En marzo de 1988 un paquete bomba
enviado por ETA le estalló en las manos. Aunque el atentado la destrozó, M. E.
Y. hoy no guarda «rencor»
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Foto: José Calderero de Aldecoa |
El mismo día que se conmemoraba
el décimo aniversario del anuncio del fin de la violencia de ETA, el pasado 20
de octubre, a M. E. Y. los médicos le detectaron una afectación neurológica
derivada del atentado que sufrió hace 33 años, en marzo de 1988. El paquete
bomba dirigido al presidente del sindicato, que primero pasó por sus manos, la
dejó sin ellas, sin visión en un ojo, sin audición en un oído y con el paquete
intestinal gravemente afectado. «Será para que no olvide nunca la fecha. Ya
estoy curada de espanto. He sobrevivido a tantas cosas…», desliza M. E. Y.
sobre la coincidencia de ambos sucesos.
¿Cómo afronta las últimas
noticias relacionadas con el terrorismo: el décimo aniversario del fin de ETA,
las declaraciones de Otegi…?
Lo vivo con mucho desasosiego. No me creo que estén todas las armas entregadas.
El día menos pensado puede salir un loco y volver a matar. Me duele mucho que
aún haya gente que duda de que el terrorismo ideológico de ETA fue una locura
de ellos. La mayor parte no ha pedido perdón. A mí hay una pregunta que se me
hace con mucha frecuencia. «¿Tú perdonas?». Y siempre digo lo mismo: «Para que
una persona pueda perdonar, alguien tiene que pedir perdón».
¿Qué ocurrió aquel día de 1988?
Yo estaba al cargo del archivo de la CSIF (Confederación Sindical Independiente de
Funcionarios). Llevaba solo unos pocos meses allí. El sindicato estaba haciendo
una gran labor para que los presos de ETA no tuvieran
trato de favor. Un día llegó un paquete dirigido al presidente y, no sé por
qué, lo terminé abriendo yo. Era un libro encuadernado en piel, con las letras
de oro. Era sobre África. Y era tan bonito que le dije a mi compañera: «María
Teresa, mira qué libro tan bonito» y, al abrirlo, explotó la bomba. Nos hirió
de gravedad a las dos. Yo estuve en coma y no recuerdo nada de todo aquello. De
hecho, solo te puedo contar lo que María Teresa, que sí lo recuerda, me explicó
posteriormente.
Y hoy todavía sufre las secuelas
Por supuesto. El miércoles, por ejemplo, los médicos me detectaron una
afectación neurológica. Tengo secuelas físicas irreparables que me han obligado
a una renuncia de casi todo lo que se ejecuta con las manos. Dependo de mucha
gente, y esa independencia que he perdido también es una secuela.
Era y sigue siendo una persona de
fe
Sí, de hecho el día anterior al atentado estuve con unos amigos en Nuevo Baztán
celebrando a san Francisco Javier, la Javierada. Después he seguido creyendo en
Dios. Me apoyo en Él. Eso no lo he perdido nunca. También es verdad que mi entorno
familiar es creyente.
Ha estado implicada en Cáritas
He podido colaborar durante más de 20 años. Mi labor era de acogida a los
migrantes, lo que me ha hecho entender su deseo de ser escuchados. He sido
testigo de la solidaridad que reina entre ellos, la dificultad para integrarse
en una sociedad alejada y diferente de la suya, su soledad o su falta de
medios.
«Las mentiras y el odio siguen
vivos»
El 20 de octubre de 2011 tres
militantes de ETA anunciaron «el cese definitivo de la actividad armada». Diez
años después, la efeméride ha sido enturbiada por las declaraciones de Arnaldo
Otegi, líder de EH Bildu, en las que señaló su «pesar y dolor por el
sufrimiento padecido», algo que «nunca debió haberse producido». Sin embargo,
las víctimas del terrorismo de ETA recibieron sus palabras con mucho
escepticismo, porque «forman parte de la escenificación de unos pactos
políticos y no de una rectificación sincera», como afirma Rocío López González,
comisionada de la Comunidad de Madrid para la Atención a las Víctimas del
Terrorismo, para quien «lo que hay detrás es la necesidad de apoyar los
presupuestos» del Gobierno nacional y «mejorar la situación penitenciaria de
los presos de ETA más allá de lo previsto en las leyes».
Según López González, «el trabajo
de derrotar el terrorismo no acabó hace diez años», ya que «sus coartadas,
mentiras y discursos de odio siguen vivos». J. L.
V. D.-M.
José Calderero de Aldecoa
Fuente: Alfa y Omega