La Conferencia Episcopal Española acaba de publicar el documento Fieles al envío misionero
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Revista Ecclesia |
Cuando repasamos la gran
actividad misionera desarrollada por la Iglesia católica entre los siglos XIX y
XX quedamos impresionados por su amplitud y profundidad. En los corazones de
muchos bautizados brotaba el deseo inmenso de ir a llevar la Buena Noticia de
Jesucristo a quienes no la conocían. Además de Congregaciones Religiosas ya
existentes como franciscanos, dominicos, jesuitas, etc., surgieron otras nuevas
iniciativas como los Combonianos, Padres Blancos, Misiones Africanas, el IEME
etc. en su doble vertiente masculina y femenina.
Las comunidades cristianas tenían
conciencia de que urgía vivir el mandato del Señor: «Id al mundo entero y
haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19). Dejaban casa, familia,
idioma, cultura, comodidades etc., y se lanzaban a la misión sabiendo que las
condiciones de vida en esos lugares a donde iban destinados eran realmente
distintas y, en muchas ocasiones, penosas. Sabían que en esos lugares «de
misión» se escucharía el mensaje de Jesús, el Hijo de Dios, por primera vez.
La hermosa aventura de anunciar a
Cristo y su maravilloso Mensaje
Me emociona recordar los primeros
pasos de esos misioneros que desconocían, en muchas ocasiones, la lengua, la
cultura y las problemáticas con las que se encontrarían. Pero no se arrugaron y
se lanzaron con decisión en esa hermosa aventura de anunciar a Cristo y su
maravilloso Mensaje. La semilla plantada con sus vidas y su entrega apasionada
dio pronto buenos frutos. Por poner un ejemplo, podemos recordar el caso de
Uganda, donde a los pocos años de la llegada de los primeros misioneros, unos
jóvenes nativos fueron capaces de dar la vida por la fe antes que renegar de
Cristo. Fueron 22 jóvenes católicos y 23 anglicanos los que alcanzaron la palma
del martirio por adherirse a la persona de Jesús el Hijo de Dios. El Papa san
Pablo VI decía en la homilía de la Misa de canonización:
¿Quién podía suponer, por
ejemplo, que a las emocionantísimas historias de los mártires escilitanos, de
los mártires cartagineses, de los mártires de la «Masa Cándida» de Útica —de
quienes san Agustín (cf. PL 36,571 y 38, 1405) y Prudencio nos han dejado el recuerdo—,
de los mártires de Egipto —cuyo elogio trazó san Juan Crisóstomo (cf. PG 50,
693 ss)—, de los mártires de la persecución vandálica, hubieran venido a
añadirse nuevos episodios no menos heroicos, no menos espléndidos, en nuestros
días? ¿Quién podía prever que, a las grandes figuras históricas de los Santos
Mártires y Confesores africanos, como Cipriano, Felicidad y Perpetua, y al gran
Agustín, habríamos asociado un día los nombres queridos de Carlos Lwanga y de
Matías Mulumba Kalemba, con sus veinte compañeros? Y no queremos olvidar
tampoco a aquellos otros que, perteneciendo a la confesión anglicana, han
afrontado la muerte por el nombre de Cristo.
Estos mártires africanos abren
una nueva época, no queremos decir ciertamente de persecuciones y de luchas
religiosas, sino de regeneración cristiana y civilizada. … el paso desde una
civilización primitiva —no desprovista de magníficos valores humanos, pero
contaminada y enferma, como esclava de sí misma— hacia una civilización abierta
a las expresiones superiores del espíritu y a las formas superiores de la vida
social.
Recuperar el ardor misionero y
evangelizador
La Conferencia Episcopal Española
acaba de publicar el documento Fieles al envío misionero (EDICE, nº
78. Año 2021) en el que ofrece unas orientaciones y líneas de trabajo con el
fin de ayudar a recuperar el ardor misionero y evangelizador de los fieles
cristianos y de las instituciones eclesiales en el hoy de nuestra sociedad
española.
Con este documento, y siguiendo
la invitación del Papa Francisco en su exhortación pastoral Evangelii
Gaudium, los obispos de las diócesis que peregrinan en España queremos ofrecer
unas pistas de discernimiento para acoger y responder al envío misionero que
hizo el Señor a la Iglesia de los primeros tiempos y que es igualmente válido y
urgente para la comunidad cristiana y para cada bautizado de cualquier época y
de cualquier lugar.
Solemos decir que los tiempos
actuales son complicados para una acción misionera. ¿Ha habido algún tiempo
realmente fácil para afrontar esa hermosa tarea? Los misioneros, los auténticos
misioneros, han intentado transmitir el fuego, el ardor de la Buena Nueva, con
verdadera pasión, con mucha humildad, pero con gran valentía. En sus corazones
resonaban fuertemente las palabras del gran apóstol Pablo de Tarso: «Anunciar
el evangelio no es para mí ningún motivo de orgullo, sino una obligación
ineludible. ¡Y ay de mí si no lo anunciase!» (1Cor 9, 16).
La gran familia que es la Iglesia
que peregrina es España
Deseo de todo corazón que los
cristianos que conformamos esta gran familia que es la Iglesia que peregrina en
España leamos con corazón abierto estas reflexiones y orientaciones que nos
ofrecen los obispos, pastores de la Iglesia, y tratemos de llevarlas a la
práctica.
Pido a Santa María, Madre de los
Apóstoles, y a san José, su esposo y nuestro gran intercesor, que nos ayuden a
ser verdaderos misioneros, sembradores de la Buena Nueva en medio de esta
sociedad en la que el Señor nos ha concedido vivir. Y que como dice el Papa
Francisco: no nos dejemos robar el gozo de ser evangelizadores.
Fuente: Revista Ecclesia