Mi felicidad no depende del número de seguidores que aplaudan todos mis logros, no son mis éxitos los que sostienen mi vida, sino Dios
kentoh | Shutterstock |
La
vida se juega en esos momentos en los que el corazón quiere tocar el cielo en
la tierra y se pregunta cómo lograrlo. Quiere ser más, tener más, lograr más.
El corazón desea ser el más importante, ser el primero. Es fácil
caer en comparaciones con el que está junto a mí.
Miro mi corazón y quiero ser el primero. Quiero
triunfar, llegar más lejos. Me comparo con otros. Y no
estoy dispuesto a permanecer en segundo plano.
No me resisto a permanecer oculto en la masa. Quiero más, busco el
primer puesto. No me basta con ser el segundo.
Me exigen para que dé más, para que luche más y me esfuerce. No
basta con ser segundo, tengo que ser el primero.
Pienso que si soy el mejor seré más feliz, lograré todo lo que mi
corazón desea.
¿Dónde está el éxito?
Hay
estadísticas para todo. Pero ser el primero en todas las estadísticas es
imposible. Una vez que entro en esa carrera nada me detiene.
Quiero ser el mejor de mi entorno, de mi localidad, de mi país, de
mi generación. Siempre tengo a alguien cerca de mí con el que puedo compararme
y salir perdiendo en la comparación.
Siempre puede haber alguien mejor que yo. No logro vencer siempre. No soy capaz
de ser el primero en todo y por eso sufro.
Me explican las claves del éxito. A veces creo que depende del
número de seguidores.
O de ser capaz de lograr todo lo que me propongo.
Las personas que triunfan en la vida son las que tienen
habilidades emocionales. Saben lidiar con sus emociones.
Son capaces de crear intimidad con facilidad. No crean
dependencias insanas. Saben valorar a los demás y no están compitiendo siempre.
El
éxito está unido a la felicidad, a la capacidad que tengo
para enfrentar la
vida. El éxito tiene que ver con conseguir las metas que
me propongo.
La importancia de soñar
Comenta
la sicóloga Elena Sanz:
«Si quieres
ser exitoso, has de soñar a lo grande. Solo la pasión te otorgará la motivación
interna que se requiere para recorrer el camino hacia el triunfo. Y, si vas a
fallar, al menos que sea persiguiendo tu verdadero sueño. No te limites».
Me dicen que tengo que soñar y desear cosas
grandes. Sueños que superen todos mis límites.
Puedo triunfar en lo que me propongo. Pero a veces quiero ser el
primero en todo. Y eso es imposible y me quita la paz.
No lograré nunca ser el primero siempre y en todos los ámbitos de
la vida. Tampoco consigo lograr todo lo que pretendo, es imposible.
Sin miedo al fracaso
El fracaso forma parte de la vida. Pero la
posibilidad del fracaso no puede retener mis pasos, como dice la sicóloga Elena
Sanz:
«El miedo te
paraliza. Miedo a fracasar, a no ser suficiente, a perder tiempo, dinero e
ilusiones. Nuestra mente puede ser nuestro mayor enemigo, si dejamos que nos
controle nos convencerá de que no existen oportunidades o de que no las
merecemos».
Paralizarme por miedo a no triunfar es lo peor que me puede pasar.
El miedo me
impide arriesgar la vida.
Sé que vencer siempre y en todo no me da la paz que anhelo, me
tensiona y despierta la ansiedad.
Luchando
hacia la verdadera felicidad
Pero
no por eso dejo de luchar por conseguir mis sueños. No dejo
de dar el primer paso.
No quiero vivir deseando tener acceso a los mejores lugares, optar
a las mejores oportunidades en la vida, sin hacer nada.
Tampoco quiero que eso se convierta en una obsesión que alguien
pone en mi corazón desde que soy niño. Eso no me da la felicidad plena que
busco.
Quiero alegrarme con ser bueno en lo
mío, pero no necesariamente el mejor.
Quiero aceptar que soy bueno para ciertas cosas y malo en otras.
No lo hago todo bien, no consigo todo lo que intento, no lo pretendo.
Algunas cosas me salen muy bien, pero otros son mejores que yo en
lo mismo que yo hago bien. No me comparo.
En otros campos de la vida soy un desastre. No pretendo que digan
que lo hago todo bien, aunque eso me dé ánimo.
No quiero ni siquiera que me aplaudan cada vez que hago bien algo
en lo que soy bueno.
Mi felicidad no depende del número de
seguidores que aplaudan todos mis logros.
No necesito cada día recibir un aplauso, un halago, una palmada en
la espalda, un abrazo. No hace falta que me digan que soy bueno siempre y en
todo.
Puedo vivir en un segundo plano y ser feliz. Puedo pasar
desapercibido y ser feliz.
Las redes sociales han creado una exigencia al hombre de hoy que
le produce una honda infelicidad.
Es como si siempre tuviera que decir algo importante, o como si en
todo momento fuera necesario hacer bien, de forma perfecta todo lo que hago.
Es Dios quien me hace feliz
No hace falta para llevar una vida plena en todos los aspectos. Mis éxitos no
sostienen mi vida, es Dios:
El Señor sostiene mi vida.
¿Para qué vivo discutiendo, queriendo
quedar por encima de los demás? De nada me sirve, es la verdad.
Los discípulos pensaban como los hombres, no como Dios. Quiero
aprender a pensar con las categorías de Dios.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia