no obstante, todas las dificultades que nosotros podemos poner
a sus acciones, porque a pesar de nuestros pecados, Dios no nos abandona, sino
que permanece con nosotros con su amor misericordioso.
Dios siempre está cercano a
nosotros. Con su bondad. Es como el Padre que todos los días subía a la azotea
para ver si regresaba el hijo. El amor del Padre no se cansa de nosotros.
Pidamos la sabiduría de darnos cuenta siempre de esta realidad y de expulsar a
los fundamentalistas que nos proponen una vida de luces artificiales, lejana a
la resurrección de Cristo. La luz es necesaria, pero la luz sabia, no la
artificial. Gracias.
Fuente: ACI Prensa






