El Cardenal Secretario de Estado Pietro Parolin inaugura el II Encuentro Internacional de católicos con responsabilidades políticas, que se está celebrando en Madrid este fin de semana
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| Discurso del cardenal Parolin en Madrid |
Recordando el reto de la pandemia,
el cardenal ha pedido que las decisiones se orienten al bien común y miren
siempre a la persona
Está claro que la pandemia, "los
contagios, las víctimas, los tratamientos y las vacunas no son problemas
locales", sino que conciernen "al mundo entero y a las relaciones
entre los pueblos". Por tanto, la acción diplomática es "necesaria
para pedir a las instituciones locales o a los parlamentos y gobiernos
nacionales que establezcan estrategias y protocolos comunes, y para motivar la
creación de acuerdos entre Estados". Así lo ha manifestado el cardenal
Pietro Parolin, secretario de Estado, al inaugurar ayer, sábado 4 de septiembre,
los trabajos del II Encuentro Internacional de Católicos con Responsabilidades
Políticas, que se celebra en Madrid, del viernes 3 al domingo 5.
El cardenal Parolin señaló en su discurso -dedicado específicamente a la "Cultura del encuentro y la amistad social en un mundo en crisis"- que la situación actual ofrece la oportunidad de reflexionar sobre cómo podemos trabajar para contribuir a la construcción del bien común. Un objetivo, pero quizás sería mejor decir "un deber para quienes tienen responsabilidades, que ciertamente no es nuevo" y que hoy se sintetiza en la necesidad de "salir de una crisis profunda y difícil de interpretar, que requiere sobre todo el fortalecimiento de los equilibrios sociales, de las economías, de la estructura de los países y de la capacidad de los gobiernos". El cardenal subrayó la necesidad de "una dimensión antropológica bien fundada en la acción política y en la acción de los políticos, que ponga a la persona en el centro, una idea exacta de la justicia que se reconozca como reguladora social", y una estrategia coherente de acción que, "desde la comunidad política local o nacional, sea capaz de actuar hasta la dimensión internacional". Esto significa considerar "la cultura del encuentro y la amistad social en su verdadero sentido y acción, no como meras declaraciones, sino como principios fundamentales, criterios orientadores e instrumentos de acción". Esta combinación, dijo el Secretario de Estado, permite al político basar su servicio "no en la oposición, sino orientarse hacia el bien común y utilizar el método del diálogo, el encuentro y la reconciliación".
No hay que olvidar, añadió el cardenal,
que "en la vida de un país, en las relaciones interpersonales que se
desarrollan en su seno, esta configuración puede convertirse en una reacción
incontrolada cuando las visiones de conjunto y los objetivos comunes se ven
fragmentados por actitudes y acciones sin justicia". La cuestión, por
tanto, es cómo prevenir los conflictos a todos los niveles, "oposiciones
continuas, relaciones cada vez más débiles, hasta realidades extremas como la
pobreza, la guerra, la violación de los derechos fundamentales, la exclusión y
la marginación".
En los últimos tiempos, estas
situaciones "han alterado significativamente la vida social, hasta el
punto de relativizar o incluso eliminar principios, normas y estructuras que
constituyen puntos de referencia para la gobernanza y el funcionamiento de
nuestros Estados, además de influir en la actuación de la propia comunidad
internacional". Ante estas dinámicas, que "condicionan los proyectos
y las respuestas a la crisis", conviene "promover la convivencia
ordenada entre los seres humanos, para que nadie quede solo o abandonado".
Aunque, admitió Parolin, esta búsqueda no está exenta de dificultades,
"dado el surgimiento de continuas tensiones o intentos de dividir el
tejido social en función de su patrimonio, sus posibilidades o su
utilidad".
Ciertamente, señaló el cardenal,
"al observar la dimensión global o, más técnicamente, interdependiente que
caracteriza a la vida contemporánea", queda claro hasta qué punto
"implica una pluralidad de participantes cuya imagen abigarrada ya no se
limita a las configuraciones tradicionales", sino que concierne a todos.
Por ello, el político debe saber "orientar su atención hacia las llamadas
decisiones globales que, ante la crisis actual, se presentan como un medio para
garantizar la estabilidad del orden social", aunque "la voluntad y el
comportamiento de los individuos o de los grupos tiendan a menudo a limitar su
alcance".
Las respuestas a la crisis, en otras
palabras, "se configuran a una escala más amplia y con una visión a medio y
largo plazo, y no se reducen a decisiones dictadas por la necesidad o impuestas
por mecanismos cuya validez y efectos se basan en la resolución de emergencias
y no en la continuidad". Si las medidas adoptadas o los programas
elaborados por los gobiernos y los legisladores no son "el resultado de
una política buena, eficaz y compartida, siguen siendo parciales o en gran
medida exclusivos". No se trata simplemente de "reorientar los
recursos de gasto hacia programas de desarrollo" que, de forma orgánica y
continua, "puedan garantizar la plena realización de las personas y los
pueblos, su crecimiento y el cumplimiento de las aspiraciones que surgen de su
dignidad y forman parte de su identidad". La lucha contra la pobreza,
"la superación de las pandemias, la construcción de instituciones
dinámicas son retos que no necesitan respuestas, sino que hay que gobernar,
porque afectan a la familia humana en su conjunto y a su futuro".
Esto requiere que el ejercicio de la
autoridad "no coincida con una visión personal, partidista o
nacional", sino "con un sistema organizado de personas e ideas
compartidas y posibles", capaz de "asegurar el bien común global, la
erradicación del hambre y la miseria, y la defensa cierta de los derechos
humanos elementales", en una dimensión que trasciende las fronteras,
"no sólo del territorio sino sobre todo del corazón".
Quienes se enfrentan a diario con la
vida de las sociedades y con "el funcionamiento de las instituciones y los
conflictos sociales", y por tanto están llamados "a responder a retos
cada vez más variados y complejos", deben ser conscientes de que "la
amistad social y la cultura del encuentro pueden construir un camino capaz de
superar la concepción funcional" que actualmente parece "animar todos
los aspectos de la realidad social, con seres humanos tratados a menudo como
objetos". Al mismo tiempo, la amistad y el encuentro son "un estilo
de gobierno, una llamada a la responsabilidad en los distintos niveles y
funciones de gobierno". Un "itinerario interesante y factible, que
pide al cristiano que se enfrente constantemente a su conciencia y no sólo a
sus capacidades".
En
esencia, precisamente en esta fase histórica que busca exorcizar "el
dolor, la incertidumbre, el miedo y la conciencia de los propios límites que ha
despertado la pandemia", ha llegado el momento de "repensar nuestros
estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y
sobre todo el sentido de nuestra existencia".
Osservatore Romano






