7 – Noviembre. XXXII Domingo del Tiempo Ordinario
| Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Marcos 12,
38-44
Y él, instruyéndolos, les decía:
«¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les
hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las
sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de
las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación
más rigurosa». Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo,
observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se
acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante. Llamando
a sus discípulos, les dijo: «En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado
en el arca de las ofrendas más que nadie.
Comentario
La escena que nos presenta hoy el
Evangelio sucede en un lugar situado junto al Templo de Jerusalén, donde se
congregaba la gente para escuchar a Jesús en los días previos a la fiesta de la
Pascua, después de haber llegado Él a la ciudad con sus discípulos poco antes
de su pasión. Meditemos en las enseñanzas que nos trae este relato, teniendo en
cuenta también las otras lecturas de este domingo [I Reyes 17, 10-16, Salmo 146
(145), Hebreos 9, 24-28].
La soberbia de quienes se creen mejores va unida siempre a la hipocresía
Jesús les echaba en cara su
soberbia e hipocresía a los escribas o doctores de la Ley pertenecientes al
grupo de los “fariseos”, término que significa originariamente “separados” o
“segregados” y que ellos se aplicaban a sí mismos para indicar que eran
distintos de los demás por ser cumplidores de la Ley de Dios que hacían
consistir en una serie de prescripciones rituales, e incontaminados porque no
se juntaban con quienes consideraban pecadores. Su actitud arrogante, que los
llevaba a aprovecharse de sus conocimientos y de su poder para oprimir y explotar
a los demás, iba siempre acompañada de un comportamiento hipócrita que ocultaba
sus intenciones torcidas.
Este tipo de comportamiento sigue
existiendo hoy en quienes se creen superiores a los demás (y eso es lo que
significa propiamente la soberbia, en términos de nuestro lenguaje popular
actual la “sobradez”) y se la pasan engañando con el ropaje ostentoso de las
apariencias.
Por eso Jesús en el Evangelio nos
invita a todos, cualquiera que sea nuestra posición en la sociedad, a revisar
nuestras actitudes y comportamientos rechazando la soberbia y la hipocresía.
La ostentación de las riquezas y
del poder es un insulto a los pobres
Esta reflexión, implícita en el
relato del Evangelio, corresponde a una realidad que también es de hoy. Pero
con una diferencia: actualmente el insulto de la opulencia a los desposeídos
tiene repercusiones mucho mayores, de una parte porque con frecuencia un cierto
uso de los medios de comunicación ha hecho de estos cajas de resonancia del
culto al lujo y a las apariencias, y de otra porque el sistema económico
imperante en el mundo ha venido ensanchando cada vez más la brecha entre unos
pocos que se hacen cada vez más ricos y poderosos y ostentan descaradamente su
pretendida omnipotencia, y muchos que se sumen cada vez más en la miseria y
constituyen la cantidad creciente de los marginados, excluidos o “descartados”
–como los llama el Papa Francisco–.
A lo anterior se agrega la
prepotencia de quienes creen que por tener mayor poder valen más y se dan el
lujo de explotar a quienes someten a su servicio. En este sentido, con no poca
frecuencia, tanto jefes políticos como religiosos se aprovechan de los pobres
para su propio beneficio personal e, incluso, los instrumentalizan en función
de sus intereses egoístas.
Vale mucho más darnos a nosotros
mismos que dar de lo que nos sobra
Esta es la enseñanza central del
relato evangélico de este domingo y la verdad que encierra es aplicable a todos
los tiempos. La ofrenda hecha por aquella pobre viuda, que a duras penas
sobrevive en medio de una pobreza extrema, es una lección que Jesús quiere
hacer notar a quienes creen que están haciendo el bien al dar ostentosamente y
con mucha publicidad de lo que les sobra, y por ello esperan ser reconocidos
como grandes benefactores.
Lo que Jesús quiere enseñarnos a
partir del ejemplo de la viuda del Evangelio –y que, como nos cuenta el relato
de la primera lectura, tiene su antecedente en la actitud generosa de aquella
otra que compartió con el profeta Elías lo muy poco que tenía– constituye una
invitación, a todos nosotros, a estar dispuestos siempre a compartir no sólo
dando de lo que nos sobra, sino entregándonos a nosotros mismos, sea cual sea
nuestra condición económica y sin aspavientos, con un compromiso real para
contribuir a la construcción de una sociedad en la que todos nos reconozcamos
efectivamente como iguales en dignidad y en derechos, pues somos hijos e hijas
de un mismo Creador.
Él mismo quiere, con nuestra
colaboración, hacer justicia a los oprimidos, como dice la primera estrofa del
Salmo 146. Jesús mismo es en definitiva nuestro modelo en ese ofrecimiento
total de sí mismo en sacrificio por toda la humanidad, tal como nos lo presenta
hoy el texto de la segunda lectura.
Que Dios Padre Creador, por la
mediación redentora de su Hijo Jesucristo y por la intercesión maternal de
María santísima, renueve en cada uno de nosotros la acción de su Espíritu
Santo, que es la única que nos puede mover a la verdadera humildad y a la
disposición del corazón para ofrecernos y darnos a nosotros mismos,
comprometiéndonos sinceramente en la construcción de una sociedad en la que
todos nos reconozcamos como hermanos y obremos en consecuencia con este
reconocimiento. Que así sea.
Por: Gabriel Jaime Pérez, SJ
Vatican News





