Lo que el Señor quiere de nosotros es más simple de lo que muchas veces imaginamos y tiene que ver con nuestra felicidad
jsp | Shutterstock |
¿Cómo
puede un mandato alegrar el corazón?
«Los
mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón. La ley del Señor es
perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al
ignorante. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los
mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos».
Los deseos de Dios son puros. Lo que
Él quiere es mi bien, desea que viva y madure, que toque el cielo
con mi vida, con mis obras.
¿Qué es lo que me manda Dios? A
veces me invento preceptos, me pongo exigencias que vienen de mi deseo de
perfección y pureza. Demasiadas normas tejidas sobre mi piel.
Son menos los mandatos de Dios. Son rectos y alegran el corazón.
Eso es lo importante. Lo que me manda Dios es lo que me alegra el alma.
¿Cumplir
los mandatos de Dios me alegra?
Uno piensa que lo que me manda alguien fuera de mí no puede nunca
alegrarme. Es como si esa orden impuesta coartara mi libertad.
Como en la revolución estudiantil de mayo del 68 en París se
decía: «Prohibido
prohibir. La libertad comienza con una prohibición», Jim
Morrison.
Y otras proclamas similares: «Dejen de prohibir tanto porque ya no
alcanzo a desobedecer todo».
Entonces me detengo a pensar si me da alegría obedecer
los mandatos de Dios. Si tengo paz en el alma al
pensar en todo lo que me mandan.
¿Demasiadas
prohibiciones?
¿Qué me pide Dios? ¿Qué desea que haga? ¿Me lo ha prohibido todo?
A veces puedo mirar la Iglesia como un conjunto de normas y
prohibiciones. Esto se puede y esto no.
Y vivo sorteando obstáculos, evitando choques y luchando por no
salirme del camino tan firmemente señalado.
El corazón sufre al sentir que todo
está limitado por prohibiciones y mandatos. Como
si obedeciendo pudiera ser más feliz.
¿No soy más feliz cuando hago lo que deseo, cuando no tengo
límites en el ejercicio de mi libre voluntad?
Me cuesta creer en ese Dios que manda, impone y prohíbe. En ese
Dios que marca límites y delimita el camino por el que debo ir.
Lo que Dios quiere
¿Qué es lo que Dios me pide
realmente? ¿Qué es lo que espera de mí? No tengo todas las respuestas.
Pero sé que Dios quiere que elija el bien y no el mal.
Desea que ame y que no odie. Desea que siembre la paz y haga
realidad las bienaventuranzas en la tierra.
Es un Dios que tiene más deseos en su corazón de Padre que
prohibiciones que limitan mi acción en el mundo.
Quiere que sea generoso y no guarde mi riqueza de forma egoísta,
como dice la Biblia:
«Vosotros
los ricos, gemid y llorad ante las desgracias que se os avecinan. Vuestra
riqueza está podrida y vuestros vestidos son pasto de la polilla. Vuestro oro y
vuestra plata están oxidados y este óxido será un testimonio contra vosotros».
La ley del amor
El mandato del Dios tiene que ver
con la caridad, con el amor a mi prójimo, con mi preocupación
por el que sufre, por el abandonado, por el migrante. Su mandato es que mi vida
sea para dar amor a los demás:
«Os aseguro
que el que os dé a beber un vaso de agua porque sois del Mesías no quedará sin
recompensa».
Mi caridad es lo que me levanta el alma y me anima a luchar, a
entregar la vida. El mandato del amor se impone por encima del mandato del
odio.
Dios sólo me pide que ame, que me
entregue. Luego el hombre pone los límites, marca los caminos y deletrea las
exigencias. Y me siento más seguro entre normas que dejan claro el camino por
el que seguir.
La
felicidad es más sencilla
En ocasiones le he dado más
importancia a la norma que al amor de Dios. Me haimportado
más la prohibición o el precepto que el Espíritu que habita el mandato último
de mi Padre.
Su deseo es que viva y ame en plenitud. Sólo busca
que sea feliz, que me sienta amado y querido como soy. Que
entienda que mis pecados me alejan de la meta.
Pero no porque vaya a recibir una pena por mis errores, sino
simplemente porque mi pecado me llena de rabia, de dolor, de angustia, de
indiferencia, de desdén hacia la vida de los hombres.
Mi pecado me embrutece, me deshumaniza y acaba por tapar la voz de
Dios en mi alma. Mi pecado me vuelve autorreferente en esa búsqueda de una
felicidad rápida y superficial.
Vivir para dar vida
El amor de Dios quiere que sea fiel en mis amores. Noble en mi
entrega. Veraz en mi forma de vivir.
Su mandato es que viva para dar la vida y no me canse de buscar la
felicidad de aquel a quien amo. Que no me canse de intentar mostrarle su
belleza, su rostro oculto.
El amor de Dios es el mandato que quiere hacerme firme y fiel a mi
verdad. Quiere Dios que viva con raíces hondas. Y ame con pureza respetando los
deseos de la persona amada.
Que no me obsesione la búsqueda del poder. Ni no me aferre al
éxito como mi tabla de salvación.
Quiere que sea feliz con las cosas pequeñas que da la vida. Que
acepte con humildad que no todo puedo hacerlo bien.
Que sepa que la vida se juega en elecciones simples en las que
opto por el bien del otro antes que por el mío propio.
Pobre, libre, alegre
El mandato de Dios quiere que alabe a mi hermano y busque su bien.
Que piense en los que sufren y trate de mitigar su dolor. Que viva el presente
sin angustiarme por el futuro incierto.
Desea Dios que mis acciones y omisiones siembren esperanza y nunca
angustias y miedo. Quiere Dios que sea pobre de espíritu para llevar paz y
alegría.
Me manda Dios que sea fiel a mí mismo, a mi verdad. Que no huya
de mis compromisos y acepte el camino que he elegido en libertad.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia