La libertad nos hace libres, nos hace alegres, nos hace felices”, advirtió el Santo Padre
El Papa Francisco en la Audiencia General Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa |
El Papa Francisco destacó la importancia de la libertad cristiana
en la Audiencia General de este 6 de octubre en el Aula Pablo VI del Vaticano
al continuar con su serie de catequesis sobre la carta de San Pablo a los
gálatas.
“La verdad y la libertad es un camino fatigoso que dura toda la
vida. Es fatigoso permanecer libres, es fatigoso, pero no es imposible. Ánimo,
vamos hacia adelante con esto, nos hará bien. Es un camino en el que nos guía
y nos sostiene el Amor que viene de la Cruz: el Amor que nos revela la verdad y
nos dona la libertad. Y este
es el camino de la felicidad. La libertad nos hace libres, nos
hace alegres, nos hace felices”, advirtió el Santo Padre.
A continuación, la catequesis pronunciada por el Papa Francisco:
Hoy retomamos la reflexión sobre la carta de San Pablo a los gálatas. En la Carta a los gálatas, San Pablo ha escrito palabras inmortales sobre la libertad cristiana. Qué es la libertad cristiana, hoy nos detenemos sobre este tema: la libertad cristiana, la libertad.
La libertad es un tesoro que se aprecia realmente solo cuando se
pierde. Para muchos de nosotros, acostumbrados a vivir en la libertad, a menudo
aparece más como un derecho adquirido que como un don y una herencia para
custodiar. ¡Cuántos malentendidos entorno al tema de la libertad, y cuántas
visiones diferentes se han enfrentado a lo largo de los siglos!
En el caso de los gálatas, el apóstol no podía soportar que
esos cristianos, después de haber conocido y acogido la verdad de Cristo, se
dejaran atraer por propuestas engañosas, pasando de la libertad a la
esclavitud: de la presencia liberadora de Jesús a la esclavitud del pecado, a
la esclavitud del legalismo, etc. También hoy el legalismo es nuestro problema,
de muchos cristianos que se refugian en el legalismo, en la casuística.
Por tanto, San
Pablo invita a los cristianos a permanecer firmes en la libertad que han
recibido con el Bautismo, sin dejarse poner de nuevo bajo
«el yugo de la esclavitud» (Gal 5,1).
Pablo es justamente celoso con la libertad. Es consciente de que algunos
«falsos hermanos» se han infiltrado en la comunidad para «espirar – así
escribe – la libertad que tenemos en Cristo Jesús, con el fin de reducirnos a
esclavitud» (Gal 2,4),
volver hacia atrás, y Pablo no puede tolerarlo. Una predicación que tuviera
que excluir la libertad en Cristo nunca sería evangélica, sería quizá
pelagianismo o jansenismo, pero no evangélica.
Nunca se puede forzar en el nombre de Jesús, nunca se puede
forzar en el nombre de Jesús no se puede hacer a nadie esclavo en nombre de
Jesús que nos hace libres. La libertad, la libertad que es un don que nos ha
dado en el Bautismo.
Pero la enseñanza de San Pablo sobre la libertad es sobre todo positiva.
El apóstol propone la enseñanza de Jesús, que encontramos también en el
Evangelio de Juan: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis
discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (8,31-32).
Así dice Jesús en el Evangelio de Juan. La llamada, por tanto, es sobre todo a
permanecer en Jesús, fuente de la verdad que nos hace libres. La libertad
cristiana se funda sobre dos pilares fundamentales: primero, la gracia del
Señor Jesús; segundo, la verdad que Cristo nos desvela ¿cuál es la verdad que
Cristo nos desvela? A Él mismo.
En primer lugar, es don del Señor. La libertad que los gálatas
han recibido – y nosotros como ellos con el Bautismo– es fruto de la muerte y
resurrección de Jesús. El apóstol concentra toda su predicación sobre
Cristo, que lo ha liberado de los vínculos con su vida pasada: solo de Él
brotan los frutos de la vida nueva según el Espíritu. De hecho, la libertad
más verdadera, la de la esclavitud del pecado, ha brotado de la Cruz de
Cristo. Somos
libres de la esclavitud del pecado por la cruz de Cristo.
Precisamente ahí donde Jesús se ha dejado clavar, se ha hecho
esclavo, Dios ha puesto la fuente de la liberación radical del hombre. Esto no
deja de sorprendernos: que el lugar donde somos despojados de toda libertad, es
decir la muerte, puede convertirse en fuente de la libertad. ¡Pero este es el
misterio del amor de Dios! ¡Este
es el misterio del amor de Dios! No se entiende
fácilmente, sino que se vive ¿no? Jesús mismo lo había anunciado cuando dijo:
«Por eso me ama el Padre: porque doy mi vida, para después recobrarla de nuevo.
Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder
para recobrarla de nuevo» (Jn 10,17-18).
Jesús lleva a cabo su plena libertad al entregarse a la muerte; Él sabe que
solo de esta manera puede obtener la vida para todos.
Pablo, lo sabemos, había experimentado en primera persona este
misterio de amor. Por esto dice a los gálatas, con una expresión
extremadamente audaz: «Con Cristo estoy crucificado» (Gal 2,19). En ese
acto de suprema unión con el Señor él sabe que ha recibido el don más grande de su vida: la
libertad. Sobre la Cruz, de hecho, ha clavado «la carne con sus
pasiones y sus apetencias» (5,24). Comprendemos cuánta fe animaba al apóstol,
qué grande era su intimidad con Jesús y mientras, por un lado, sentimos que a
nosotros nos falta esto, por otro, el testimonio del apóstol nos anima para ir
hacia adelante en esta vida libre. El cristiano es libre, debe ser libre, no
volver a ser esclavos de preceptos, de cosas extrañas.
El segundo pilar de la libertad es la verdad. Recordemos que el
primer pilar era el don, el don del Señor, la libertad es un don del Señor. El
segundo es la verdad. También en este caso es necesario recordar que la verdad
de la fe no es una teoría abstracta, sino la realidad de Cristo vivo, que toca
directamente el sentido cotidiano y general de la vida personal. ¡Cuánta gente
que no ha estudiado, que no sabe leer ni escribir, pero ha entendido bien el
mensaje de Cristo tiene esta sabiduría que los hace libres, sin estudios, pero
es la sabiduría de Cristo que ha entrado a través del Espíritu Santo por el
Bautismo! ¡Cuántos humildes, cuánta gente encontramos que vive la sabiduría de
Cristo, más que grandes teólogos, por ejemplo, que son un testimonio grande de
la libertad del Evangelio! ¿no?
La libertad hace libres en la medida en la que transforma la vida
de una persona y la orienta hacia el bien. Para ser realmente libres
necesitamos no solo conocernos a nosotros mismos, a nivel psicológico, está
allí en el corazón, pero sobre todo hacer verdad en nosotros mismos, a un nivel
más profundo. Y ahí, en el corazón, abrirnos a la gracia de Cristo. La
verdad nos debe inquietar, volvemos a esta palabra tan tan cristiana la
‘inquietud’. Nosotros sabemos que hay cristianos que nunca, nunca se inquietan,
viven siempre iguales, no hay movimiento en su corazón, falta la inquietud ¿por
qué? porque la inquietud es señal que está trabajando el Espíritu Santo dentro
de nosotros y la libertad es una libertad activa con la gracia del Espíritu
Santo, por esto digo que la libertad nos debe inquietar, nos debe plantear
continuamente preguntas, para que podamos ir siempre más al fondo de lo que
realmente somos.
Descubrimos de esta manera que el de la verdad y la libertad es un camino
fatigoso que dura toda la vida. Es fatigoso permanecer libres,
es fatigoso, pero no es imposible. Ánimo, vamos hacia adelante con esto, nos
hará bien. Es un camino en el que nos guía y nos sostiene el Amor que viene de
la Cruz: el Amor que nos revela la verdad y nos dona la libertad. Y este es el
camino de la felicidad. La libertad nos hace libres, nos hace alegres, nos hace
felices. Gracias.
Fuente: ACI Prensa