23.9.21

EVANGELIO DEL DÍA

23 – Septiembre. Jueves. San Pío de Pietrelcina, presbítero

Misioneros digitales católicos MDC

Evangelio según san Lucas 9, 7-9

El tetrarca Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, en cambio, que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas?». Y tenía ganas de verlo.

Comentario

Los evangelios mencionan con cierta frecuencia la fuerte impresión que causaba la figura de Jesús: su porte, su palabra llena de sabiduría y autoridad, los milagros y portentos que realizaba, los exorcismos sobrecogedores y por medio de los cuales, los espíritus impuros obedecían la voz del Mesías y eran expulsados del ámbito de los hombres y de su influencia.

Jesús provocaba en las gentes el asombro y también el afán de conocerlo y saber más sobre Él: ¿Quién era exactamente aquel carpintero de Nazaret, que no tenía estudios, a diferencia de las autoridades religiosas del pueblo, pero que sabía tantas cosas y desplegaba tanta majestad, con una autoridad desconocida hasta entonces?

Para algunos, Jesús sería un profeta, como los famosos hombres de Dios de la historia bíblica. Quizá era Elías, Jeremías o algún otro. Para muchos Jesús se parecía al profeta más cercano en el tiempo que habían conocido: Juan Bautista, al cual había encarcelado y decapitado Herodes, el tetrarca de Galilea.

Llama la atención la creencia en el más allá que las gentes manifestaban, al pensar que Jesús podía ser uno de los profetas que había resucitado. Con este pensamiento, demostraban que la identidad de Jesús era para ellos misteriosa y difícil de interpretar.

En cualquier caso, el evangelio de hoy nos demuestra que, incluso aquellas personas que parecían más alejadas de Dios, como puede ser el caso de Herodes, también se interesaban por Jesús y deseaban verlo, aunque fuera por una curiosidad quizá poco sobrenatural. Jesús suscitaba en todos los corazones el deseo de conocerlo y saber más sobre Él.

Nosotros, gracias a la Iglesia y a las Escrituras, sabemos mucho sobre la identidad de Jesús: sabemos que es el Hijo de Dios encarnado, el Mesías esperado que debía padecer y resucitar y así entrar en su gloria (cfr. Lc 24,26). Nosotros hemos recibido muchas más luces que aquellas gentes que le conocieron en los caminos y aldeas de Galilea. Es lógico por tanto que Jesús encuentre en nosotros un gran afán de conocerlo cada vez más y mejor, para enamorarnos más de Él.

La Eucaristía y el Evangelio son caminos seguros para acercarnos a Jesús y para conocerlo más. Podemos seguir entonces el consejo de San Josemaría: “Trata a la Humanidad Santísima de Jesús... Y Él pondrá en tu alma un hambre insaciable, un deseo ‘disparatado’ de contemplar su Faz. En esa ansia —que no es posible aplacar en la tierra, hallarás muchas veces tu consuelo”[1]. 

[1] San Josemaría, Vía Crucis, VI Estación, n. 2.

Pablo M. Edo

Fuente: Opus Dei


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