23 – Septiembre. Jueves. San Pío de Pietrelcina, presbítero
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio
según san Lucas 9, 7-9
El tetrarca
Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos
decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, en cambio, que
había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos
profetas. Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es este de
quien oigo semejantes cosas?». Y tenía ganas de verlo.
Comentario
Los evangelios
mencionan con cierta frecuencia la fuerte impresión que causaba la figura de
Jesús: su porte, su palabra llena de sabiduría y autoridad, los milagros y
portentos que realizaba, los exorcismos sobrecogedores y por medio de los
cuales, los espíritus impuros obedecían la voz del Mesías y eran expulsados del
ámbito de los hombres y de su influencia.
Para algunos,
Jesús sería un profeta, como los famosos hombres de Dios de la historia
bíblica. Quizá era Elías, Jeremías o algún otro. Para muchos Jesús se parecía
al profeta más cercano en el tiempo que habían conocido: Juan Bautista, al cual
había encarcelado y decapitado Herodes, el tetrarca de Galilea.
Llama la
atención la creencia en el más allá que las gentes manifestaban, al pensar que
Jesús podía ser uno de los profetas que había resucitado. Con este pensamiento,
demostraban que la identidad de Jesús era para ellos misteriosa y difícil de
interpretar.
En cualquier
caso, el evangelio de hoy nos demuestra que, incluso aquellas personas que
parecían más alejadas de Dios, como puede ser el caso de Herodes, también se
interesaban por Jesús y deseaban verlo, aunque fuera por una curiosidad quizá
poco sobrenatural. Jesús suscitaba en todos los corazones el deseo de conocerlo
y saber más sobre Él.
Nosotros,
gracias a la Iglesia y a las Escrituras, sabemos mucho sobre la identidad de
Jesús: sabemos que es el Hijo de Dios encarnado, el Mesías esperado que debía
padecer y resucitar y así entrar en su gloria (cfr. Lc 24,26). Nosotros hemos
recibido muchas más luces que aquellas gentes que le conocieron en los caminos
y aldeas de Galilea. Es lógico por tanto que Jesús encuentre en nosotros un
gran afán de conocerlo cada vez más y mejor, para enamorarnos más de Él.
La Eucaristía y el Evangelio son caminos seguros para acercarnos a Jesús y para conocerlo más. Podemos seguir entonces el consejo de San Josemaría: “Trata a la Humanidad Santísima de Jesús... Y Él pondrá en tu alma un hambre insaciable, un deseo ‘disparatado’ de contemplar su Faz. En esa ansia —que no es posible aplacar en la tierra, hallarás muchas veces tu consuelo”[1].
[1] San Josemaría, Vía Crucis, VI Estación, n. 2.
Pablo M. Edo
Fuente: Opus
Dei