20 – Noviembre. Sábado de la XXXIII semana del Tiempo Ordinario
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio
según san Lucas 20, 27-40
Se acercaron
algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y le
preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su
hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé
descendencia a su hermano”. Pues bien, había siete hermanos; el primero se
casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con
ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último,
también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos
será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer». Jesús les dijo:
«En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los
que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección
de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues
ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son
hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo
Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán,
Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos:
porque para él todos están vivos». Intervinieron unos escribas: «Bien
dicho, Maestro». Y ya no se atrevían a hacerle más preguntas.
Comentario
El Evangelio
de hoy nos presenta una cuestión teológica muy discutida en tiempos de Jesús,
la cuestión sobre la fe en la resurrección. Los saduceos, la negaban, mientras
que los fariseos la afirmaban. Hay que tener presente que estos dos grupos eran
los más relevantes en la sociedad judía del tiempo de Jesús. Unos, los
saduceos, eran los más poderosos; los otros, los fariseos, eran los más
religiosos y “perfectos" en el cumplimiento de la Ley. Pero el pueblo
sencillo quedaba al margen de estas disputas teológicas que a ellos les decían
muy poco.
Sin embargo
hay que resaltar un concepto que aparece en esta lectura y que sí tiene una
gran relevancia espiritual.
“Moisés nos
dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos,
cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano». Aparece aquí la figura
del Goel, el redentor. Era esa persona encargada de proteger y cuidar de
una viuda y sus derechos. Era el encargado de dar descendencia a su hermano o
pariente y proteger su prole si ya la tenía. Era también el vengador de sangre,
encargado de vengar una injusticia si alguien había asesinado a alguien o
cometido algún fraude, o engañado a un indefenso.
Hermanos,
este goel, este redentor, nosotros lo identificamos con Jesucristo, que ha
saldado la deuda contraída por nuestros pecados, él ha salido fiador por
nosotros. Ha roto el documento que nos condenaba clavándolo en la cruz. Y
mediante su acción redentora nos devuelve la capacidad de ser hijos de Dios, de
estar vivos siempre frente a Él, sin temor, con plena confianza. Nos ha
devuelto la confianza en la resurrección, nuestra vida tiene sentido, porque
sabemos bien adónde va, por eso el cristiano es el que no tiene miedo a la
muerte ya que ésta es sólo el paso definitivo al encuentro pleno y total con
quien sabemos nos ama. Es ésta una gran alegría, una buena noticia, que nos
anima en este final del año litúrgico y renueva nuestra esperanza de cara al
futuro.
Oración:
Señor, dame la humildad de corazón para no perderme en razonamientos inútiles
que me apartan de Ti, enfrían mi alma y me alejan del servicio a los hermanos.
Que la esperanza en tu Resurrección avive en mí el deseo de encontrarme contigo
para siempre. Amén.
Fuente:
Dominicos