«Hoy Dios te confía a su hijo en cada hermana», medita la fundadora de Iesu Communio
Madre Verónica medita sobre el misterio de la Navidad y reflexiona sobre la ternura que desarma al hombre |
En la Navidad celebramos el nacimiento de
Cristo, un momento que cambió el rumbo de la historia y abrió el camino
hacia el cielo. Pero una vez que han pasado más de 2.000 años, ¿esta fiesta
se celebra como un recuerdo lejano o realmente se busca que Jesús vuelva a
nacer en cada uno?
Para profundizar en el misterio de la Navidad, más
actual que nunca, la Madre Verónica Berzosa, ha compartido una
profunda meditación con las hermanas de Iesu Communio centrada
en cómo “la ternura te desarma”.
“En la Navidad el verbo se hizo carne, no es sólo un
anuncio, una palabra, sino que la palabra se hace carne. ¿Qué ocurrió? Aquellos
pastores que estaban al raso no podían imaginar lo que estaban llamados a ver
en la noche cuando en el silencio de la noche una luz les invadió, una luz de
gloria, una luz los llenó de ternura, la misericordia entrañable de Dios
envolvió a todos en su interior”, comenzó la fundadora de este instituto
religioso repleto de jóvenes religiosas.
La señal enviada a los pastores
El ángel les habló de una señal a los pastores, que
era el encontrar a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Madre
Verónica se centra en este aspecto pues considera que “es una señal que
no envía a otra realidad, es una señal que es realidad, un niño. Este
niño es la realidad hacia la que tienen que ir. La realidad es visible, no
viene sólo a señalar; es el Rey, la realidad, el amor, el esposo”.
Pero, ¿qué significa encontrar a Dios en un niño?, se
pregunta la religiosa burgalesa. Es “luz de ternura”, explica. La Virgen dio a
luz un hijo y lo envolvió en pañales… con ternura. “Todo lo que se pide a
María cuando Dios desciende a su seno y lo toma ahora en sus brazos es ternura”,
señala.
En este sentido, de la misma manera que los pañales
envuelven al niño, la luz de Dios –recalca Madre Verónica- “envuelve
ahora nuestra vida”. De este modo, “la ternura del Padre es que nosotros
podamos envolver en ternura a Dios”, pero a la vez “esta ternura del Padre es
que nos ha dado la carne de Jesucristo, de nuestro esposo, para poderlo amar y
servir en esta vida”.
Dirigiéndose a las hermanas de Iesu Communio recordaba
que “desde el momento en el que el hijo de Dios es abandonado a los cuidados de
una madre humana Dios Padre cuida a la Virgen misma. Desde el momento
en el que el Hijo te pide ‘envuélveme’, en tu fragilidad Dios Padre cuida de
ti”.
¿Por qué?, pregunta Madre Verónica, y respondiendo
ella misma aclara que al “envolver tú a ese niño, al abrazarlo, al estrecharlo
contra el pecho y cuidarlo estás tocando la carne de Dios, de
la gloria que se traspasa a nuestra fragilidad de criaturas”.
Dirigiéndose a sus hermanas agrega: “Cuando tú, mujer,
envuelves a Cristo, Cristo cubre tu desnudez” pues si “una mujer abraza al Niño
Dios, el Niño Dios llena de cielo a esta mujer”.
Cómo Dios cuida al hombre
Esta meditación sobre la Navidad llevó a la fundadora
de Iesu Communio a asegurar que “el cuidado que María prodiga a Jesús es el
cuidado que Dios padre prodiga a María. Cuando Dios se pone a merced de
nuestras manos nos está cuidando Él. Dios ha querido necesitar la
ternura humana para que nos dejáramos cuidar”.
Una cosa está muy clara para Verónica Berzosa: “allí
donde veamos que Dios nos necesita, allí donde veamos que Él nos reclama, allí
encontraremos la prueba de que Él nos cuida”.
Llevando este anuncio a la vida concreta de las
hermanas, y por ende de cada oyente de esta meditación, Madre Verónica recuerda
que “quien busca el cielo fuera de sí esperando todo para ella no se
deja cuidar. En la entrega de una mujer poniendo su cuerpo, su ser,
sus brazos, su ternura a disposición de ese niño, Dios ha podido cuidar de
ella”.
La religiosa se muestra impresionada con “esta
desnudez del mendigo” con la que fue llevado a la Cruz, que dejó que su cuerpo
fuera primero cubierto con pañales y luego con el sudario. “Es como Él ha
podido cubrir nuestra desnudez, tomarla sobre sí”. Por eso mismo, el
hombre necesita que la carne de Jesucristo volviera "a hacer que nuestra
carne tomara el calor de Dios, la misericordia, la salvación, la redención de
Dios”.
Precisamente, este gran misterio es que el camino del
Cielo recorre este descenso, esta kenosis, que comienza con un niño
indefenso al que se envuelve en pañales.
“Nosotras no queremos que se nos cubra porque no
queremos que se vean nuestros errores, nuestra desnudez. Nosotras queremos presentarnos perfectas e
irreprochables, como ganadores ante Dios y ante los hombres. No hemos entendido
el camino de la paz: ‘paz a los hombres que se dejan amar en el modo que Dios
ama’”, añade la superiora de Iesu Communio.
En su meditación también habla de San José. “Obedece,
no discute y los toma consigo (a la madre y al niño) rompiendo incluso todos
sus planes humanos. Obedece a la voz del ángel, se levanta y se pone a servir.
José se hace padre, esposo en designio de Dios, porque ya nunca más
dijo ‘yo para Dios’ sino ‘Dios con nosotros’”.
Una llamada a la comunión
La Madre Verónica señala un hecho llamativo. María
recibió una visita del ángel, José también, “y así se hace comunión”. Por ello,
la religiosa recalcó que “la llamada es personal, pero esta llamada es
a la comunión con aquellos a los que Dios te confía”.
De este modo, la fundadora de este instituto confirma
que “la Navidad no es algo del pasado, abstracto. Como aquel tiempo confió a su
hijo a los brazos de María hoy te confía a ti a su hijo, en cada una de
las hermanas que te confía y de la humanidad entera”.
Por ello, dijo al resto de monjas que la escuchaban:
“mi hermana no es alguien con la que tenga que llevarme lo mejor posible. Tu
hermana es el niño que Dios te da, una carne concreta, es el niño en
el que Dios se te da…”.
“El amor vence, nosotras éramos oscuridad,
todas y cada una, estábamos desorientadas, estábamos perdidas, agonizábamos
pero nos visitó la carne de Jesucristo que solo nos pidió: “tómame”. Toma a
esta hermana, tómala, es tu niño, estoy ahí… y toma a todos los hijos
dispersos, nuestra gran misión, que están ahora en los infiernos más perdidos…
que no saben nada, ni quiénes son, ni donde van, y que no quieren ni abrirse a
amar, porque creen que amar es sufrir”, agregó la Madre.
Javier Lozano
Fuente: ReL