3 – Noviembre. Miércoles de la XXXI semana del Tiempo Ordinario
| Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio
según san Lucas 14, 25-33
Mucha gente
acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno viene a mí y no
pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a
sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no
carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío. Así,
¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a
calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa
los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que
miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”. ¿O
qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si
con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? Y
si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones
de paz. Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus
bienes no puede ser discípulo mío.
Comentario
Jesús se ve
acompañado por mucha gente, y sabe que algunos de los que le siguen no lo hacen
con buenas disposiciones. Junto a aquellos que le acompañan con una recta
intención, otros lo hacen para poder vivir algo extraordinario, presenciar
algún milagro; otros por curiosidad e incluso algunos para poder
descalificarlo. Tú y yo podemos preguntarnos cómo seguimos a Cristo, qué nos
impulsa a seguirle, si nos dejamos llevar por la rutina en las normas u
obligaciones que ya hemos incorporado a nuestro horario o si por el contrario,
secundando la gracia, procuramos identificarnos con Él.
La única
respuesta válida para seguir Cristo es por una razón de amor, de
correspondencia al amor que nos tiene. El evangelio de hoy no es sino una
manifestación del primer mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mt 12,30). Un
mandamiento de amor que el Señor dirige a todos, válido para todas las personas
y para todos los tiempos. Todo debe posponerse a ese amor. Algo que ocurre,
cuando el amor de Dios llena el corazón de una persona. “Quien a Dios tiene
nada le falta, solo Dios basta”, como decía Santa Teresa.
Un amor así no
es fruto de profundas meditaciones ni siquiera de continuos actos de voluntad.
Es un don, una gracia que Dios nos da, para poder amarle con un amor absoluto e
incondicional, que se hace eterno tras la muerte. Cuando respondamos con todo
nuestro ser a Dios que se nos entrega, podremos amar a las personas y a las
cosas como Dios las ama, pero antes tenemos que dar ese paso, la desposesión
radical de uno mismo, que nos enseña Jesús en el evangelio: “Si alguno quiere
venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga” (Mt 16,24).
Miguel Ángel Torres-Dulce
Fuente: Opus
Dei





