21 – Octubre. Jueves de la XXIX semana del Tiempo Ordinario
| Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Lucas 12,
49-53
He venido a prender fuego a la
tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que
ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he
venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán
divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán
divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la
hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la
suegra».
Comentario
Jesús se dirige a sus discípulos
desvelándoles los deseos más profundos de su corazón: sus ansias incontenibles
de dar la vida por amor a todos los hombres, amor que está simbolizado en la
imagen del fuego. Jesús es luz del mundo (cf. Juan 8,12), y es también fuego y
calor. Dios se presentó bajo la imagen de una zarza que ardía sin consumirse
ante la admiración de Moisés (cf. Éxodo 3,2-3), manifestando así sus ansias de
liberar a su pueblo de la opresión del poder del faraón. Moisés fue portador de
ese fuego divino, fuego que siguió ardiendo a lo largo de toda la historia de
la salvación, hasta el momento culminante en que Jesús, en el Calvario, recibió
“un bautismo”, aquel que tanto ansiaba recibir, cuando murió en la Cruz, para
liberar a todos de la opresión del pecado.
Pero Jesús sabía que ese fuego de
amor salvífico iba a encontrar obstáculos, provocando división incluso dentro
de una misma familia. Ya el anciano Simeón, ante Jesús niño, después de
proclamarlo como salvador de todos los pueblos, anunció a María que sería
también “signo de contradicción” (Lucas 2,34). Pero esa división no
prevalecerá: el fuego y la luz son más intensos que el frío y las tinieblas. Los
cristianos, por el bautismo, somos portadores de ese mismo fuego de Jesucristo,
apóstoles, por vocación divina. Como nos dice san Josemaría: “Borra, con tu
vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros
del odio. –Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que
llevas en el corazón”[1].
[1] San
Josemaría, Camino, n. 1.
Josep Boira
Fuente: Opus Dei





