21.10.21

EVANGELIO DEL DÍA

21 – Octubre. Jueves de la XXIX semana del Tiempo Ordinario

Misioneros digitales católicos MDC

Evangelio según san Lucas 12, 49-53

He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».

Comentario

Jesús se dirige a sus discípulos desvelándoles los deseos más profundos de su corazón: sus ansias incontenibles de dar la vida por amor a todos los hombres, amor que está simbolizado en la imagen del fuego. Jesús es luz del mundo (cf. Juan 8,12), y es también fuego y calor. Dios se presentó bajo la imagen de una zarza que ardía sin consumirse ante la admiración de Moisés (cf. Éxodo 3,2-3), manifestando así sus ansias de liberar a su pueblo de la opresión del poder del faraón. Moisés fue portador de ese fuego divino, fuego que siguió ardiendo a lo largo de toda la historia de la salvación, hasta el momento culminante en que Jesús, en el Calvario, recibió “un bautismo”, aquel que tanto ansiaba recibir, cuando murió en la Cruz, para liberar a todos de la opresión del pecado.

Cincuenta días después de aquella nueva pascua que tuvo lugar en el monte Calvario, durante la fiesta de Pentecostés, vino el Espíritu Santo sobre los discípulos bajo la forma de lenguas de fuego. Los apóstoles, llenos del Espíritu de Dios, anunciaron a Jesús, y aquel día fueron bautizados unas tres mil almas (cf. Hechos de los Apostóles, 2). Era un nuevo bautismo, por el que aquellos peregrinos y todos los cristianos hemos recibido el fruto de la redención que nos ganó Jesús en la Cruz.

Pero Jesús sabía que ese fuego de amor salvífico iba a encontrar obstáculos, provocando división incluso dentro de una misma familia. Ya el anciano Simeón, ante Jesús niño, después de proclamarlo como salvador de todos los pueblos, anunció a María que sería también “signo de contradicción” (Lucas 2,34). Pero esa división no prevalecerá: el fuego y la luz son más intensos que el frío y las tinieblas. Los cristianos, por el bautismo, somos portadores de ese mismo fuego de Jesucristo, apóstoles, por vocación divina. Como nos dice san Josemaría: “Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. –Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón”[1].

[1] San Josemaría, Camino, n. 1.

Josep Boira 

Fuente: Opus Dei



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