8 – Octubre. Viernes de la XXVII semana del Tiempo Ordinario
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según
san Lucas 11, 15-26
(Estaba expulsando un demonio que era mudo. Y cuando salió el demonio, habló el mudo y la multitud se quedó admirada;)
Pero algunos
de ellos dijeron: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los
demonios». Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del
cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido
contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también
Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues
vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si
yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de
quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo
echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha
llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su
palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta
y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín. El que
no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama. Cuando
el espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por lugares áridos, buscando
un sitio para descansar, y, al no encontrarlo, dice: “Volveré a mi casa de
donde salí”. Al volver se la encuentra barrida y arreglada. Entonces
va y toma otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí. Y el
final de aquel hombre resulta peor que el principio».
Comentario
El evangelio
de la liturgia de hoy nos presenta al Maestro en medio de la multitud después
de haberles enseñado con el Padre Nuestro como deben orar los Hijos e
Hijas de Dios. Estas palabras del Señor, llenas de verdades sobrenaturales y
aparentemente tan simples no caen siempre en un terreno propicio, que las haga
fructificar.
Hoy vemos como
los opositores de Jesús no saben o no quieren abrirse a su enseñanza, lo
malinterpretan y buscan ponerlo en aprietos. Haciendo esto, caen curiosamente
en una actitud totalmente contraria a la que Jesús invitó a vivir. El Señor
había enseñado a rezar pidiendo por el Reino de Dios (11,2), pero ellos piensan
por el contrario que representa al reino de Satán. Los hijos e hijas de Dios
deben pedir humildemente ser librados de la tentación (11,4), ellos en cambio
no dejan de poner a Jesús en tentación, siguiendo a Satanás, el tentador. Jesús
enseñó a pedir a Dios el perdón de los pecados (11,4), mientras que sus
opositores lo acusan con insistencia del pecado de servir a Beelzebul. El Señor
invitó a pedir el Espíritu Santo al Padre (11,13), pero ellos no dejan de pedir
una señal del cielo, aunque no saben reconocerla teniéndola delante de los
ojos.
Para poder
reconocer al Señor, que gusta de presentarse sin espectáculo, es necesario
tener los ojos del corazón limpios. Para esto tenemos que pedir humildemente la
ayuda de Dios, ya que nadie está exento de la ceguera y la incapacidad de
reconocer las cosas de Dios, como vemos en el evangelio de hoy. El reino de
Satán es el reino del hombre fuerte, que tiene a los hombres y mujeres
atrapados en esta dureza del corazón que impide reconocer los mensajes que el
Señor nos dirige.
El Papa
Francisco, citando al santo de Hipona decía: “Me vuelve a la mente la frase de
san Agustín: «Timeo Iesum transeuntem» (Serm., 88, 14, 13), «tengo miedo de que
el Señor pase» y no le reconozca, que el Señor pase delante de mí en una de
estas personas pequeñas, necesitadas y yo no me dé cuenta de que es Jesús.
¡Tengo miedo de que el Señor pase y no le reconozca! Me he preguntado por qué
san Agustín dijo que temiéramos el paso de Jesús. La respuesta, desgraciadamente,
está en nuestros comportamientos: porque a menudo estamos distraídos,
indiferentes, y cuando el Señor nos pasa cerca perdemos la ocasión del
encuentro con Él” (Papa Francisco, Audiencia general, miércoles 12 octubre
2016).
La última
parte de las enseñanzas de hoy nos señalan algo que nos puede servir para
evitar la dureza y ceguera del corazón. Se trata de llenar nuestra vida con la
luz y la fuerza del Espíritu Santo, luchando por permanecer cerca suyo,
escuchando sus mociones, compartiendo afectos, dialogando, rezando. La amorosa
presencia Divina en el alma es el camino que nos ayudará a vencer al hombre
fuerte y a lograr tener el corazón siempre abierto y dispuesto a reconocer al
Señor donde se nos presente.
Martín
Luque
Fuente: Opus
Dei