El famoso disidente aprovechó el Nobel para dar a conocer a Occidente la verdad del horror de los gulags rusos, desafiando lo "políticamente correcto"
Yuri KADOBNOV / AFP |
Ayer se cumplieron 51 años de la
concesión del Nobel a Aleksandr Solzhenitsyn. Su manifiesto “Vivir sin mentira”
se ha convertido en todo un referente no solo de la disidencia a los regímenes
totalitarios e ideológicos, sino de una reflexión sobre la necesidad de
construir un mundo basado en la fidelidad y el afecto a la verdad.
Escrito en Rusia en septiembre de
1973 y publicado el 12 de febrero de 1974 en el diario The Washington Post,
el texto se difundió de forma clandestina a través del ‘samizdat’: un sistema
de copias rudimentarias que circuló de mano en mano durante el
totalitarismo.
Fue su último trabajo realizado
en tierra rusa antes de ser arrestado y exiliado cinco meses después.
El arma de la verdad
Con dicho Manifiesto,
Solzhenitsyn sabía que el régimen totalitario no podía ser vencido con las
armas, sino descendiendo al fondo de lo que el propio sistema pretendió:
confundir la verdad con la mentira.
«Las cosas casi han tocado fondo.
Ya nos ha afectado a todos una muerte espiritual universal, y la muerte física
pronto se inflamará y nos consumirá a todos y a nuestros hijos – pero seguimos
riéndonos cobardemente, igual que antes, y refunfuñamos sin mordernos la
lengua. ¿Cómo podemos detener esto? ¿Carecemos de fuerza?».
Todavía hoy resuenan sus palabras
en un mundo que se desangra a espaldas de la verdad. La verdad que no queremos
ver. La verdad que, oculta en nuestros corazones, dejamos sepultada bajo
montones de justificaciones falsas: queremos seguridad; comodidad; éxito
profesional; amores pasajeros que mitiguen el verdadero deseo del corazón.
Porque la vida es efímera y
nuestra carrera contra el tiempo y la muerte no permite que nos detengamos. Hay
que seguir, mirar hacia otro lado, ser optimistas sin descanso, «sin que te
afecten las ruinas que vas dejando a tu espalda», como escribió Karmelo
Iribarren.
La felicidad no está fuera
«Ahora que las hachas han hecho
su trabajo, cuando todo lo que se sembró ha brotado de nuevo, vemos cómo se
equivocaron aquellos jóvenes presuntuosos que creyeron que a través del terror,
de la rebelión sangrienta y de la guerra civil harían de nuestro país un lugar
digno y feliz».
Nuestras hachas ya no son la
guerra ni las armas, ni el terror o una pandemia. No queremos mirar a los
grandes males que siguen existiendo, como el hambre, la enfermedad, la
depresión o la muerte.
No es la época de los principios,
ni de las luchas ideales, ni del cuidado a lo que está más próximo, aunque
suponga dolor y angustia. Seguimos pensando que la felicidad siempre está fuera
de nosotros y cedemos al mal que acampa a sus anchas en nuestros corazones.
Mientras, nos vendemos por un
plato de lentejas y buscando esa felicidad nos perdemos y perdemos la vida. Esa
es la gran mentira.
Occidente se ha cerrado a la
verdad, carece de recursos espirituales y morales para salvarse de su propia
decadencia, pero el ocaso de Occidente es el de cada uno de nosotros cuando
abrimos la puerta a la mentira y ésta se convierte en verdad.
«El círculo, ¿está cerrado? ¿Es
que realmente no hay salida? ¿Es que lo único que podemos hacer es esperar de
brazos cruzados? ¿Acaso puede cambiar algo por sí solo? Nada sucederá mientras
sigamos reconociendo, alabando y fortaleciendo –y no dejamos de hacerlo–, el
más perceptible de sus aspectos: la mentira».
Resistir a la mentira
¿Cómo resistir a la mentira?
¿Cómo no darle cancha? ¿Qué o quién puede rescatarnos? Sólo si nos
abandonamos a una Presencia Misteriosa, podemos ver el poder transfigurador de la
verdad y de la belleza que todo lo transforma, porque lo que realmente cambia
es nuestro interior y nuestra mirada.
Solzhenitsyn percibió esta
belleza a través de un gesto sencillo y libre, frente al dolor y al desgarro de
las circunstancias más atroces.
Él retaba a la muerte robándole a
la mínima ración diaria de comida un trocito de pan, una pequeña bolita
con la que hacía, poco a poco, bolita a bolita, un rosario. Un rosario para
rezar por la noche, en medio del silencio y la oscuridad del mundo; un rosario
con el que abrazar la vida, para cantar que estamos hechos para la verdad, la
belleza y el bien y que sólo Cristo colma el corazón del hombre. Esta es
nuestra única esperanza.
Él regalaba los rosarios a
otros presos, y al día siguiente volvía a empezar. Su vida era el continuo
agradecimiento porque había recibido el mayor regalo de todos, la certeza de un
Padre bueno y con un amor sin límites que nunca permite que se le arrebate al
hombre la libertad interior, aun en las peores circunstancias. Ni siquiera en
los campos de concentración donde el hambre, los piojos y la enfermedad se
convertían en compañeros habituales.
Vivir sin dar paso al mal
Por ello vivir, sí, pero sin
mentira. El hombre no se conforma con vivir. Necesita algo más para que su vida
no sea en vano; necesita de un significado que no dé paso al mal de forma
gratuita.
Porque deseamos el bien y no dar
poder a la mentira aunque nuestra inclinación a ella siga latente en el
corazón; porque darle poder es vivir el infierno de la ausencia de significado,
que es ausencia de Cristo.
«(…) la salida más simple y más
accesible a la liberación de la mentira descansa precisamente en esto: ninguna
colaboración personal con la mentira. Aunque la mentira lo oculte todo y todo
lo abarque, no será con mi ayuda. Esto abre una grieta en el círculo imaginario
que nos envuelve debido a nuestra inacción. Es la cosa más fácil que podemos
hacer, pero lo más devastador para la mentira. Porque cuando los hombres
renuncian a mentir, la mentira sencillamente muere. Como una infección, la
mentira sólo puede vivir en un organismo vivo».
Elegir el bien
Preguntémonos hoy, en este día:
¿queremos vivir en la mentira o le hacemos frente, aniquilando sus corolarios?
Somos límite, somos pequeños, pero Solzhenitsyn nos plantea el gran reto al que
cada uno debe responder:
«De modo que cada uno, en su
intimidad, debe realizar una elección: o seguir siendo siervo de la mentira
voluntariamente –por supuesto, no queda fuera la inclinación a mentir, pero
otra cosa es alimentar a la familia, educando a los hijos en el espíritu de la
mentira–, o despreciar la mentira y volverse un hombre honesto y digno de
respeto tanto para los hijos como para los contemporáneos».
Atrevámonos a mirar a la cara a
la mentira. No dejemos de hacerle frente con el único que puede ayudarnos a
vivirlo todo, hasta la farsa más devastadora en que nuestra vida haya podido
convertirse.
Feliciana
Merino Escalera
Fuente: Aleteia