Roma y Constantinopla llevaban cerca de seis siglos sin dirigirse la palabra. Juan XIII había comenzado un acercamiento ecuménico que dio sus frutos en 1964
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El 5 de enero de 1964 fue una fecha histórica. En Jerusalén, el
lugar donde fue crucificado y resucitó Jesucristo, se dieron un abrazo el papa Pablo VI y
el patriarca de Constantinopla Atenágoras I. Roma y
Constantinopla llevaban más de cinco siglos de desunión.
Había que remontarse a la Edad Media para recordar cuál había sido
el último encuentro entre un papa de Roma y un patriarca de Constantinopla. La anterior
reunión se había producido en el año 1439, durante el concilio de Florencia.
Los protagonistas habían sido el papa Eugenio IV y el patriarca
constantinopolitano José II. José II falleció una vez acabado
el concilio pero estando todavía en Florencia y allí fue enterrado, en la
preciosa iglesia de santa María
Novella.
Transcurridos los siglos, el papa san Juan XXIII había
tomado la iniciativa de alcanzar la unidad con los ortodoxos. En 1963 hubo
contactos ecuménicos entre el Vaticano y el patriarca Atenágoras. Sin
embargo, el papa falleció el 3 de junio de aquel año.
Pese al consiguiente cambio de planes en la vida de
Roma, el nuevo papa Pablo VI no quiso perder ni un minuto para
seguir el camino que había emprendido su predecesor en pos de la unidad de los
cristianos. En diciembre de 1963 anunció que peregrinaría a Tierra
Santa. La noticia fue un bombazo porque suponía que por primera vez un
pontífice romano viajaba al extranjero. Lo que ahora nos parece normalísimo,
entonces fue algo extraordinario.
El patriarca Atenágoras acogió la idea como lo que
era, una llamada a la unidad de los cristianos. Declaró que sería un acto de la
Providencia si los jefes de las Iglesias se podían encontrar en Jerusalén para
orar juntos en los Lugares Santos.
El 5 de enero de 1964, la víspera de la Epifanía
del Señor, se produjo el tan esperado encuentro entre el papa Pablo VI y
Atenágoras I, en la sede de la delegación pontificia en Jerusalén. Se abrazaron
y aquel gesto se grabó en la Historia de la Iglesia.
Efectivamente, el 5 de enero de 1964 el patriarca Atenágoras se trasladaba de Turquía a Jerusalén y visitaba al papa Pablo VI en la sede de la delegación pontificia en Jerusalén y se fundían en un abrazo fraternal. Al día siguiente, fiesta de la Epifanía, Pablo VI visitaba a Atenágoras en la sede del patriarcado ortodoxo de Jerusalén.
Se produjo una curiosa y cariñosa anécdota en aquellos
días. Cuando los periodistas preguntaron a Atenágoras por qué había viajado a
Jerusalén, este contestó: «Para decir ‘Buenos días’ a mi querido hermano el
Papa. ¡Hace quinientos años que no nos hablábamos!».
Aquel encuentro tuvo sus consecuencias en todos los
aspectos de la vida de la Iglesia, también el canónico. El 7 de diciembre de
1965, tanto Roma como Constantinopla levantaron las excomuniones que mutuamente
se habían lanzado en 1054, cuando se produjo el Cisma de Oriente. Por parte de
Roma había firmado la excomunión el legado pontificio Humbert de Silva
Cándida porque había fallecido el papa León IX. Por parte
de Constantinopla, el patriarca Miguel Cerulario.
Al abrazo de Pablo VI y Atenágoras le han seguido
más actos de acercamiento entre Roma y Constantinopla.
Vale la pena recordar algunas de las palabras de san Pablo VI el 5 de enero de 1964:
Una antigua tradición cristiana quiere ver el centro
del mundo en el lugar en que fue plantada la cruz de nuestro Salvador, desde la
cual El, alzado sobre la tierra, lo trae todo a Sí mismo. Era conveniente, y la
Providencia lo ha permitido, que en este lugar, en este centro siempre sagrado
y bendito, nosotros, peregrinos de Roma y Constantinopla, pudiéramos
encontrarnos y unirnos en una oración común.
(Saludo del Santo Padre Pablo VI a Su Beatitud
Atenágoras, patriarca de Constantinopla, en Jerusalén)
El encuentro entre el papa san Pablo VI y el Patriarca
Atenágoras había sido precedido por una aproximación del papa san Juan
XXIII. Este había hecho grandes esfuerzos durante su pontificado para que
hubiera acercamiento entre la Iglesia católica y ortodoxa. Pablo VI
lo recordó:
«Vuestra beatitud ha deseado este encuentro desde el
tiempo de nuestro inolvidable predecesor Juan XXIII, por el cual no escondía
sus simpatías, su estima, aplicándole, con una estupenda intuición, la palabra
del Evangelio: “Hubo un hombre enviado por Dios que se llamó Juan”.
Él también había deseado este encuentro, como vuestra
beatitud sabe tan bien como Nos. Su muerte repentina no le permitió traducir
este anhelo de su corazón. Las palabras de Cristo; ‘Que ellos sean una misma
cosa’ volviendo repetidamente a sus labios de moribundo, no permiten dudar de
que ésta fue una de sus intenciones más queridas, por la cual ofreció a Dios
una larga agonía y su preciosa vida.»
(Saludo
del Santo Padre Pablo VI a Su Beatitud Atenágoras, patriarca de Constantinopla,
en Jerusalén)
San Pablo VI subrayó la importancia histórica de aquel
encuentro, que significaba un paso hacia la oración de la unidad pronunciada
por el mismo Cristo, «Que todos sean uno»:
Esta es una manifestación elocuente de la profunda
voluntad que gracias a Dios inspira siempre y cada vez más a todos los
cristianos dignos de este nombre. La voluntad de trabajar con el fin de superar
las divisiones y abatir las barreras; la voluntad de avanzar resueltamente por
los caminos que conducen a la reconciliación.
(Saludo
del Santo Padre Pablo VI a Su Beatitud Atenágoras, patriarca de Constantinopla,
en Jerusalén)
El Papa y Atenágoras se habían dado un abrazo, y san
Pablo VI deseaba que aquel gesto no quedara en saco roto sino que favoreciera
el acercamiento entre católicos y ortodoxos hasta llegar a la unión
completa:
«Que sea símbolo de esta caridad y ejemplo de ella el
beso de paz que el Señor nos ha concedido darnos en esta tierra bendita y las
oraciones que Jesucristo nos ha enseñado y que ahora vamos a rezar juntos. No
podemos expresar como se debe hasta qué punto su gesto nos ha conmovido y no
solamente a Nos personalmente, sino a la Iglesia romana; el pueblo y todo
entero el Concilio Ecuménico tomarán nota con alegría profunda de este acontecimiento
histórico. Por lo que a Nos toca, elevamos a Dios una plegaria de acción de
gracias y le pedimos que nos ayude para seguir por este camino, y que derrame
sobre vuestra beatitud y sobre Nos, que lo hemos emprendido con fe y con
confianza, la bendición que nos asegurará un resultado feliz. Con estos
sentimientos no os decimos un adiós, sino, si lo permitís, hasta la vista.
Fundados en la esperanza de nuevos y fecundos
encuentros, in nomine Domine (en el nombre del Señor).
(Saludo
del Santo Padre Pablo VI a Su Beatitud Atenágoras, patriarca de Constantinopla,
en Jerusalén)
Dolors Massot
Fuente: Aleteia