El Papa Francisco advirtió que el diablo “siempre insinúa sospechas para dividir y excluir” y explicó que la cerrazón dentro de la Iglesia es también fruto de la tentación del maligno
El Papa Francisco durante el rezo del Ángelus. Foto: Vatican Media |
Esa cerrazón lleva a hacer “de las comunidades cristianas lugares
de separación y no de comunión. El Espíritu Santo no quiere cierres; quiere
apertura, comunidades acogedoras donde haya sitio para todos”.
Así lo señaló durante su reflexión previa al rezo del Ángelus
donde comentó la escena evangélica en que los discípulos prohíben a un hombre
expulsar demonios en nombre de Jesús.
El Señor los reprendió y los invitó “a no obstaculizar a quien
trabaja por el bien, porque contribuye a realizar el proyecto de Dios”. También
les advirtió que “en lugar de dividir a las personas en buenos y malos, todos
estamos llamados a vigilar nuestro corazón, para no sucumbir al mal y dar
escándalo a los demás”.
En eso consiste la tentación de la cerrazón: “Así terminan por
sentirse predilectos y consideran a los otros como extraños, hasta convertirse
en hostiles con ellos. Cada cerrazón, de hecho, hace tener a distancia a quien
no piensa como nosotros”.
Por ello, “es necesario velar sobre la cerrazón también en la
Iglesia”. El diablo “tienta con astucia, y puede suceder como a esos
discípulos, ¡que llegan a excluir incluso a quien había expulsado al mismo
diablo!”.
“A veces también nosotros, en vez de ser comunidad humilde y
abierta, podemos dar la impresión de ser ‘los primeros de la clase’ y tener a
los otros a distancia; en vez de tratar de caminar con todos, podemos exhibir
nuestro ‘carné de creyentes’ para juzgar y excluir”.
El Papa animó a pedir “la gracia de superar la tentación de juzgar
y de catalogar, y que Dios nos preserve de la mentalidad del ‘nido’, la de
custodiarnos celosamente en el pequeño grupo de quien se considera bueno: el
sacerdote con sus fieles, los trabajadores pastorales cerrados entre ellos para
que nadie se infiltre, los movimientos y las asociaciones en el propio carisma
particular, etcétera”.
El riesgo, concluyó el Papa Francisco, “es el de ser inflexibles
hacia los otros e indulgentes hacia nosotros mismos”.
Fuente: ACI Prensa