Una serie de experiencias, gracias y sueños propiciaron esta conversión
| El padre José Cuperstein fue ordenado sacerdote en 1993 |
José Cuperstein se siente un hijo del poder de la Gracia. Este
sacerdote nunca hubiera podido imaginar que sería sacerdote, pues no era
católico, ni siquiera cristiano. Nació y creció siendo judío y fue precisamente la
Virgen María, judía como él, la que de una manera formidable le fue guiando en
primer lugar hacia la Iglesia Católica y más adelante hasta su actual vocación
sacerdotal.
Natural de Lima este sacerdote está incardinado en la diócesis de
Carabayllo, una de las sufragáneos de la capital peruana. En la revista Hágase estar, editada por la
Milicia de Santa María relata este testimonio de conversión que transformó por
completo su vida.
Así fue como comenzó esta historia
con la Virgen María. Fue poco después cuando José Cuperstein asegura que tuvo
un extraño sueño: “tenía que correr porque dos personas me perseguían para
hacerme daño. Traté de
evitarlas ingresando a una casona y, por una puerta pequeña, a una habitación
donde un Cristo, que sobrepasaba las dimensiones naturales de la construcción
me recibió. Yo caí de rodillas y las dos personas desaparecieron. En
el suelo había una persona doliente cuyo rostro nebuloso me transmitía
tristeza; es el mismo sentimiento que experimenté cuando mi padre contrajo
cáncer en la columna vertebral”.
“No podía vivir sin María”
De nuevo la Virgen María entró en
acción. José tuvo un serio conflicto con su padre y el ahora sacerdote asegura: “yo recurrí a la Santísima Virgen y
le pedí que solucione el problema, prometiéndole que iría a rezarle a la
iglesia de María Auxiliadora”.
Finalmente, cumplió con su promesa
pero allí confiesa que se dio cuenta “que no podía ya vivir sin la presencia de María en mi vida”.
De hecho, afirma que esta presencia
de María, aún siendo todavía judío, le acompañó a él y a su padre durante el
resto de la enfermedad y hasta muerte. “Los doctores no entendían el extraño
desenvolvimiento de la enfermedad sin dolores, y los exámenes de laboratorio
eran los de una persona sana. Yo
sí lo sabía, mi Madre celestial no nos abandona. Y pudo morir pidiendo
perdón a Dios.
“Mi padre se llevó mi parte judía”
Pero algo le preocupaba a José. “Mi
papá tuvo que ser enterrado con mi talid (manto para rezar en la sinagoga), entendí que mi padre se llevó mi
parte judía y tenía que bautizarme”, explica.
De este modo, agrega que “tal experiencia con el
Señor, me obligaba a agradecerle todos los días el don de la fe; también a
la Virgen María que me enseñó a conocer y llegar a su Hijo. Era un cambio
radical, pues Ella, antes, cuando leía la Biblia no representaba para mí nada”.
El camino estaba iniciado pero el
cambio definitivo en José Cuperstein se produjo cuando el sacerdote jesuita
José Antonio Eguilior le
explicó la misa y le dijo que era “la actualización del sacrificio de Jesús en
la Cruz, que en cada misa se vivía verdaderamente el misterio
salvífico de la Cruz; encontré el nexo que me faltaba para que las palabras del
Señor llegaran a mi corazón y no se quedaran a mis espaldas”.
“El día que recibí los sacramentos de
iniciación cristiana sentí una comunión espiritual muy grande con los que
asistieron. Mi vida cambió
totalmente. Había dificultad, pero no angustia; adversidades y problemas,
pero yo sentía la fuerza del Señor y la ayuda del Espíritu Santo para superar
todo y decir como San Pablo ‘todo lo puedo en aquel que me conforta’”.
Un tiempo después sintió la llamada
al sacerdocio y se presentó al seminario de Santo Toribio. Al llegar el rector
le recibió diciéndole: “Te
estamos esperando”.
Pero aún tenía que resolver un
importante escollo. José se había casado por la religión judía, y éste era un
matrimonio válido para la Iglesia. Así que la única forma de poder ser
sacerdote era con la nulidad matrimonial.
“Recuerdo que mi director espiritual
me decía que no me preocupara, que si Dios quería que yo fuera sacerdote, aquí en la tierra nadie
lo podrá impedir. De este modo, el 7 de octubre de 1993 fui ordenado
sacerdote en la capilla de la penitenciaría de la iglesia de San Pedro de
Lima”.
José Cuperstein asegura que su
conversión y vocación le llenan de “estupor y gratitud” y no tiene palabras
para agradecer a la Virgen todo aquello que hizo por él. “En toda Eucaristía, después de consagrar el pan, le
rezo una avemaría a la Santísima Virgen María como agradecimiento de
su protección y amor maternal”.
Publicado
originariamente en Cari Filii News
Fuente:
ReL





