28 – Septiembre. Martes de la XXVI semana del Tiempo Ordinario
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según
san Lucas 9, 51-56
Cuando se
completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión
de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él. Puestos en camino,
entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no
lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia
Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron:
«Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con
ellos?». Él se volvió y los regañó. Y se encaminaron hacia otra
aldea.
Comentario
El breve
episodio que nos narra san Lucas en el evangelio de hoy nos sirve para meditar
en la grandeza de la paciencia.
Santiago y
Juan no toleran la falta de hospitalidad de los samaritanos y piden un castigo
ejemplar: ¡que arda el pueblo! La reacción de los apóstoles puede parecer
totalmente desproporcionada. Sin embargo, el Antiguo Testamento recoge algunos
pasajes de castigos fuertísimos a pueblos enteros, e incluso en los Salmos se
pueden encontrar peticiones tan duras contra los adversarios como: «Que les
caigan encima ascuas encendidas, que los arroje en el abismo profundo y no
puedan levantarse» (Salmo 140,11). Quizá Santiago y Juan piensan que esos
castigos ejemplares de antaño tendrían que repetirse entonces.
Pero Jesús los
reprende. Nos anuncia ya, con este sencillo gesto, cuál va a ser su actitud
ante la gente que lo rechazará en el momento de la Pasión. Su respuesta es la
paciencia. Jesús nos ha salvado a través de su paciencia. Lo comentaba
Benedicto XVI al iniciar su pontificado: «El Dios, que se ha hecho cordero, nos
dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores. El
mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de
los hombres»[1].
El evangelio
nos dice que Jesús sigue su camino por otra ruta. Jesús está dispuesto a
condescender, pero no se detiene en su misión. La paciencia y la comprensión no
son aliadas de la pasividad; al contrario, estas virtudes nos permiten
encontrar las soluciones más efectivas, que no suelen ser intempestivas o
violentas. El amor paciente siempre da fruto, aunque sea a largo plazo.
[1] Benedicto XVI, Homilía en el inicio de su pontificado,
24 de abril de 2005.
Rodolfo Valdés
Fuente: Opus
Dei