9.10.21

ALEKSANDR SOLZHENITSYN: VIVIR SIN MENTIRA

El famoso disidente aprovechó el Nobel para dar a conocer a Occidente la verdad del horror de los gulags rusos, desafiando lo "políticamente correcto"

Yuri KADOBNOV / AFP

Ayer se cumplieron 51 años de la concesión del Nobel a Aleksandr Solzhenitsyn. Su manifiesto “Vivir sin mentira” se ha convertido en todo un referente no solo de la disidencia a los regímenes totalitarios e ideológicos, sino de una reflexión sobre la necesidad de construir un mundo basado en la fidelidad y el afecto a la verdad.

Escrito en Rusia en septiembre de 1973 y publicado el 12 de febrero de 1974 en el diario The Washington Post, el texto se difundió de forma clandestina a través del ‘samizdat’: un sistema de copias rudimentarias que circuló de mano en mano durante el totalitarismo. 

Fue su último trabajo realizado en tierra rusa antes de ser arrestado y exiliado cinco meses después. 

El arma de la verdad

Con dicho Manifiesto, Solzhenitsyn sabía que el régimen totalitario no podía ser vencido con las armas, sino descendiendo al fondo de lo que el propio sistema pretendió: confundir la verdad con la mentira. 

«Las cosas casi han tocado fondo. Ya nos ha afectado a todos una muerte espiritual universal, y la muerte física pronto se inflamará y nos consumirá a todos y a nuestros hijos – pero seguimos riéndonos cobardemente, igual que antes, y refunfuñamos sin mordernos la lengua. ¿Cómo podemos detener esto? ¿Carecemos de fuerza?».

Todavía hoy resuenan sus palabras en un mundo que se desangra a espaldas de la verdad. La verdad que no queremos ver. La verdad que, oculta en nuestros corazones, dejamos sepultada bajo montones de justificaciones falsas: queremos seguridad; comodidad; éxito profesional; amores pasajeros que mitiguen el verdadero deseo del corazón.

Porque la vida es efímera y nuestra carrera contra el tiempo y la muerte no permite que nos detengamos. Hay que seguir, mirar hacia otro lado, ser optimistas sin descanso, «sin que te afecten las ruinas que vas dejando a tu espalda», como escribió Karmelo Iribarren.

La felicidad no está fuera

«Ahora que las hachas han hecho su trabajo, cuando todo lo que se sembró ha brotado de nuevo, vemos cómo se equivocaron aquellos jóvenes presuntuosos que creyeron que a través del terror, de la rebelión sangrienta y de la guerra civil harían de nuestro país un lugar digno y feliz».

Nuestras hachas ya no son la guerra ni las armas, ni el terror o una pandemia. No queremos mirar a los grandes males que siguen existiendo, como el hambre, la enfermedad, la depresión o la muerte.

No es la época de los principios, ni de las luchas ideales, ni del cuidado a lo que está más próximo, aunque suponga dolor y angustia. Seguimos pensando que la felicidad siempre está fuera de nosotros y cedemos al mal que acampa a sus anchas en nuestros corazones.

Mientras, nos vendemos por un plato de lentejas y buscando esa felicidad nos perdemos y perdemos la vida. Esa es la gran mentira.

Occidente se ha cerrado a la verdad, carece de recursos espirituales y morales para salvarse de su propia decadencia, pero el ocaso de Occidente es el de cada uno de nosotros cuando abrimos la puerta a la mentira y ésta se convierte en verdad.

«El círculo, ¿está cerrado? ¿Es que realmente no hay salida? ¿Es que lo único que podemos hacer es esperar de brazos cruzados? ¿Acaso puede cambiar algo por sí solo? Nada sucederá mientras sigamos reconociendo, alabando y fortaleciendo –y no dejamos de hacerlo–, el más perceptible de sus aspectos: la mentira».

Resistir a la mentira

¿Cómo resistir a la mentira? ¿Cómo no darle cancha? ¿Qué o quién puede rescatarnos?  Sólo si nos abandonamos a una Presencia Misteriosa, podemos ver el poder transfigurador de la verdad y de la belleza que todo lo transforma, porque lo que realmente cambia es nuestro interior y nuestra mirada.

Solzhenitsyn percibió esta belleza a través de un gesto sencillo y libre, frente al dolor y al desgarro de las circunstancias más atroces.

Él retaba a la muerte robándole a la  mínima ración diaria de comida un trocito de pan, una pequeña bolita con la que hacía, poco a poco, bolita a bolita, un rosario. Un rosario para rezar por la noche, en medio del silencio y la oscuridad del mundo; un rosario con el que abrazar la vida, para cantar que estamos hechos para la verdad, la belleza y el bien y que sólo Cristo colma el corazón del hombre. Esta es nuestra única esperanza.

Él regalaba los rosarios a otros presos, y al día siguiente volvía a empezar. Su vida era el continuo agradecimiento porque había recibido el mayor regalo de todos, la certeza de un Padre bueno y con un amor sin límites que nunca permite que se le arrebate al hombre la libertad interior, aun en las peores circunstancias. Ni siquiera en los campos de concentración donde el hambre, los piojos y la enfermedad se convertían en compañeros habituales. 

Vivir sin dar paso al mal

Por ello vivir, sí, pero sin mentira. El hombre no se conforma con vivir. Necesita algo más para que su vida no sea en vano; necesita de un significado que no dé paso al mal de forma gratuita.

Porque deseamos el bien y no dar poder a la mentira aunque nuestra inclinación a ella siga latente en el corazón; porque darle poder es vivir el infierno de la ausencia de significado, que es ausencia de Cristo. 

«(…) la salida más simple y más accesible a la liberación de la mentira descansa precisamente en esto: ninguna colaboración personal con la mentira. Aunque la mentira lo oculte todo y todo lo abarque, no será con mi ayuda. Esto abre una grieta en el círculo imaginario que nos envuelve debido a nuestra inacción. Es la cosa más fácil que podemos hacer, pero lo más devastador para la mentira. Porque cuando los hombres renuncian a mentir, la mentira sencillamente muere. Como una infección, la mentira sólo puede vivir en un organismo vivo».

Elegir el bien

Preguntémonos hoy, en este día: ¿queremos vivir en la mentira o le hacemos frente, aniquilando sus corolarios? Somos límite, somos pequeños, pero Solzhenitsyn nos plantea el gran reto al que cada uno debe responder:

«De modo que cada uno, en su intimidad, debe realizar una elección: o seguir siendo siervo de la mentira voluntariamente –por supuesto, no queda fuera la inclinación a mentir, pero otra cosa es alimentar a la familia, educando a los hijos en el espíritu de la mentira–, o despreciar la mentira y volverse un hombre honesto y digno de respeto tanto para los hijos como para los contemporáneos». 

Atrevámonos a mirar a la cara a la mentira. No dejemos de hacerle frente con el único que puede ayudarnos a vivirlo todo, hasta la farsa más devastadora en que nuestra vida haya podido convertirse. 

Feliciana Merino Escalera 

Fuente: Aleteia


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