15 – Octubre. Viernes. Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Mateo 11,
25-30
En aquel momento tomó la palabra
Jesús y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque
has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a
los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido
entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce
al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid
a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi
yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y
encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y
mi carga ligera».
Comentario
Encontraréis descanso para
vuestra alma
Cuando me diagnosticaron cáncer
de colon surgía en mi interior un sentimiento dual; por un lado, la confusión
del momento, por otro lado, la calma con la que viví todo el proceso de la
enfermedad. La confusión fue mayor, cuando me anunciaron que me debía volver a
operar por metástasis en el hígado, dos y tres ocasiones. Por un momento llegué
a ponerle nombre a mi enfermedad. La llamé Viridiana, haciendo memoria de la
película de Luis Buñuel. La enfermedad oncológica se había presentado en mi
vida para debilitarme, y yo iniciaba un proceso contrario para fortalecerme.
Vinieron a mí, como las palabras
más apropiadas a mi situación, las que recoge Mateo: 11,28-30:
“En aquel tiempo, Jesús tomó
la palabra y dijo: «Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo
os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo
es llevadero y mi carga ligera»”.
En mis momentos de soledad
contemplaba sereno un Cristo yacente de Gregorio Fernández que está en la
iglesia de San Pablo de Valladolid. Aceptaba la enfermedad y la lucha, pero
había algo que protestaba en mi interior: “¡No podía morir antes que mi
madre!”. Me rebelaba profundamente, pero al igual que Jesús en el monte de los
olivos deseaba que pasara de mí este cáliz de amargura; y a pesar de todo, me
lancé a la confianza en Dios, y expresé sus mismas palabras “que se cumpla tu
voluntad”.
En el momento presente doy
gracias a Dios por la oportunidad de vivir alejado de Viridiana, y recuerdo las
escenas de sanación cuando Jesús curaba a los enfermos. No deja de ser una
experiencia de fe, el hecho de sentirme salvado por el momento.
El Yacente tiene su pecho herido,
con cicatriz abierta, lo que antes era un ostensorio que contenía la Sagrada
Forma, me permite pensar en la idea de que la muerte contiene la vida, una idea
expresada en el Evangelio de Juan “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi
Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23-29).
De alguna manera, la calma con la
que viví todo mi proceso oncológico, me hizo comprender que Dios habitaba en mí
como en aquel cuerpo abandonado. No había soledad, su misión seguía siendo la
misma: “Al abatido una palabra de aliento” (Is., 50, 4-7). Sin darme cuenta,
identifiqué las dos operaciones que me realizaron con este Cristo. El abatido
era mi persona, mi cuerpo, mi juventud. Recibía la vida nuevamente, cuando
miraba la cicatriz de la lanza que sustituyó al tabernáculo de este Cristo
Yacente.
Ahora comprendo con mayor
profundidad la expresión que Jesús decía a sus discípulos: “quien quiera salvar
su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt. 16,
24-28)
Toda esta identificación nos da
razones para la esperanza, para situarnos en el amor que Dios nos ha tenido, y
encontrar en el Hijo de Dios, ese amor con el que nos expresó la cercanía de
Dios.
Fuente: Dominicos