No es fácil elegir entre dos cosas que parecen buenas. ¿Cómo quedarse en paz y no pensar que uno se ha equivocado?
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| Dean Drobot | Shutterstock |
A veces me detengo a
pensar. Miro hacia atrás y se me ocurren otras historias con otros
desenlaces para mi vida. ¿Qué hubiera pasado si hubiera decidido otra cosa?
Entre dos bienes posibles no es
fácil tomar un camino u otro. ¿Cómo encuentro la paz después de la decisión
tomada? ¿Acierto en el camino emprendido?
Hay una paz que viene con el
tiempo y no siempre de forma inmediata. El tiempo me hace pensar que sí, que
era lo que Dios quería.
Pero ¿y si hubiera tomado el otro
camino también posible, también bueno, sería feliz? Mi vida habría sido
diferente, y quizás hubiera pensado que era de Dios.
Soy yo en mi interior el que
tiene que descubrir el querer de Dios, percibir sus voces, claras o a veces
confusas. Y optar por uno u otro camino. No importa cuál sea. Sólo en mi
corazón lo sabré con certeza.
No habrá flechas claras como en
el camino a Santiago. No tendré un Gps preciso que me indique el camino. Y no
habrá ángeles que bajen del cielo por la noche para hacerme ver cómo seguir mis
pasos.
Sólo Dios en mi alma y otras
percepciones de su voluntad en personas, en sucesos, en mociones del Espíritu
me muestran su querer. Y sabré más o menos por dónde ir. Con miedo, con paz,
con calma y con llanto.
Y me pondré a andar que es lo
importante. Sabiendo que voy con Dios aunque a menudo no sepa bien hacia dónde.
Elegiré un camino y no dejaré al azar los pasos que doy.
Dios no me deja
Me gusta pensar que cada día
vuelvo a elegir mi camino de felicidad. Con riesgo a confundirme de nuevo. Con
paz porque sé que Dios no se baja nunca de mi barca, no me deja solo en mis
pasos.
Siento que todo hombre sufre las
mismas dudas y siente los mismos miedos. ¿Acertaré siempre? No creo que se
trate de acertar o de fallar. La vida es mucho más que eso.
Dios es mucho más grande que
todas mis decisiones. No me mira en mis fracasos para echarme en cara mi
ineptitud. Mira mi vida entera, con su grandeza y su pobreza y se conmueve,
tiembla ante mí feliz y enamorado.
Esa imagen de Dios es la que me
salva siempre. Incluso en esos momentos en los que dudo y no sé bien el camino
a seguir. Cuando la vida es incierta y la tormenta arrecia. Me hace bien
decidir con otros, discernir escuchando y compartiendo, encontrar salidas,
oyendo dentro de mí y dentro de otros.
Decía Leonardo Boff hablando de
S. Francisco y Santa Clara: «En sus búsquedas y dudas ambos se
consultaban, y buscaban un camino en la oración».
Me hace bien escuchar a otros en
mis búsquedas. Abrirme a la opinión y juicios de los que van a mi lado. No
tienen la respuesta correcta, seguro, porque esa es mía.
Soy yo el que decido, pero
escuchar ensancha mi alma y me hace más diestro en la búsqueda del querer de
Dios.
Amar es la clave
Caminar con otros y amar en
profundidad a las personas que van conmigo es lo que me hace más sabio. El amor
me hace más conocedor de la vida. Cuanto más amo a Dios, más capacidad tengo
para percibir sus deseos. Igual que cuando amo a una persona, con solo mirar
sus ojos sé muy bien lo que desea.
Como dice S. Agustín: «Conocemos
en la medida en la que amamos». El amor me hace más conocedor de la vida y
de las personas. Y amando a Dios cada día más me vuelvo más capaz de descubrir
sus deseos, su voluntad.
No es tan sencillo pero es el
camino de mi vida. Navegar a tientas, buscar luces en la oscuridad y voces en
medio del silencio. No acertaré siempre, eso lo tengo claro, no entenderé cada
paso que doy. Pero sé que la vida se juega en decisiones pequeñas.
Cuando voy caminando en medio de
la vida buscando el querer más sagrado de ese Dios que va conmigo. Vivir sin
miedo a equivocarme es imposible. Pero saber que de mis errores aprendo es el
camino para ser feliz.
Si me equivoco no es el fin del
mundo. Puedo volver a empezar. Puedo retomar el paso con alegría. Y puedo
avanzar en medio de la noche tomado de la mano de Dios. Puedo mirar las
estrellas y confiar.
Desde lo alto Dios me cuida.
Desde lo más hondo de mi alma me sostiene. Su voz, apenas perceptible, es más
audible cuando callo. Cuando me quedo en silencio aguardando. Dios sabe mejor
lo que me conviene. Y yo asiento esperando su abrazo.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






