El Papa Francisco dedicó la catequesis de la Audiencia General de este miércoles 22 de diciembre a la Navidad, “el evento del cual no puede prescindir la historia: el nacimiento de Jesús”
Papa Francisco en la Audiencia General. Foto: Pablo Esparza / ACI Prensa |
“Queridos hermanos y
hermanas, quisiera invitar a todos los hombres y las mujeres a la gruta de
Belén a adorar al Hijo de Dios hecho hombre. Cada uno de nosotros,
acerquémonos al pesebre, que encuentre en su casa o en la Iglesia, o donde sea,
e intente realizar un acto de adoración en el interior: yo creo que Tú eres Dios,
que este niño es Dios, por favor, dame la gracia de la humildad para poder
entender”, dijo el Santo Padre.
A continuación, la catequesis pronunciada por el Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, a pocos días de la Navidad, quisiera recordar con ustedes el evento del cual no puede prescindir la historia: el nacimiento de Jesús.
Pensemos: ¡al Creador
del universo no le fue concedido un lugar para nacer! Quizá fue una
anticipación de lo que dice el evangelista Juan: «Vino a su casa, y los suyos
no la recibieron» (1,11); y de lo que Jesús mismo dirá: «Las zorras tienen
guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde
reclinar la cabeza» (Lc 9,58).
Fue un ángel quien
anunció el nacimiento de Jesús, y lo hizo a los pastores humildes. Y fue una
estrella la que indicó a los Magos el camino para llegar a Belén (cfr Mt 2,1.9-10).
El ángel es un mensajero de Dios. La estrella recuerda que Dios creó la luz (Gen 1,3)
y que ese Niño será “la luz del mundo”, como Él mismo se
autodefinirá (cfr Jn 8,12.46), la «luz verdadera [...] que
ilumina a todo hombre (Jn 1,9), que «brilla en las tinieblas y las tinieblas
no la vencieron» (v. 5).
Los pastores representan
a los pobres de Israel, personas humildes que interiormente viven con la
conciencia de la propia falta, y precisamente por esto confían más que los
otros en Dios. Son ellos los primeros en ver al Hijo de Dios hecho hombre,
y este encuentro les cambia profundamente. Cuenta el Evangelio que
se volvieron «glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y
visto» (Lc 2,20).
En torno al Niño Jesús
están también los Magos (cfr Mt 2,1-12). Los Evangelios no
dicen que fueran reyes, ni el número, ni sus nombres. Con certeza se sabe solo
que desde un país lejano de Oriente (se puede pensar en Persia, Babilonia o
Arabia del sur) se pusieron en viaje para buscar al Rey de los Judíos,
que en su corazón identifican con Dios, porque dicen que le quieren
adorar. Los Magos representan a los pueblos paganos, en particular a todos
aquellos que a lo largo de los siglos buscan a Dios y se ponen en camino para
encontrarlo. Representan también a los ricos y a los poderosos, pero solo a
los que no son esclavos de la posesión, que no están “poseídos” por las
cosas que creen poseer.
El mensaje del Evangelio
es claro: el nacimiento de Jesús es un evento universal que afecta a todos los
hombres.
Queridos hermanos y
queridas hermanas, solo la humildad es el camino que nos conduce a Dios y,
al mismo tiempo, precisamente porque nos conduce a Él, nos lleva también a lo
esencial de la vida, a su significado más verdadero, al motivo más fiable por
el que la vida vale la pena ser vivida.
Solo la humildad nos
abre a la experiencia de la verdad, de la alegría auténtica, del conocimiento que
cuenta. Sin humildad estamos “aislados”, estamos “aislados” de la comprensión
de Dios y de nosotros mismos. Es necesario ser humilde para comprendernos
también a nosotros mismos, mucho más para entender a Dios.
Los Magos podían
también ser grandes según la lógica del mundo, pero se hacen pequeños,
humildes, y precisamente por esto logran encontrar a Jesús y a reconocerlo.
Aceptan la humildad de buscar, de ponerse en viaje, de pedir, de arriesgarse,
de equivocarse...
Todo hombre, en lo
profundo de su corazón, está llamado a buscar a Dios, todos nosotros tenemos
esa inquietud, y nuestro trabajo es no apagar esa inquietud, dejarla crecer,
esa inquietud de buscar a Dios y, con su misma gracia, puede encontrarlo.
Hagamos nuestra la
oración de san Anselmo (1033-1109): Señor «Enséñame a buscarte y muéstrate
a quien te busca; porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes, y
no puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando
te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré» (Proslogion,
1).
Queridos hermanos y
hermanas, quisiera invitar a todos los hombres y las mujeres a la gruta
de Belén a adorar al Hijo de Dios hecho hombre. Cada uno de nosotros,
acerquémonos al pesebre, que encuentre en su casa o en la Iglesia, o donde sea,
e intente realizar un acto de adoración en el interior: yo creo que Tú eres
Dios, que este niño es Dios, por favor, dame la gracia de la humildad para
poder entender.
En primera fila, para
acercarse al pesebre y rezar, deseo poner a los pobres, que – como exhortaba
San Pablo VI - «debemos amar, porque en cierto modo son sacramento de
Cristo; en ellos – en los hambrientos, en los sedientos, en los exiliados,
en los desnudos, en los enfermos, en los prisioneros – Él ha querido
místicamente identificarse. Debemos ayudarles, sufrir con ellos, y también
seguirles, porque la pobreza es el camino más seguro para la plena posesión
del Reino de Dios» (Homilía, 1 de mayo 1969).
Por eso, debemos pedir
la humildad como una gracia: “Señor que no sea soberbio, que no sea
autosuficiente, que no crea que yo soy el centro del universo, hazme humilde,
dame la gracia de la humildad, y con esta humildad yo puedo encontrarte”.
Es el único
camino, sin humildad nunca encontraremos a Dios, nos encontraremos
a nosotros mismos, porque la persona que no tiene humildad no tiene horizonte
delante, tiene solamente un espejo, se mira a sí mismo, se mira a sí mismo.
Pidamos al Señor romper el espejo y mirar más allá, al horizonte donde está Él,
pero esto lo debe hacer Él, darnos la gracia y la alegría de la humildad para
recorrer este camino.
Después, hermanos y
hermanas, quisiera acompañar a Belén, como hizo la estrella con los Magos, a
todos aquellos que no tienen una inquietud religiosa, que no se plantean el
problema de Dios, o incluso combaten con la religión, todos aquellos que
indebidamente son denominados ateos. Quisiera repetirles el mensaje del
Concilio Vaticano II: «La Iglesia afirma que el reconocimiento de Dios no se
opone en modo alguno a la dignidad humana, ya que esta dignidad tiene en el
mismo Dios su fundamento y perfección. [...] La Iglesia sabe perfectamente que
su mensaje está de acuerdo con los deseos más profundos del corazón humano»
(Gaudium et spes, 21).
Volvamos a casa con el
deseo de los ángeles: «Paz en la tierra a los hombres que ama el Señor».
Recordemos siempre: «no hemos sido nosotros quienes amamos a Dios, sino en que
Él nos amó, Él nos amó primero» (1 Jn 4,10.19), nos buscó, no
olvidemos esto.
Este es el motivo de
nuestra alegría: hemos sido amados, hemos sido buscados, el Señor nos
busca para encontrarnos, para amarnos más. Este es el motivo de la alegría:
saber que hemos sido amados sin ningún mérito, siempre somos precedidos por
Dios en el amor, un amor tan concreto que se ha hecho carne y vino a habitar en
medio de nosotros, en aquel Niño que vemos en el pesebre. Este amor tiene un nombre
y un rostro: Jesús. Jesús es el nombre y el rostro del amor que está en el
fundamento de nuestra alegría.
Hermanos y hermanas les
deseo una feliz Navidad, una santa y feliz Navidad, y quisiera que, si habrá
las felicitaciones, las reuniones de familia, esto es hermoso siempre, pero que
exista también la conciencia de que Dios viene por mí. Cada uno diga
esto: Dios viene por mí. La conciencia de que, para buscar a Dios,
encontrar a Dios, aceptar a Dios, es necesaria la humildad. Mirar con humildad,
la gracia de romper el espejo de la vanidad, de la soberbia, de mirar a
nosotros mismos. En cambio, mirar a Jesús, mirar el horizonte, mirar a Dios que
viene hacia nosotros y que toca el corazón con esa inquietud que nos conduce a
la esperanza. ¡Feliz y santa Navidad!
Fuente: ACI Prensa