30 – Septiembre. Jueves. San Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia
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Evangelio según san Lucas 10,
1-12
Después de esto, designó el Señor
otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los
pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: «La mies es abundante
y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su
mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de
lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie
por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta
casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si
no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de
lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa
en casa. Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os
pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: “El reino de
Dios ha llegado a vosotros”. Pero si entráis en una ciudad y no os
reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad,
que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos
modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”. Os digo que aquel día será
más llevadero para Sodoma que para esa ciudad.
Comentario
De los que le siguen, Jesús elige
a setenta y dos para que se adelanten y anuncien a los pueblos a los que él irá
un mensaje muy concreto: el Reino de Dios está cerca.
Antes de enviarlos, les advierte
que la mies es muy extensa: las personas a las que debe llegar el Reino de Dios
son muchas, todas, porque Dios “quiere que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2,4). Los que deben proclamar
el mensaje son, en cambio, pocos. Ante esta realidad, lo primero que debemos
hacer es rogar a Dios que envíe más obreros a su mies.
Con esta enseñanza de Jesús, nos
queda claro que el protagonista de la salvación es Él, no nosotros; que los medios
más importantes para llevar a los corazones la fe no son los medios humanos,
sino los sobrenaturales. Lo primero no es poner en marcha actividades
apostólicas, hablar, escribir, moverse de un lado a otro del mundo. Lo primero
es orar. El apostolado solo será eficaz si se fundamenta en la oración, en la
unión de amor con Dios.
¿Y quiénes son esos obreros que
tanta falta hacen? Todos los cristianos: laicos, sacerdotes, religiosos...
Todos estamos llamados por Dios a llevar al mundo entero la buena noticia de la
salvación: Jesús es el Cristo, el Mesías; ha muerto y resucitado por nosotros;
ha venido a instaurar el Reino de Dios en el mundo y en el corazón de cada
hombre.
El Concilio Vaticano II ha
querido hacer un llamamiento especial a los laicos, recordándoles que es el
propio Señor el que los invita «a que se le unan cada vez más íntimamente y a
que, sintiendo como propias sus cosas (cf. Filipenses 2,5), se asocien a su
misión salvadora; de nuevo los envía a todas las ciudades y lugares a donde Él
ha de ir (cf. Lucas 10,1), para que, con las diversas formas y maneras del
único apostolado de la Iglesia que deberán adaptar constantemente a las nuevas
necesidades de los tiempos, se le ofrezcan como cooperadores, abundando
sinceramente en la obra del Señor»[1].
[1] Concilio Vaticano II, Decreto Apostolicam
actuositatem, n. 33.
Tomás Trigo
Fuente: Opus Dei