31 – Octubre. XXXI Domingo del Tiempo Ordinario
| Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Marcos 12,
28b-34
Un escriba que oyó la discusión,
viendo lo acertado de la respuesta, se acercó y le preguntó: «¿Qué mandamiento
es el primero de todos?». Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha,
Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu
ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay
mandamiento mayor que estos». El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, sin
duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de
él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo
el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y
sacrificios». Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
«No estás lejos del reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Comentario
El evangelio de la liturgia de
hoy nos presenta un profundo e interesante diálogo entre un escriba, es decir,
un experto en el conocimiento de las Escrituras y Jesús. La pregunta que le
dirige es de gran importancia, porque se trata de saber cuál es el sentido
último de los mandamientos. Este hombre quizá sentía el peso de la gran
variedad de cosas que debía cumplir como miembro del pueblo elegido y se
preguntaba el porqué de tanto esfuerzo. Con este fondo, podemos compartir su
inquietud, y su pregunta al Maestro: ¿Cuál es el primero de todos los
mandamientos?
La respuesta de Jesús no se hace
esperar, y saliendo a su encuentro usa las Escrituras para responder. Le
recuerda así unas palabras del Deuteronomio que todo varón piadoso repetía al
menos dos veces al día: “Escucha Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es
Uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con
todas tus fuerzas” (Dt 6, 4-5). Jesús usa esta oración, conocida como el Shema
Israel (escucha Israel, en hebreo), señalando de este modo que en el
centro de la fe de Israel se encuentra la razón última y el sentido de todos
los mandamientos: el amor a Dios.
Y aunque el escriba solo había
preguntado por el más importante, el Señor aprovecha para recordarle también el
segundo en importancia, y usa nuevamente un libro de la Escritura. Esta vez
toma prestadas unas palabras del Levítico: “Amarás a tu prójimo como a ti
mismo” (Lv 19, 18).
Jesús recuerda así que el amor a
Dios y al prójimo son la esencia de la fe y la fuente de la que manan todos los
mandamientos. Nos invita así a levantar la mirada y a entender que estamos
llamados no sólo a cumplir con unas determinadas obligaciones, sino a vivir un
amor grande y generoso, que abarque todos los aspectos de nuestra vida, porque
como recordaba san Josemaría: “Jesús no se satisface compartiendo, lo quiere
todo” (Camino, n. 155).
Desde aquí se puede comenzar a
entender que al igual que nuestra existencia es compleja y tiene muchas
dimensiones, del mismo modo algunos mandamientos serán complejos y no evidentes
en un primer momento. Lo importante es saber que todos los mandamientos, aún
aquellos que nos parezcan más enrevesados, tienen como razón de fondo este amor
intenso y grande que nos pide Dios. En otras palabras, que los mandamientos son
modos concretos de amar a Dios y a las personas que tenemos al lado y modos de
declinar el amor en las situaciones concretas.
Quizá podemos aprovechar el día
de hoy para pensar el modo en que vivimos los deberes y mandamientos de la vida
cristiana -en modo especial los que más nos cuesten-, y preguntarnos si los
vemos como un peso con el que hay que cargar o si, por el contrario, sabemos
poner en práctica lo que el Señor nos enseña hoy y los vemos como modos de
concretizar nuestro amor por Dios y por los demás.
Martín Luque
Fuente: Opus Dei





