5 - Diciembre. II Domingo de Adviento
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Evangelio según san Lucas, 3, 1-6
En el año decimoquinto del
imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y
Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y
Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de
Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el
desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de
conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de
los oráculos del profeta Isaías: «Voz del que grita en el desierto: | Preparad
el camino del Señor, | allanad sus senderos; los valles serán rellenados,
| los montes y colinas serán rebajados; | lo torcido será enderezado, | lo
escabroso será camino llano. Y toda carne verá la salvación de Dios».
Comentario
El interés de san Lucas por
ofrecer datos tan exactos sobre el nacimiento de Jesús nos lleva fácilmente a
una conclusión: estamos delante de un acontecimiento histórico. El Verbo se
encarnó en un momento concreto, en un lugar concreto, en unas circunstancias
concretas. Nada de esto es indiferente, porque aquí nos jugamos todo. De lo que
está escrito en el Evangelio depende toda nuestra vida. De que Dios haya
querido participar de la historia de la humanidad depende, por lo tanto, la
configuración de nuestra existencia personal.
Además, en el caso de Cristo, se
da una particularidad: Él es la realización de todos los anhelos humanos. Él es
deseado de todas las naciones[1], como lo
llama el profeta Ageo. De otro modo, no se entendería que a lo largo de tantas
épocas encontremos vaticinios y profecías que nos hablen de la venida del
Mesías, y que todos y cada uno hallen su realización en la Persona de Jesús.
Podríamos ir todavía más allá, porque
la venida de Jesús requirió de un Precursor, Juan Bautista, pero también la
venida del Precursor fue anunciada por Isaías. La plenitud de los tiempos[2], ese momento
histórico en que Cristo puso su morada entre los hombres[3], era un
momento tan crucial, que Dios decidió prepararlo con supremo cuidado: no solo
enviando a un hombre para anunciarlo, sino también anunciando que vendría el
anunciante. Como para que nadie tenga dudas ni diga que no le avisaron.
El papel de Juan Bautista es
decisivo en este tiempo de Adviento, porque le pone rostro y nombre a la
delicadeza con la que Dios nos propone su plan: porque nosotros estamos
destinados a compartir la vida de Cristo, y por tanto el Señor también ha ido
disponiendo y preparando las cosas para la realización de nuestro encuentro
personal con Él. Es sorprendente, y la preparación para la Navidad apunta a
eso: a que redescubramos con capacidad de asombro renovada que el deseado de
todos los siglos está deseando habitar en nuestros corazones.
El anhelado nos anhela.
Seguramente esa convicción movía el corazón del Bautista, y por eso desempeñó
su tarea profética con tanto ardor: porque descubrir eso y abrirse a ese
anuncio es el inicio de la salvación. Por eso, este tiempo de Adviento es muy
propicio para tratar con frecuencia en nuestra oración a san Juan Bautista, y
pedirle que nos consiga de Dios sus mismos deseos de preparar el alma para la
llegada del Señor.
Pero para eso, deberemos acoger
su mensaje de penitencia: es bueno no olvidar que estamos en un tiempo de
conversión, que no implica hacer grandes cosas, sino quizás ofrecer con más
cariño y alegría al Señor lo propio de nuestro día a día, como Juan ofrecería
las incomodidades del desierto y José y María ofrecerían las molestias y
contrariedades del camino hacia Belén.
[1] Cfr. Ageo 2, 7.
[2] Cfr. Gálatas 4, 4.
[3] Cfr.
Juan 1, 14.
Luis Miguel Bravo Álvarez
Fuente: Opus Dei