21 – Diciembre. Martes de la IV semana de Adviento
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Lucas 1,
39-45
En aquellos mismos días, María se
levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de
Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en
cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó
Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre
las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me
visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos,
la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha
creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
Comentario
El trayecto es largo. La Virgen
vive en Nazaret y su prima cerca de Jerusalén. Unos 150 km de camino. Pero
María no se detiene ante las dificultades. Se dirige apresuradamente, aunque
estuviese también ella embarazada y se arriesgase a encontrarse con salteadores
en la ruta hacia el sur. Su ilusión es cuidar de su prima.
María es de esas personas que
llevan adelante la familia, que llevan adelante la educación de los hijos, que
enfrentan tantas adversidades, tanto dolor, que curan a los enfermos. Se
levantan y sirven.
No se da importancia a sí misma.
No piensa: “como soy la madre de Dios, yo soy la importante; soy yo la que
tiene que ser el centro de atenciones y cuidados”. No, María no piensa así. Su
modo de pensar es distinto: “por ser la más digna, tengo que ayudar más”.
No se encierra en casa, sino que
va a cuidar a su prima. Y no es la prisa alocada, sino la prisa de la ternura.
Como señala el Papa Francisco, “María no es la clase de personas que para estar
bien necesita un buen sofá donde sentirse cómoda y segura. No es una
joven-sofá” (Papa Francisco, Discurso en la Vigilia de la JMJ en Cracovia,
30 de julio de 2016)
Y de ese encuentro surge la
alegría. La alegría profunda de María e Isabel; una alegría que llena sus
vidas. Del mismo modo, si aprendemos a servir y vamos al encuentro de los
otros, permitimos que Dios cambie este mundo. Somos la mirada, la sonrisa, los
brazos, las manos, la alegría de Dios mismo.
Luis Cruz
Fuente: Opus Dei