7 – Septiembre. Martes de la XXIII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Lucas 6, 12-19
En aquellos días, Jesús salió al monte a orar y pasó la
noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos,
escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró apóstoles: Simón,
al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, Juan, Felipe,
Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Simón, llamado el
Zelote; Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor. Después
de bajar con ellos, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y
una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la
costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus
enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y
toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba
a todos.
Comentario
Las decisiones importantes no se improvisan de un día para
otro. Jesús sabía que esos apóstoles estaban llamados a formar su Iglesia y a
difundir el Evangelio por todo el mundo. Por eso se pasa toda la noche en
oración, implorando a su Padre Dios que le ayudara a elegir correctamente. Lo
mismo haría años después en el huerto de los Olivos, pidiendo fuerzas para
cumplir la voluntad de su Padre.
Es en la oración, en ese diálogo cara a cara con Dios, donde
también nosotros maduramos las decisiones que marcarán nuestra vida. ¿Qué
querrá el Señor de mí? ¿Cómo puedo afrontar esta situación? ¿Qué me estará
queriendo decir con esto que me acaba de ocurrir? Las grandes preguntas que
podamos plantearnos encuentran su respuesta en esos momentos de intimidad con
Jesús.
Sin embargo, el trato con Dios no se limita solamente a
hablar con él de esas grandes cuestiones: a un padre le interesan hasta las cosas
más pequeñas de su hijo. Por eso, procuramos hablar con el Señor de lo que nos
ronda en el corazón y en la cabeza: ilusiones, preocupaciones, alegrías,
miedos, dudas…
De este modo, el cristiano convierte todo su día en oración.
Sabe dirigirse constantemente a Jesús ante las cosas que le ocurren. Aprende a
alegrarse ante una buena noticia junto a él, a sufrir también con él cuando
tiene una contrariedad, a consolarle cuando presencia el pecado… Y así,
afrontará cada jornada sintiéndose mirados por Dios en cada momento.
José María Álvarez de Toledo // Valentin Vesa
Fuente: Opus Dei






