13 – Octubre. Miércoles de la XXVIII semana del Tiempo Ordinario
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Lucas 11,
42-46
Pero ¡ay de vosotros, fariseos,
que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de
hortalizas, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto es lo
que había que practicar, sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos,
que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y los saludos en las
plazas! ¡Ay de vosotros, que sois como tumbas no señaladas, que la gente
pisa sin saberlo!». Le replicó un maestro de la ley: «Maestro, diciendo
eso nos ofendes también a nosotros». Y él dijo: «¡Ay de vosotros también,
maestros de la ley, que cargáis a los hombres cargas insoportables, mientras
vosotros no tocáis las cargas ni con uno de vuestros dedos!
Comentario
Nos dice el Evangelio según san
Juan que Jesús veía en los corazones de las personas que le seguían o alababan,
y que sabía si realmente creían en él o no. En todas nuestras acciones hay algo
que se ve y algo que no se ve, algo que queda oculto a los ojos de los hombres:
nuestras intenciones y deseos, lo que nos mueve y lo que buscamos. Por eso,
todos somos capaces de entender perfectamente de qué está hablando Jesús en el
evangelio de hoy. No podemos decir que sus palabras vayan dirigidas al de al
lado, pero no a nosotros. Porque, incluso a pesar de tener grandes y nobles
deseos, ¿acaso no admitiremos que a veces hemos obrado simplemente para quedar
bien ante los que nos veían?
Jesús habla de la justicia y del
amor de Dios. Parecen palabras sencillas y claras. Pero las realidades a las
que se refieren son muy profundas. Porque la justicia de Dios no se reduce a lo
que nosotros entendemos por justicia. Ni el amor de Dios es como nuestro amor,
tan frágil y limitado. Jesús echaba en cara a aquellos hombres “sabios” que no
conocían la Ley, ya que su esencia era la justicia y era el amor, y esto era
precisamente lo que no vivían.
¡Ojalá nuestras obras siempre
saliesen de un corazón deseoso de justicia y lleno de amor de Dios! Esto quiere
decir que las obras que sirven realmente para la vida y que transforman el
mundo son las que salen de un corazón que quiere ser santo. La justicia de Dios
es constancia en sus promesas, perseverancia en su amor, misericordia eterna.
El Señor nos anima a ser humildes; a manifestar lo que somos y cómo estamos,
para poder ser sanados; a amar como nos gustaría ser amados; a no exigir a
otros algo que nosotros nos estamos dispuestos a hacer. El orgullo y el
fingimiento son como un muro que repele la gracia. Además, de nada nos servirá cara
a la otra vida parecer irreprochables ante los hombres si realmente no deseamos
e intentamos serlo, porque lo que mira y pesa Cristo, que es el que nos juzgará
en su día, son los corazones.
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus Dei