Una persona comparte sus dudas y luchas sobre el mandamiento del amor de Jesús y llega a una conclusión: cumplirlo es un milagro
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El mandamiento del amor me trae
problemas. El primero: ¿Quién es mi prójimo? ¿Cualquiera vale? ¿Alguien lejano
es mi prójimo?
Decía san Vicente de Paúl:
«El cristiano sin amor al prójimo
no es un cristiano real sino pintado».
Es así. Es necesario amar al
que está cerca de mí. Y también amar a aquel que se cruza en mi camino.
Preocuparme del que está a mi
lado. Averiguar qué necesita, qué le falta. Cuáles son sus sueños y sus miedos.
Paso por la vida sin preguntar
nada, no vaya a ser que me tenga que involucrar demasiado.
¿A cuántas personas soy capaz de
amar?
Al mirarlo así me asusto. ¿Podré
amar de esa manera? ¿Podré amar a tantos?
Creo tener cubierto el número de
personas que caben en mi alma. No puedo amar a cualquiera.
No puedo querer el bien de aquel
a quien no conozco. Quiero hacer un ejercicio de apertura.
Me acerco al desconocido, pongo
interés en aquel que llega a mi vida cuando menos lo espero.
Cuando un necesitado te cambia la
vida
Mi prójimo puede ser la persona a
la que más puedo amar. Dejo a un lado mi miedo al compromiso.
Aparto mis planes, mi agenda, mis
programas. Y súbitamente mi prójimo salta ante mis ojos invitándome a
cambiar, a mejorar, a acercarme a mi hermano.
La solidaridad nace cuando empiezo a pensar que alguien
me necesita. El egoísmo es mi tendencia habitual.
Pienso en mí, en mi bienestar, en
mi paz, en mi seguridad. No me importan los dramas y dolores del que está
lejos.
Por eso no me aproximo, para que
mi prójimo siga siendo lejano. Así estoy más tranquilo y con más paz.
Desaparecer para que el otro
crezca
El segundo problema es la medida
del amor. ¿Se puede medir el amor? El que ama hasta el extremo está
dispuesto a dar la vida y es capaz de darla.
Se niega a sí mismo para que el
otro viva. Muere para dar vida. Desaparece para que el otro crezca.
¿Es posible amar de esa manera?
Jesús lo hizo y también muchos santos después de Él siguiendo su senda.
Hoy Jesús me pide que ame a
mi prójimo como a mí mismo. Surgen las dudas.
La importancia de la autoestima
A menudo siento que me amo
mal a mí mismo. Quiero mi bien, pero no sé lo que me conviene, lo que me
hace bien realmente. Y además no siempre me quiero como soy.
Dicen que las pantallas, que
ahora forman parte de mi vida por la pandemia, han aumentado la baja autoestima
de los jóvenes.
Al verse mientras están en un
grupo comparan su físico, no se sienten valiosos. Lo mismo las redes sociales
han establecido unos baremos de belleza física determinados.
La autoestima es un
valor fundamental en la vida. Pero no siempre es fácil tener una autoestima
alta.
No me amo bien cuando no he sido
amado desde niño. Cargo heridas en el alma que me hacen sentir que no
valgo, no importo, no soy bello, ni inteligente, ni valioso.
Entonces mi autoestima baja no me
permite quererme de forma sana. Me amo enfermizamente.
Amar de manera sana
Y ahora Jesús me pide que ame a
otros de acuerdo con la medida con la que me amo. Pero, si no me amo bien, ¿qué
hago?
El amor a mí mismo es fundamental
para que ame bien a otros.
Si no me estoy amando, cuidando,
respetando en mi verdad, es imposible que pueda establecer vínculos sanos
y profundos.
En esos lazos que tiendo estaré
buscando un puerto al que llegar. Y exigiré a mi prójimo que me ame mucho más
incluso de lo que es capaz. Mis heridas me incapacitan para amar de forma sana.
La medida del amor soy yo mismo.
Porque cuando me amo bien, entonces sé lo que le conviene a mi prójimo. En
lugar de buscar mi interés busco el suyo.
Y sé que tengo que tratar a los
demás como me gustaría que me trataran a mí. Yo soy la medida del amor.
Cuando me amo de forma sana acepto mi
vida como es, le doy un sí a mis defectos, vuelvo a empezar con optimismo cada
vez que yerro.
El amor hacia mí mismo, cuando
es sano, es incondicional. Haga lo que haga nunca dejo de amarme.
La miseria, camino a Dios
Me amo por encima de mis pecados
y sobre todo en esos momentos en los que me siento tan débil e indigno.
Entonces mi amor a mi
miseria me acerca a Dios porque así es como Él me ama, sin condiciones y
siempre.
Aprender a establecer una medida
para mi amor me engrandece. Pero lo que Dios me pide en realidad es que
viva un amor sin medida.
Tiendo a poner límites a mi
entrega. Amo con medidas pequeñas, para no gastarme, para que no me duela
demasiado.
Darlo todo puede ser muy doloroso
y me da miedo no recibir nada a cambio.
Así es en ocasiones, doy, hago,
digo, me esfuerzo y nada sucede en quien es amado por mí. No me ama como yo
espero. Y me canso.
Por eso la invitación de Jesús me
parece excesiva. ¿Cómo puedo amar sin medida? ¿Cómo voy a ser yo la medida de
mi amor cuando tengo tanto miedo a ser herido o a cansarme de dar sin recibir
nada?
Es un milagro amar a
los demás como me amo a mí mismo. Amar sin medir, amar sin guardar, amar
sin miedo al rechazo o al desencuentro.
Hoy vuelvo a hacer mío el
mandamiento del amor. Con mis límites, con mis carencias, con la fuerza de
Dios.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia