Me gusta recorrer en el rosario los misterios de mi vida. Porque mi historia, reciente y lejana, está llena de misterios...
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| Pascal Deloche | Godong |
Me gusta recorrer en el rosario los misterios de
mi vida. Porque mi historia, reciente y lejana, está llena de
misterios.
Los misterios son esos momentos en los que Dios se hace presente
en mi camino, en mi vida, revelándome sus deseos, sus sueños, su amor hacia mí.
Son esos momentos sagrados en los que en medio de la noche rompe
la luz de la esperanza que brota de su corazón de Padre, del corazón de María.
En esos momentos duros comprendo que la cruz bendice el mundo
aunque no lo entienda, sigo buscando respuestas, sabiendo que no vendrán. Pero
comprendo que sólo Dios sabe lo está pasando en la oscuridad que vivo cuando
sufro.
Acaricio en las cuentas también esos instantes en los que las
decisiones tomadas se hacen vida. Misterios sagrados en los que comprendo que
Dios pasa de forma silenciosa en medio de mis dificultades, en medio de mis
cruces y alegrías y me muestra el camino a seguir, a veces con dudas.
Acaricio también esos misterios de esperanza en medio de este
mundo tan desesperanzado.
La verdad es que recorrer los misterios de mi vida me confronta
con el Dios de mi camino. Él va caminando conmigo siempre y va tejiendo un
tapiz, una obra de arte. Él y yo los dos en el mismo camino, en la misma barca.
Por eso me gusta acariciar las cuentas del rosario alabando a Dios
y alegrándome con María. Sin ellos mi vida se queda vacía y el camino deja de
contar con su presencia.
Al repetir esas alabanzas cadenciosas del rosario el alma se llena
de gratitud y brota súbitamente el silencio.
¡Cuánto me cuesta callar para poder tocar a Dios en el silencio!
No sé bien cómo sucede, pero acariciando las cuentas de mi rosario, Dios me
acaba susurrando no sé bien que cosas. Quizás no son muchas, sólo las
importantes.
Me dice que me quiere, que me ha elegido, que en cada cosa que me
pasa Él está conmigo y no me va a dejar nunca.
Y así me lleno de alegría, de una paz inmensa mientras acaricio
las cuentas de mi rosario. No pienso en nada, no lo necesito. No busco
soluciones ni espero sabias respuestas. Y no quiero solucionar mis dudas ni
pretendo tenerlo todo claro.
Sólo sé que en ese silencio con Dios recupero la paz y me quedo
tranquilo. Dios sabe mejor lo que me conviene más allá de las peticiones
concretas que le grito al oído.
Sabe lo que necesito y sufre conmigo en todo lo que me pasa,
mientras desgrano las cuentas de mi rosario.
Lo único que me promete es que estará conmigo cada día, ya sea malo
o bueno, soleado o lleno de nubes. Camina a mi lado sin soltarme la mano, así
como yo mismo no suelto las cuentas de mi rosario.
Y entonces percibo su mano en la mía y me tranquilizo. Seguiré sin
tenerlo todo claro, pero al menos se me habrá colado en el alma la paz al
pensar en esos misterios de mi historia, en todo lo que ha pasado en mi vida.
Son esos momentos sagrados en los que Dios sale a mi encuentro
para decirme que me ama.
Por eso me gusta caminar mientras acaricio las cuentas de mi
rosario. Y le doy gracias a Dios por ser peregrino y por ser capaz no sé bien
cómo de echar raíces en esa tierra que piso.
Rezar el rosario con María, en su corazón de Madre, calma mi sed,
sacia mi hambre y me da una luz para la vida cuando me desanimo y pierdo la esperanza.
Renuevo mi alianza de amor con Ella y la vuelvo a elegir.
Sin Ella estaría perdido. Ella sostiene mis pasos, levanta mi
mirada y me hace confiar dejando a un lado mis miedos.
Camino y paso las cuentas de mi rosario. Y renuevo mi sí, me
alegro por ese Dios que camina conmigo. Y no dejo de esperar su abrazo cada
día.
Esa presencia de María en mi camino me va haciendo más dócil a
Dios. Va despertando en mi corazón del deseo de entregarme totalmente a sus
planes.
Decía el P. Kentenich: «La palabra entrega total. ¿Qué significa?
Es la disponibilidad del corazón para consentir a Dios, incluso atendiendo a
sus más mínimos deseos».
Para que ello sea posible es necesario aprender a confiar en el
silencio de mi oración, en ese diálogo callado con Dios mientras camino.
En ese encuentro personal con María cuando recorro mi vida y Ella
va cambiándome por dentro y me va haciendo dócil a los más leves deseos de
Dios.
Creo que a veces me puedo enamorar de ciertos ideales que me
encienden, de proyectos que despiertan mi deseo de cambiar el mundo.
Puede fascinarme esa gran misión que se abre ante mis ojos, pero
mientras no esté profundamente enamorados de Dios, de un Dios personal, todo
será muy frágil.
Si la oración no me ata a Dios en lo más íntimo mis propósitos y
elecciones no serán tan firmes. Es el amor a la persona lo que me cambia por
dentro. Al amor a Jesús hombre, a María hecha carne en mi vida.
Es ese amor único que Dios me hace recordar cada vez que recorro
como un niño los misterios de mi vida. Y así me enciendo en ese amor siempre de
nuevo. Un
amor cálido y profundo, un amor que me transforma por dentro para siempre. Un
amor personal que me salva.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






