Perdón, ternura, fe, silencio, apertura,... Ten listo tu corazón para recibir a ese Niño que te va a llenar de amor
Halfpoint | Shutterstock |
Es
Navidad en las calles, en las casas, en mi alma. Se acerca ya el día en el que
viene Jesús y mi alma anhela su venida.
Le pido a Dios milagros en mi vida, busco lo extraordinario, como
si lo necesitara para creer.
Sé que a veces sucede lo inesperado, lo soñado. Lo normal es
que no, que sólo ocurra lo habitual, lo normal, lo razonable, lo lógico. Son
milagros silenciosos, pequeños.
Yo sigo a lo mío y me levanto cada mañana dispuesto a componer un
nuevo día.
Perdonar
Pero no siempre
acierto en mis decisiones y mis pasos no siempre son
claros, más bien son confusos.
Y me irrito, o me vuelvo inconformista, deseando que la vida sea a mi manera.
Me equivoco si no aprendo a ser feliz
con lo que soy, con lo que tengo, con lo que vivo.
El alma quejumbrosa será siempre infeliz. No lo deseo, no lo
quiero.
Sé que tengo que perdonar para limpiar el rencor y el resentimiento.
Me lo dice el cuerpo cuando se queja enfermo.
Sé que el perdón me hará bien cuando se me
regala, sana
mi alma intransigente y triste.
Cuando perdono logro que el rencor quede muy lejos y de repente
siento por dentro una herida escondida que duele menos.
Pero lo intento y no lo consigo, me vence el resentimiento y
no soy feliz. Mis deseos no tienen suficiente fuerza, son sólo buenas
intenciones.
Más ternura
También
me digo a mí mismo que voy a tener más ternura en mi trato
con los que quiero. Lo necesito, me hará bien a mí y también a ellos.
El amor expresado en gestos cálidos ayuda, anima y levanta.
Pero luego me pongo a ello y me muestro hosco, es mi timidez, me
tachan de distante. No digo un te quiero, no doy un abrazo.
Me dispongo a romper la distancia que me
separa de los que están lejos, de los que no me hablan, de los que no veo.
Pero luego la vida va muy rápido y se me escapa el tiempo solventando
urgencias sin llegar a hacer lo que deseo.
Propósitos que quisiera cumplir
Me
digo que voy a querer más y mejor a los que van conmigo. Dejando mis
hábitos cansinos, mis críticas constantes, mis estados de humor cambiantes.
Y luego, metido en la vida, olvido mis buenas intenciones y peco de lo
mismo, la misma forma de hacer las cosas, la misma debilidad
manifiesta.
Entre el deseo y su realización hay un
buen trecho. Digo querer algo y luego no lo hago.
No consigo hacer lo que me propongo.
Me faltan las fuerzas, o ese tiempo que es tan escaso, me faltan
horas.
Quiero vivir alegre en medio de las
preocupaciones y mi rostro me traiciona, se vuelve gris, con arrugas
de ensimismamiento y turbación.
Sueño con una paz que venza mis
guerras, y luego me ofusco en luchas eternas que nunca se acaban.
Me dicen que en Navidad hay que vivir de forma diferente y yo me
lo propongo, pero estoy muy lejos de conseguirlo.
En Navidad quiero…
¿Cómo
se corta la tendencia que siguen mis pasos en carrera hacia la tristeza? ¿Cómo
detengo el devenir de las olas antes de que rompan contra la roca?
Parece todo tan fácil sobre el papel, la teoría
siempre funciona. Pero la vida es algo más grande, más difícil
de controlar, más imprevisible, más compleja.
Quiero que sea Navidad en mi vida, en mi corazón y que la nieve de
la presencia de Dios cubra todas mis deficiencias.
Quiero que un Niño Dios al nacer llene de ternura mis amores,
cubra de paciencia mis tensiones, libere mis egoísmos para que se imponga la
generosidad y logre así Dios que venza su amor en todas mis insatisfacciones.
Acoger el amor
¡Qué fácil
sería todo si me dejara hacer por María, para ser Belén, tierra nueva de un
Niño Dios que lo cambia todo!
Me gustan las palabras de Juan
Pablo II sobre ese amor que sueño:
«El amor me lo ha explicado
todo, el amor me lo ha resuelto todo, por eso admiro el amor donde quiera que
se encuentre. Si el amor es tan grande como sencillo, si el anhelo más simple
se puede encontrar en la nostalgia, entonces puedo entender por qué Dios quiere
ser recibido por gente sencilla, por esos cuyos corazones son puros y no
encuentran palabras para expresar su amor. Dios ha venido hasta aquí y se ha
parado a poca distancia de la nada, muy cerca de nuestros ojos. Quizá la vida
es una ola de sorpresas, una ola más alta que la muerte. No tengáis miedo
jamás».
Tal vez por todo ello decido no tenerle miedo a ese amor que me
desestabiliza y me impulsa a ser mejor persona.
Ese amor que viene en forma de encuentros que no esperaba, de
sorpresas con las que no contaba.
Me pongo en medio del camino de este adviento que se acaba
esperando aún sorpresas.
Abro los brazos soñando abrazos que tal vez no sucedan. Y sé que
mis oídos no pueden taponarse con gritos que me impidan oír la única voz que me
cambia de verdad por dentro.
Esperando en silencio
No leo basura que me llena de inquietud.
Ni veo esas imágenes que me ensucian por dentro. No oigo mis gritos interiores
que intentan terminar con la paz que llevo dentro.
En estos días antes de Navidad permanezco callado, esperando a que me
hable Dios.
Aguardo quieto a que venga a mi encuentro
ese Niño que quiere llenar mis sueños. Espero sin miedo a que me descanse su
amor imposible que aguarda a la puerta de mi alma a que le deje entrar.
Sé que su nacimiento altera todas mis
previsiones sacándome de mis costumbres tan arraigadas.
El asombro de su venida viene a trastocar
mis planes. Creer en Jesús me confunde porque exige un salto de fe tras otro.
No tengo fuerzas para cambiar lo que
deseo, pero sé que Dios puede hacerlo posible. Sólo Él puede,
haciéndose carne de mi carne y poniéndose a caminar a la altura de mis ojos.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia